El espacio de calidad se alargó con Derán, lo suficiente como para permitirle a Dylon hacerse una idea de que, a Derán no le gustó para nada su divina intervención sobre los roles sexuales. Sin embargo, encontró francamente absurdo se pusiera ceñudo y taciturno por el asunto. Dylon nunca lo había hablado con nadie, obvias eran las razones; sin embargo, no era un fiel creyente que, en las relaciones de dos hombres, uno tuviese que limitarse a ser el receptor.
Entendía que había roles sexuales, pero atarse a uno no le parecía justo. Al menos, él quería que su amiguito tuviese diversión. No sabía si era un pensamiento muy infantil, quizá podía serlo, poco sabía el del ambiente homosexual.
—¿Irás mañana a clase? —La pregunta de Derán luego de limpiar y recargar las armas lo tomó con la guardia baja—. No debes saltártelas, princeso.
—Iré. —Los sentimientos y pensamientos complicados habían acabado, al menos, los respectivos a su familia.
—Entiendo, voy a guardar las armas.
Respiró una vez, pausado y medido.
En cuanto a Derán, comenzaba a decidir que era mejor no esperar tanto de él. A veces, las mejores cosas suceden sin esperarlo y él nunca había tenido una relación, podía ser mejor no tensar tanto el ambiente. Si esperaba mucho de Derán, seguramente se llevaría un gran tropezón, suficiente había sido con ilusionarse en vano con hombres heterosexuales…
A ese punto, comenzó a preguntarse qué tipo de orientación tenía Derán. No se lo había preguntado, pero su mente comenzó a crear diferentes teorías conspirativas, porque, buen, porque quería y podía. Se imaginó a Derán saliendo con tipos solo por diversión, pero siendo ese tipo hombre que Dylon siempre odió en las series: El que, llegado un determinado momento, suprime su lado homosexual para casarse, formar una familia, tener hijos y jugar al heterosexual feliz.
¡Los aborrecía!
Hubiese preferido quedarse solo de por vida, quizá ser un amargado de primera, que vivir una mentira, peor aún, involucrar a otros en ello.
—¿Por qué miras a Deri como si quisieras sacarle las tripas? —El rostro de expresión audaz y ojos traviesos lo hizo retroceder dos pasos.
—Alaster. —Se llevó un verdadero susto, no lo había sentido para nada.
—Se gustan, eso es obvio, pero Deri está loco y tú… —los ojos de Alaster eran grandes, quizá no, solo podía abrirlos mucho—. Eres hijo de la bruja Ekans, esto no saldrá bien.
Alaster se señaló un ojo con su dedo índice.
—La gente no lo dice, pero yo tengo muy buen ojo para saberlo todo.
—¿Solo crees en tus ojos? —preguntó, más bien sarcástico—. Me apena decirte, que estás equivocado, Derán y yo no tenemos nada, apenas un gusto privado, pero nada más.
—A Deri le gustas —dijo sin rodeos—. A ti también te gusta, pero —Alaster movió sus manos para acomodarlas como balanzas—, tú, estás aquí arriba —subió la mano hasta su oreja derecha—, Deri y nosotros estamos, por aquí.
La otra mano la dejó justo a la altura de su ombligo.
—En términos humanos, es como si un vendedor de celulares se metiera con la hija del presidente de una multinacional —se sostuvo la barbilla—, antes de morir, debería de escribir un libro con esa trama, seguro que tiene éxito.
Dylon lo observó, incierto y más embrollado.
—¿Qué quieres decir con esas diferencias? —preguntó el castaño. Alaster acomodó los brazos detrás de su espalda y se sonrió.
—Los Centineles servimos como seguridad, pero sabes lo que pasa con los peones en el tablero de ajedrez —su sonrisa traviesa se expandió—, son desechables, muy desechables.
El incómodo escalofrío escaló por la espalda de Dylon, tragó incómodo y observó la espalda de Derán.
—Así es como son los Centineles a los ojos de las grandes familias, incluso ante los civiles. —La sonrisa de Alaster se ensanchó, sus ojos emitían un brillo de conocimiento que Dylon no encontró llamativo, más bien, le produjo desconfianza—. Somos sus escudos, pero los escudos se pueden romper.
—No miro a Derán de esa manera —dijo, más bien ofuscado.
Alaster se rio.
—No, tú no, vamos, mírate, ni sabes usar tu magia. —Dylon tensó el ceño—. Tu abuela, por otra parte, nos mira como insectos, deberías de verla, Dylin.
—Mi nombre es Dylon, Alaster —dijo, más crudo y áspero—. Y, si mi abuela los mira de esa manera, es mi abuela, no soy como ella, ni como mi madre.
Alaster frunció los hombros con particular incredulidad.
—Veremos cuándo llegue el momento.
—¿Te han dicho que eres bastante insidioso? —replicó Dylon, separó las piernas y mantuvo la barbilla elevada.
—Sí, suelen decirlo —se sonrió ladino—, pero soy muy cool, incluso tu abuela debería de admitir antes de morir que soy su Centinel favorito.
Las cejas de Dylon se deformaron, no comprendía a Alaster. Cambiaba el rumbo de la conversación a su antojo, igual que un niño malcriado.
—Si lo que dices es verdad, dudo que lo haga.
—Te doy razón, tu abuela es una bruja de lo peor —se sostuvo una mejilla—, a veces, es complicado solo mirarla, me asusta me lance una maldición.