La noche los recibió bastante antes de lo previsto, la pérdida de tiempo de la mañana y unos yacarés que se les habían cruzado a la salida de un arroyo los habían retrasado, por lo que tuvieron que improvisar campamento, lo que en si no era tan malo, lo malo era que no tenían tiempo, y ahora estaban lejos del punto en que Irene se había comunicado. Si no llegaban el próximo día, antes de que se moviera, sería mucho más difícil encontrarla.
A la mañana siguiente se pusieron en marcha antes de la salida del sol, desafiando el peligro de las aguas aun oscuras.
El fragor de los saltos de Itaipu se dejo oír, por suerte con suficiente antelación, y, aun a oscuras, pudieron desembarcar para salvar el obstáculo. Luego de un par de horas volvieron al agua, entonces se hizo un extraño silencio, no exento de sonidos, solo que todos parecieron opacarse antes el extraño vibrar de algo así como las cuerdas de un violín que entonaban una agradable melodía.
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Julián, Alonso y Pacino avanzaban tan rápido como podían, pero ni lejos lograban alcanzar el paso de los guaraníes, hombres acostumbrados al terreno, que se movían en con gráciles movimientos, saltando ahora aquí, ahora allí, de un árbol a una piedra, de la piedra al sendero, todo con un ritmo endemoniado y una agilidad inimitable. El ser humano en su estado prístino, como debió ser en el Edén
Al llegar a uno de los tantos arroyos, crecidos en esta época del año, hicieron un puente con ramas, por el cual cruzaron todos, menos uno, que se retrasaba sin que lo hubieran advertido.
El hombre se mostraba esquivo. Julián se acercó a indagar de qué se trataba
Pidiendo permiso, Julián inspecciono la herida, nada que no se pudiera solucionar…si se tuvieran los medios médicos adecuados. Como pudo limpió la zona, le hizo una fuerte compresa con unas hierbas que le alcanzaron, no las conocía, no sabía qué efecto podrían tener, pero, ¿Qué otra cosa podía hacer allí, sin medios?… muy poco más.
Después de todo el paraíso también tenía sus falencias.
Siendo lo más disimulado posible le tomo una foto a la lesión, ni bien pudiera ponerse en contacto con el ministerio quizás podría enviarla, por lo menos para identificar qué tipo de araña la había causado.
Con mucho cuidado continuó el avance, hasta la costa del caudaloso rio, desde la cual se veía claramente la caravana de bandeirantes con la gente atrapada que llevaban atados unos a otros.
Lo único que los separaba era el Iguazú, y cruzarlo no sería fácil.
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Los portugueses se habían puesto en marcha, aun no habían andado mucho cuando un silbido agudo rasgo el silencio de la marcha y un hombre cayó al suelo, gravemente herido.
El combate no se hizo esperar, desde la espesura salían flechas y dardos hacia la caravana, de esta balas de mosquete y otras armas de fuego hacia la selva.
Pero los de la selva, por esta vez, llevaban las de ganar. Al cabo de algún tiempo los indios salieron de la espesura, y, reduciendo a los últimos defensores, se dispusieron a pasarlos a cuchillo.
¡Pacino! Irene no podía de alegría al verlos aparecer, pues junto a él también estaba Julián y Alonso
A pesar de estar vestidos de época, obviamente no lo eran.
Uno de los soldados, mientras les hacían el cacheo descubrió la pistola automática de Pacino
El argumento era irrebatible
El portugués medito la respuesta, luego conto la cantidad de capturados, lo cotejo con una lista que tenia y aceptó, haciendo una seña ordeno a los bandeirantes que la liberaran
Estos se reusaron a hacerlo, pero basto un disparo de mosquete y una orden que no admitía dudas para que lo hicieran.
Sin embargo Irene no abandono el grupo, se negaba a irse sin la niña y esta no lo haría sin su madre y parientes.