VIII: Llegada a la fiesta

Uno de los principales sospechosos en la muerte de Henry Rocher fue la familia Betancourt. Al principio, cuando los agentes de la policía confirmaron que había sido un asesinato, se inculpó a la familia ya que eran la principal competencia en el mercado laboral de los Rocher. A pesar que de la familia del afamado empresario posee renombre y poder en la ciudad, la verdad es que está siempre a la sombra de la familia Betancourt.

Aunque es muy pretencioso llamarlo familia. La señorita Margareth Tatcher se había casado con el abogado Sebastian Betancourt cuando tenía veinte años de edad. Era una joven de belleza inigualable, pero todos quienes la conocían sabían que era una víbora. Una mujer astuta que había llegado de quién sabe dónde, y había forjado una historia a base de mentiras y engaños. Se había enamorado de Sebastian desde el momento en que lo vió en la portada del periódico, y logró convencerlo de abandonar a su prometida y casarse con ella. Además, logró hacer que Sebastian dejara su trabajo de abogado y se metiera de lleno en las finanzas.

Aquel matrimonio resultó estéril, y terminaron adoptando a un niño japonés de dudosa procedencia, cuyo nombre verdadero fue borrado del registro para dar paso a Anders Betancourt, un joven bellísimo de sedoso cabello oscuro y penetrantes ojos azules.

Son una familia excéntrica, fría y muy peligrosa. Todos los miembros de la sociedad les tienen miedo disfrazado de respeto, todos quieren ser sus amigos, y temen con fervor convertirse en sus enemigos.

Empero, la familia Rocher les había robado clientes por décadas, así que estaba previsto que tomaran venganza contra ellos, aunque nunca hubieran imaginado que matarían al hijo de André Rocher.

Sin embargo, los cargos fueron retirados al no encontrarse ninguna pista, prueba o relación que involucrara a alguno de los miembros de la estirpe, sus allegados o sus trabajadores con la escena del crimen o con Henry Rocher en sus últimos días más allá de las invitaciones para su próxima fiesta de caridad, por lo que la sospecha de la familia fue abandonada casi por completo.

Los Betancourt realizan, con bastante frecuencia, fiestas de caridad para disfrazar varios de sus negocios turbios y mantenerlo todo bajo la fachada de “tratos amistosos”, aunque todos saben que no lo son. Estas fiestas se organizan siempre en su exuberante mansión y siempre con la puerta abierta a reporteros, fotógrafos y algunos policías, pero nunca a ciudadanos de clase media o baja. 

Es una de sus numerosas fiestas para la caridad la que sucede 10 días después de encontrar el cuerpo de Henry Rocher: el domingo 30 de julio. Esta vez, por motivos de luto, a los reporteros y fotógrafos se les pidió no asistir para mostrar respeto a la familia Rocher, aunque el evento en sí parece una burla hacia su muerte.

Esa noche, Margareth viste un magnífico vestido turquesa adornado con perlas auténticas, haciendo gala de su envidiable cabellera rubia y su cuerpo sensualmente trabajado; y su esposo, Sebastian, luce un exquisito traje de pingüino de la más fina hechura, con el cabello oscuro y largo perfectamente amarrado en una coleta baja; y su hijo, bueno, su hijo aún no ha llegado.

Entre los presentes se encuentran Lord y Lady Rocher, aunque la forma en que disfrutan de la fiesta no concuerda con la figura de unos padres atormentados por la muerte de su hijo. El senador, Gerald Danvers, conversa animadamente con Joffrey Carol, el obispo representante de la Iglesia de Edher. Susan Clare, empresaria y dueña de Silen Inc, charla con Dimitri Adams y Evan Miller, ambos galardonados economistas. También se encuentran respetados doctores cirujanos, importantes figuras políticas, banqueros, comerciantes y mercaderes, artistas del medio y algunos miembros de grupos de ayuda para la caridad. 

Elliot Renan y Fabien Lutegui conversan tranquilamente en una esquina del salón, bebiendo vino espumoso y haciendo buen uso de las bandejas de tentempiés que reparten los meseros. En la lista de invitados también está el nombre de Maureen Evans, pero la prometedora diseñadora de software no pudo asistir al evento debido a problemas personales. 

-¿Y cómo va el trabajo?- pregunta Elliot, bebiendo de su copa.

-Un poco aburrido por los recientes sucesos, los proyectos de investigación están pausados a la espera del presupuesto que brinde la familia Rocher- responde Fabien, tomando un bocadillo a base de gamba frita.

En la misma estancia se encuentran los detectives Chester Jones y Anthony Foster, quienes además de preservar la paz durante el banquete, están en la fiesta para continuar su investigación. En el mapa enviado a la comisaría, el cual tiene diversas líneas y manchones, está rayado la mansión de los Betancourt, por lo que Chester solicitó un permiso para asistir a la fiesta y tratar de observar la situación desde adentro, aunque Anthony duda de que el asesino se presente a la fiesta como un invitado cualquiera.

A pesar de que aún no entienden lo que significa cada marca en el mapa, Chester tiene la corazonada de que algo sucederá esa noche dentro de la fiesta, aunque el precio de tener la razón no sea lo que espera.

La fiesta se desarrolla sin contratiempos, los meseros reparten copas y vino a cada persona presente y surcan los conglomerados de gente con charolas repletas de bocadillos, gran parte de ellas a base de mariscos y pescados. Margareth observa las distintas interacciones de sus invitados desde el balcón privilegiado en el que se encuentra acompañada de su esposo y un par de magnates de los negocios.

La mujer sonríe mientras bebe champagne de una copa alargada de cristal antes de volver a mirar Sebastian, aquel hombre que, a pesar de los años y de todo lo que han vivido juntos, sigue amando con intensidad.

Sebastian charla con los empresarios acerca de negocios para expandir su imperio y convertirse en accionista dentro de sus empresas. Margareth no puede evitar sentir mariposas en el estómago cada vez que lo ve, aunque lleven más de veinte años casados.