Carol Ekans hubiese sufrido un paro cardiaco de haber sabido su hijo se montó en una motocicleta. Ellas las odiaba, decía igual a llevar un ataúd en la mano para meterse en él, porque si se tenía en consideración la cantidad de accidentes de tráficos ocasionados por motocicletas. En ese momento, Dylon no estaba ni cerca de interesarle la opinión de su madre.
Para sus adentros, la consideró una traidora y no cambiaría de opinión fácilmente.
—Es aquí.
El pelinegro bajó la pata de la moto con mucha naturalidad, estaba acostumbrado a ello. Dylon liberó los costados de Derán y se bajó, disimuló que los muslos le temblaron un poco, podía ser impulsivo, pero nunca montó motocicleta en terreros sin pavimentar. Su corazón podía haber dado más brinquitos de los que le hubiese gustado admitir.
—¿Esto es?
Dylon se quitó el casco. Derán solo había tenido uno, por alguna razón se lo dio. Fue lindo a su manera rústica, porque después de darle la protección había añadido lo necesitaba, porque de caerse se le abriría la cabeza de par en par.
—El campamento de entrenamiento para los Centineles.
Derán acomodó el casco encima de la motocicleta y descendió.
El espacio destinado para los Centineles estaba en una depresión natural, se sentía como un anfiteatro hecho por la mano de la madre naturaleza. Los árboles frondosos rodeaban el claro y brindaban sombra en las primeras horas de la mañana y al mediodía. Dylon siguió de cerca a Derán, colgó su maletín en la motocicleta y no echó la mirada hacia atrás.
Por el rabito del ojo leyó un letrero mal pintado y más bien oxidado. «La hondonada». Alguien lo había escrito en color rojo con una letra de estilo gótico, pero para ese momento ya era más bien un tono oxidado que bien podría disminuir hasta ser rosado.
El espacio en la zona baja fue curioso para Dylon, al descender halló más peculiar todavía el sonido de fuera se redujese. Él no lo sabía, pero ese espacio fue destinado para los entrenamientos porque el sonido no se dispersaba con facilidad, mantenía a los Centineles protegidos de los chismorreos.
Al menos, de los que era posible.
Algunas chicas del pueblo iba a verlos entrenar, igual que Ruv.
Las herramientas de entrenamientos rústicas pero efectivas, se hallaban regadas por todo el entorno, aunque, en palabras de sus usuarios sería más bien, estratégicamente dispersadas. Halló varios neumáticos grandes y descoloridos, los mantenían alineados en un área cerca de un pino robusto.
—Allí practicamos saltos y movimientos de equilibrio —dijo Derán y se palmeó los muslos—, es para desarrollar fuerza en las piernas y fortalecer el centro de gravedad, a veces, tenemos que trepar a lugares que no te imaginas, necesitamos un buen equilibrio.
Las comisuras de Dylon tiraron hacia arriba, sorprendido por el inesperado estado amable de Derán, tan poco conocido, igual que las especies en extinción, lo de él era más bien un comportamiento en extinción.
—Los de allá —señaló otro grupo de neumáticos.
Esos los mantenían colgados en robustas ramas, eran improvisados sacos de boxeo.
—A esos les damos hasta que los nudillos se nos descaspan —dijo socarrón—, es divertido ver a los nuevos dando los primeros puños, lloran como tontos, pero al final hacen el ejercicio, sino sus brazos no crecerían y la precisión de sus golpes sería un fiasco.
Apretó uno de sus bíceps y los ojos de Dylon fueron hacia el punto, el huevote musculoso que tenía en sus brazos daba cuenta de lo duro de su entrenamiento, también de lo duro que estaba. De eso último daba fe, Derán estaba duro por todos lados.
En uno de los bordes de la bautizada hondonada, se dispusieron una línea de postes de madera. Derán la explicó allí iban a practicar y golpear, haciendo fintas rápidas y coordinadas para fortalecer su agilidad o desarrollar si no la tenían, como era el caso de algunos.
—Créeme, algunos son unos perdedores cuando vienen aquí por primera vez.
Dylon se preguntó cómo fue el Derán que piso ese lugar por primera vez, quiso preguntarlo, pero especuló sería una pregunta muy personal, por lo que dejó el interrogante en la punta de su lengua.
No haría nada para dañar aquel momento.
El Centinel continuó explicando los objetivos del resto de herramientas. Las cuerdas gruesas amarradas de un lado al otro entre los troncos, se utilizaban para subir y fortalecer distintos grupos de músculos, también entrenaban posibles movimientos de lucha con la finalidad de afrontar situaciones reales de combate cuerpo a cuerpo.
Su recorrido se detuvo en unas bancas dispuestas al otro lado de donde dejaron la moto. Bancos improvisados tallados a mano los esperaban, era el lugar donde todos descansaban cuando las piernas no les daban más y sus corazones parecía palpitar hasta formar bultos debajo de sus pechos.
No muy distante de las bancas, una fuente de roca gris azulada fue instalada para beber agua fresca, tenía un sistema muy sofisticado para proporcionar hidratación, incluso podría ajustarse la temperatura del agua que saldría de la llave de cobre si el pasador se giraba de una u otra manera.
—Así que esta es tu guarida.