El sonido de dos avecillas que discutían entre sí de rama a rama, hizo que el castaño abriese los ojos primero. Su espalda alta sintió el malestar, se iba a levantar, pero la cabeza recostada contra la suya se lo impidió.
El sol estaba saliendo y el cabello negro de Derán se veía más oscuro, un poco sucio, pero el olor terroso no era incómodo en sí. Le recordaba era un hombre joven y apuesto, pues incluso debajo del aroma a sudor, se podía percibir el olorcito de su desodorante.
Dylon miró hacia arriba, manteniendo la zona posterior de su cabeza pegada en el muro que les había servido de espaldar.
El amanecer se filtraba a través del cielo denso y encapotado por nubes salpicadas. El color blanquecino de las nubes era intenso y se regaba por el firmamento, las nubes que parecían haberse despedazado alrededor de las más llenas, le recordaban al algodón de azúcar cuando no tenía color.
La luz amarillo claro del sol luchaba encomiablemente por abrirse camino, tenía las nubes de vistos ámbar y carmesí, como si magia de fuego se tragase las últimas sombras de la madrugada.
Unas cuantas ráfagas de viento despeinaron el cabello de Dylon, mientras se llevaban las masas algodonosas en el cielo, dejando que varios rayos de sol le alcanzasen los zapatos. Su siguiente respiración fue muy profunda, el aire que se filtró a sus pulmones cargado de humedad y aroma a tierra fría lo hicieron despertar por completo.
El pujido de Derán regresó a Dylon a la tierra. El pelinegro se alejó en un bostezo alto. Estiró los brazos hacia arriba y se sobó la nuca en busca de aliviar su malestar. Los párpados medio caídos del Centinel hicieron al castaño sonreír.
Era endemoniadamente encantador cuando estaba recién despierto, todo despistado.
—Buenos días, abejito.
Derán escasamente lo miró a través de sus espesas pestañas.
—¿Abejito? ¿Qué carajo? Suena como el nombre de un grupo de chicas exploradoras.
—¿De verdad? —Dylon intentó hacerse el pensativo—. Creo que te queda bien.
—¿Por mi ponzoña?
—Quizá —dijo Dylon, guiñándole un ojo.
—Demonios, me quedé dormido —jadeó de repente, recordando había dejado su turno tirado—. Oh, me sabe la boca rara —saboreó y sorbió, luego miró más agudo a su compañero—, fuiste tú, princeso sucio.
—¿Sucio? Te lo comiste como si fuese yogur.
—Qué asqueroso eres —dijo ceñudo.
Dylon le empujó con su brazo, sacudiéndole la cabeza, consiguiendo se quejase alto.
—Mierda, sé amable, me duele la cabeza, princeso.
—Oh, la abejito tragó mucho polen anoche.
—No me llames abejito —repitió, pero Dylon se rio alto y claro para besarle en la nariz.
—Eres una abejito malhumorada en toda regla. —Fue el primero en ponerse en pie, se palmeó el culo y las piernas—. Vamos, abejito,
—Sí, eres una abejito.
—Los abejitos no existen, genio. En las colmenas de abejas se llaman zánganos, no abejos. ¿Acaso no pasaste biología en el instituto?
Dylon mostró una cara pensativa y le sonrió socarrón un segundo después.
—Aprobé, pero he de decir que no me interesa en lo más mínimo. Para mí eres mi abejo y punto, si quieres pelear, adelante, ya te marqué como mío, abejito.
—Cabrón insistente. —Derán estiró una mano, Dylon lo ayudó a ponerse en pie.
El cuerpo del Centinel se balanceó un segundo; la tensión sutil en los párpados de Derán fue notoria, hasta cerró uno como si estuviese tuerto.
—Demonios, creo que bebí demasiado.
Se llevó la mano a su cinturón. Rebuscó en los múltiples servicios del mismo para finalmente sacar una bolita que parecía coco derretido con canela, se la llevó a la boca para mascarlo con afán, igual que se haría con un chicle. Sin embargo, los chicles no hacían los lagrimales se activasen con tanta significancia, ni tampoco hacía los hombros se tensasen involuntariamente.
—¿Qué es eso que comes?
—El mejor alivio para la resaca, en treinta minutos estaré como nuevo —dijo con obvio orgullo—. Sabe como si te chuparas un limón, qué mierda tan asquerosa.
Compartieron una mirada no cargada de significancia, pero al final se rieron.
—Tienes que dejar de beber tanto, te saldrá arrugas.
—No bebo mucho.
—Mentiroso. El día que nos conocimos tenías una cerveza entre tus manos y fumas, cabrón.
—Vamos, un pequeño cigarro hecho por las brujas Nosson. —El entrecejo de Dylon se tensó de repente.
—Eres muy cercano a ellas —opinó—. Escuché que son primos, ¿verdad?
—Más o menos —dijo—. Candace es prima de título, no somos parientes.
—¿Qué quieres decir?
Derán se limpió el pantalón y miró su ropa, comprobando no hubiese razones para que su padre le llamase la atención.
—Candace nació en una familia humana —dijo—. Creo que viene de un linaje distinto, no estoy seguro. Sin embargo, no es posible que una bruja sea educada por humanos.