En medio de la noche fría y silenciosa, un hombre de cabellos cortos y negros camina bajo la luz de la luna en completa soledad. Es una figura oscura y misteriosa que surca el halo lúgubre de una noche en absoluta calma.
Esta vez los grillos se han marchado, y nada más que los sonidos de sus zapatos resuenan en una calle abandonada por el tiempo, llena de la maleza salvaje que crece descontrolada en lo que antaño fuera el Puerto Sur de la ciudad de Edher, el lugar más concurrido por los pescadores, los comerciantes y los mercaderes.
Pero aquella fue otra época, otro tiempo. Aquel lugar abandonado y triste vio crecer al joven que, confiado, camina sin temor en medio de los recuerdos de una niñez oscura y áspera. También abandonada.
La figura solitaria continúa su camino por el sinuoso terreno de lo que alguna vez fue el camino principal. Un lugar en ruinas, un sitio desolado. Lo único que le queda a aquel joven muchacho que vivió entre la tragedia y la ruina, entre la muerte y la vida.
Su nombre, tan olvidado en los labios de los antiguos habitantes de Puerto Sur, es Elijah. Pero ahora lo conocen como Elliot Renan, el empresario más sobresaliente e importante de la ciudad. Aunque eso ahora no importa, es una pantalla necesaria que utiliza para sobrevivir el día a día.
Elliot camina altivo por el sendero de tierra, sin importar que el polvo se eleve con su andar y se adhiera a sus ropajes. El joven empresario sigue el rumbo del camino hasta que, poco a poco, el deshabitado sector del Puerto Sur queda detrás suyo y se ven los nuevos edificios que la ciudad de Edher ha construido con el pasar de los años.
Ahora aquel lugar que lo vio crecer no es más que una playa abandonada a la que todo el mundo le dió la espalda, y a la que nadie se atreve a entrar de nuevo.
El empresario lleva caminando poco más de una hora en completo silencio. Lo único que lo acompaña es el latir de su corazón y el sonido de su respiración una vez pisa el asfalto de las carreteras de Edher. A Elliot no le molesta caminar, es más, lo ama a tal punto que todas las noches recorre el mismo trayecto desde su apartamento, en el centro de la urbanización, hasta las orillas de la playa principal del Puerto Sur. De ida y vuelta, sin parar.
Hay noches que dedica más tiempo a vagar por las vacías y sombrías calles de aquella ciudad pesquera olvidada por el tiempo, pero esta vez tiene un importante compromiso que atender.
Tanta importancia tiene la pronta reunión que Elliot, una vez hubo entrado en las primeras calles de la ciudad de Edher y después de sacudir sus ropajes, toma el primer taxi que cruza para poder llegar a tiempo al respetado restaurante Fiori di ciliegio, uno de los lugares más destacados y costosos de toda la capital.
El conductor, un hombre mayor con los inviernos surcando su rostro, se desplaza con maestría frente al volante, recorriendo avenidas y transitadas calles hasta llegar a la cuadra del magnífico restaurante. El conductor se baja educadamente de su auto al llegar a las puertas del edificio y, con amabilidad, le abre la puerta a Elliot para que pueda descender del vehículo.
-Muchas gracias- responde Elliot afable ante el gesto del hombre, y le cede un billete de la más alta denominación, una cantidad que triplica el costo del viaje.
El hombre toma el dinero con una expresión de asombro en el rostro, pero le dedica una sonrisa y le agradece infinidad de veces.
Elliot no vuelve a mirarlo, camina de nuevo con la cabeza en alto hasta la entrada del respetable recinto. Aunque hay un gran obstáculo que le dificulta culminar su objetivo: una gran conglomeración de paparazzis se encuentra ante las puertas del sitio tratando de tomar fotos del interior y, cuando notan la presencia de Elliot, se lanzan sobre él cual buitres.
-¡Señor Renan!, ¡Señor Renan!- gritan a su lado.- ¡Por aquí, por favor! ¿Puede regalarnos unos minutos de su tiempo?
Con fastidio, Elliot logra avanzar entre el mar de gente para poder llegar a la entrada del restaurante, esto repartiendo saludos y negando proposiciones todo el trayecto. Al llegar ante la puerta un par de mayordomos lo reciben con sumo respeto y lo invitan a pasar, alejando a los medios y rezegándolos fuera hasta que, de nuevo, se apretujan contra los muros del lugar para intentar conseguir buenas fotos de lo que sucede dentro.
El host, un hombre bastante viejo vestido con un elegante traje negro, se inclina ligeramente haciendo una reverencia ante Elliot y lo invita, con un gesto, a que se adentre en el recinto.
-Muy buenas noches, señor Renan. Es un placer darle la bienvenida- dice cortésmente.- Adelante, lo están esperando.
Elliot asiente con la cabeza y se abre paso al interior del recinto, en dirección a la única mesa que está ocupada. El restaurante fue completamente reservado para aquella reunión y, aparte de las personas ya sentadas, el recinto permanece solitario.
-Oh, al fin llegas- lo saluda una suave voz en medio de una gran sonrisa.
Quien lo recibe es una mujer de relucientes ojos miel tras unas gafas sencillas, con el cabello castaño recogido en una cola de caballo un poco despeinada. La mujer se levanta y camina hacia él, extendiendo los brazos e invitándole a abrazarla. Con ello, Elliot se da cuenta de que viste un elegante vestido aguamarina de corte imperio, largo hasta los tobillos, y con una cinta reafirmando su cintura.
-Hola, Mau- responde Elliot con cariño.
Maureen lo mira con ternura unos segundos antes de tomarle de las manos y llevarlo hasta la mesa, donde sus acompañantes se habían quedado sin ánimos de levantarse.
La mesa es cuadrada, por lo que cada uno de ellos está sentado en una de sus aristas. El asiento de Maureen está situado frente a la entrada, por eso pudo verlo desde que llegó. A su lado derecho está un hombre de facciones asiáticas, con el cabello negro peinado al estilo juvenil a pesar de la edad de este, con ojos profundos y la mirada calmada. Lleva un traje slim fit gris claro y una camisa azul turquesa.