Tiempo de Ja Logüin
Tiempo de Ja Logüin
Definitivamente no había nacido para vivir enjaulado, el confinamiento por la pandemia lo estaba alterando.
Hasta había empezado a fumar, para tener una escusa y estarse en el balcón aunque más no sea, a pesar de que el frio del próximo invierno lo desaconsejara.
Helena le observa molesta desde el interior de la sala mientras miraba las últimas noticias. Las relaciones se estaban poniendo tensas y no sabía qué hacer, es más, ni siquiera sabía si quería hacer algo.
Un relámpago, cruzando el cielo a lo lejos, llamo su atención y por eso vio como Alonso atendía el teléfono. Fue una llamada corta, si no le hubiera estado mirando posiblemente ni la hubiese notado.
El hombre guardo el móvil en el bolsillo, apago el cigarrillo contra el cenicero puesto al costado de la puerta ventana y salió del balcón.
Casi sin decir palabra fue a la puerta de entrada, tomo el abrigo y las llaves.
- ¿Te vas? – pregunto ella sin mirarlo casi.
- Si – fue la escueta respuesta.
- Hay toque de queda –
- ¿Toque de queda? – sonrió despectivamente.
- ¿A dónde vas? –
- A la iglesia, a rezar un poco – ella le miro significativamente y eso le hirió más que cualquier cosa obligándolo a aclarar – a pedirle a Dios que nos ayude, porque lo que es la “ciencia” parece que no puede hacer nada – esta vez la molesta por las palabras fue ella.
Ya en la calle lo único que vio fue un patrullero, de los encargados de hacer cumplir el confinamiento. Sonrió, esos ganapanes no eran guardia para detenerlo a él, no lo habían podido hacer los herejes en Flandes, menos esos policías más ocupados en protegerse del frio que en cumplir su deber.
Al llegar a la iglesia alguien le llamo
- Pst, compañero – susurró su espalda, haciéndole voltear violentamente dispuesto a defenderse.
- He, para macho, está bien que hace rato no nos vemos, pero ¿no me habrás olvidado? –
- Pacino venga ese abrazo compañero – y extendió los brazos para saludar.
- Guarda, mantengamos la distancia social – dijo el otro dando un paso atrás.
- Distancia social y que mierdas – maldijo el soldado.
- No te enojes, son los tiempos que corren – disculpó el detective - ¿a ti también te llamaron? –
- Si, ¿sabes de qué se trata? –
- No, solo me dijeron que viniera aquí y esperara –
- Lo mismo. Que misterio –
- Así es – afirmó Pacino, sacando un cigarrillo. Ante la mirada de Alonso - ¿no me digas que has chapado el vicio? –
- Bueno, vicio, vicio no, solo alguno de vez en cuando, por los nervios –
- Mala cosa amigo – sentencio Pacino ofreciéndole uno.
Fumaron en silencio, como se hace en las trincheras, cubriendo la brasa con la mano para que no se vea el brillo, moviéndose entre pitada y pitada, para evitar ser blanco de algún “cazador” y espirando el humo como con miedo, tratando que se disipe sin hacer nube.
Antes de terminar el cigarrillo una figura apareció fugazmente en el contra luz de uno de los faroles laterales. Sobre saltados apagaron los cigarros y se apretaron contra la oscura pared.
No esperaron mucho, pocos segundos después la voz sonó clara… del lado contrario al que la esperaban.
- Me alegro que hayan podido venir – No podían creer lo que escuchaban.
- ¿Ernesto? –
- ¿Fue usted quien nos sito? –
- Efectivamente tenemos una misión –
- ¿El ministerio esta operativo de nuevo? –
- No precisamente –
- ¿Entonces? ¿es extraoficial? –
- Más o menos – aclaró.
- Bueno, menos vueltas ¿Qué se trae? – urgió Alonso, frotándose las manos para entrar en calor.
- No tenemos mucho tiempo, vamos, de camino les cuento –
- ¿Nos cuenta? ¿viene con nosotros? –
- Pues eso he dicho ¿no? –
- Si, seguro, pero ¿Por qué? ¿no hay otros agentes? –
- Con esto de la pandemia no es fácil juntar gente, el único que podría haber venido es Julián, que buena falta nos puede llegar a hacer, pero el pobre está a tiempo completo combatiendo esta plaga y necesita todo el descanso que pueda obtener –
- ¿Y Amelia o alguna de las otras chicas? –
- Me temo que esta no es una misión para mujeres –
- Upa, esa afirmación le puede costar caro jefe –
- Me importa menos que un bledo lo que digan, esto no es para mujeres y ¡no es! – la cosa debía estar fea para que Ernesto contestara así.
Sin decir más le siguieron hasta la iglesia y entraron en ella por una puerta lateral con una llave que Ernesto saco de entre sus ropas.
Dentro la majestuosidad del ambiente resultaba sobrecogedora, apenas iluminada por la titilante luz del sagrario y algo de claridad de la calle que se filtraba por los vitrales.
La poca visibilidad parecía no importunar al Ernesto, que con paso seguro siguió andando hasta que se detuvo frente a una capilla lateral. Respetuoso se hincó y pareció musitar una pequeña plegaria a la virgen mientras Pacino y Alonso lo alcanzaban.
Cuando ellos estuvieron a su lado el hombre se incorporo, devotamente beso la cruz que llevaba colgada del cuello con una gruesa cadena, antes de ocultarla nuevamente entre sus ropas.
- Vamos muchachos – dijo santiguándose nuevamente ante la virgen para después entrar al pequeño confesionario que allí había.
Imitándolo Pacino y Alonso fueron tras él.
Al salir de la puerta se encontraron en un armario con ropas marineras. Eso y el movimiento del piso pusieron sobre alerta a Alonso que, poniéndose tenso preguntó.
- ¿Qué hacemos aquí?¿No estaremos en un barco? –
- Tranquilo Alonso – lo calmó Ernesto – es solo por unos minutos, debo hacer una consulta aquí y nos vamos antes de que se maree – río – aparte este no es “un barco” es el “Santísima Trinidad” y aun le quedan varios años antes de depositar sus costillas en el fondo del mar – aclaró con alguna gracia mientras abría la puerta y aparecía en la estancia.