Tiempo de Gorgonas

Capítulo 45. Tantear el terreno.

Derán comía mucho.

No lo hubiese creído de no verlo, pero pedía doble de todo. Doble ración de huevos, doble pan tostado y una taza de café grande. La mesera lo sabía, por lo que no tuvo que decírselo. Aun así, a Dylon le causó intriga… ¿cómo podía comer tanto?

A veces, a él no le pasaban más de dos bocados. Aunque solía ser cuando estaba estresado o pensativo, aun así, no debía de sorprenderse. Derán era alto y trabajaba con su cuerpo; los entrenamientos debían de consumir mucha de su energía. De no ser así, estaría regordete y rodaría en lugar de caminar.

Dylon lo observó comer durante un rato.

No tenía los mejores modales; pero comía como si de verdad lo disfrutara. Eso era reconfortante de una forma que pudo explicar. Sin embargo, comió cuando Derán empezó a mirar su plato, comprobando por qué no daba algún bocado.

—¿No está bueno? —le preguntó, tragando lo que tenía en la boca.

—Lo está. —Dylon mojó la tostada en el huevo blando.

—Suelo venir aquí un par de veces por semana, su café siempre me devuelve los sentidos.

—¿No te sientes muy cansado?

—¿Cansado? Todo cuanto quiero es darme una ducha y tirarme a la cama.

Dylon se rio bajito; no quiso admitirlo, pero cierta decepción le constriñó el corazón. Le gustaría pasar su día con Derán, solo estar con él, incluso si no hablaban de cómo salvarían el mundo al día siguiente. Mejor decir, podían quedarse en un completo silencio y él lo disfrutaría.

—¿Cuándo vuelves a tener turno? —le preguntó, cortando el trozo de beicon con cuidado.

—Mañana —dijo y rodó la mirada—. Ah, tenemos inspección de armas.

—¿Inspección de armas?

—Sí. —Ante la curiosidad burbujeante de Dylon, Derán acabó por añadirle una explicación a su parca respuesta—. Tenemos armas privadas que usamos e invocamos con nuestro pensamiento; hay otras que son de uso comunitario. Cada escuadrón tiene las suyas y, es nuestro santísimo deber, mantener esas armas limpias y relucientes después de una cacería.

Dylon retiró un trozo de comida de entre sus dientes con la lengua, como si nada ocurriese, frunció el ceño, curioso, antes de preguntar:

—¿Qué pasa si no están limpias?

—El escuadrón tiene que hacer las tareas sucias y, créeme, son sucias de verdad.

No hay peor castigo que lavar los servicios de los cuarteles. Todos… joder, son unos puercos.

—Iugh. Lo siento por ti.

—Mi escuadrón debe tenerlas limpias, pero sí tenemos algunas averiadas.

—¿Averiadas?

—Lo leí la otra noche. Averiamos algunas el día que nos enfrentamos a ese insecto de mil patas.

—Hace poco —susurró Dylon, dando un sorbo a su taza.

—Sí. No podemos arreglarlas, tampoco nos las cobran, pero tendremos que sobrevivir con las que tenemos hasta que las familias principales aprueben más presupuesto.

Escuchar las explicaciones de Derán le hacía saber que tenía tan poco conocimiento. No solo de la vida allí, sino que todo tenía una estructura bien establecida; él era tan ajeno.

—Espero que me consigas una buena arma, ahora que te tengo dentro de las altas esferas.

Dylon frunció los hombros cuando se rio.

—Este árbol no tiene hojas —dijo—. No tengo ninguna influencia, más bien, todo lo que sé lo que estoy aprendiendo de ti.

—Joder, ese tipo de afirmación no se puede hacer mientras desayunamos, me vuela la cabeza con ideas de todo lo que puedo enseñarte. —Le guiñó un ojo y Dylon rodó los suyos.

—Para ya de ser un pervertido.

—¿Pervertido? ¿Yo? Vaya, qué falta de respeto. Soy de imaginación sensual, es muy diferente, mi buen muchacho.

—No me llames buen muchacho, suenas como un viejo pervertido. —Derán soltó una risotada y Dylon, Dylon lo miró. Detallaba cada movimiento con la precisión de una cámara de video.

Estaba en desventaja, lo sabía.

Derán… era el primer hombre que le gustaba abiertamente. El primero que lo había tocado y escuchado, besado con tanto ardor. Una parte de Dylon, la más mezquina y retorcida, quería atraparlo entre sus dedos para mantenerlo allí, donde estuviese bajo su vista.

Era precoz en el amor, idiota, sin duda. Pero no quería perder a Derán. Derán era la puerta abierta hacia todo lo que nunca se había atrevido a experimentar de sí mismo.

—Entonces, princeso, ¿qué harás tú hoy? —preguntó Derán y Dylon se desinfló por dentro.

«Esperaba pasar el día entero contigo».

Sí, sonaría demasiado desesperado decirlo en voz alta. Mejor si se quedaba en su cabeza, de donde no debería de salir aquella afirmación tan lamentable.

—Volveré a la casa de la señora Nosson.

Quería encontrarse con ella.

—¿Nosson? ¿Volverás con esa vieja bruja? ¿Por qué? —El entrecejo y la mandíbula de Derán se apretaron.

—Quiero que me enseñe.



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En el texto hay: bl, gay, magia

Editado: 16.11.2025

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