Si alguien dijera que en Bernabé no pasa nada, tendría razón… pero sólo hasta cierto punto. Porque sí, a simple vista, es un pueblo en medio de las montañas del Ecuador donde los relojes parecen atrasarse a propósito, donde las vecinas compiten por quién hornea el mejor pan y donde el mayor escándalo del mes puede ser que Clara se olvidó de regar las begonias. Pero Bernabé guarda un secreto. Uno que huele a escoba quemada, a pociones mal mezcladas y a pasado sin resolver. Un secreto que está a punto de despertar con los llamados tiempos nuevos.
Todo comenzó mucho antes de que Rita llegara al pueblo. Muchísimo antes, en una caverna oculta entre las grietas de los Andes. Allí vivía Matilde, una bruja vieja y malhumorada, de esas que nunca se ríen a menos que hayan envenenado algo. Una noche sin luna ni testigos, Matilde dio a luz a dos criaturas. O mejor dicho, a dos destinos. Gemelas, sí, pero no idénticas: Rita tenía la mirada suave y las manos que temblaban antes de conjurar. Clotilde, en cambio, nació con una sonrisa torcida y los ojos siempre encendidos. Eran opuestas en todo, desde su forma de caminar hasta la forma en que el silencio las habitaba. Rita y Clotilde.
Como dicta la vieja maldición —porque en este tipo de historias siempre hay una maldición— cada bruja mala da a luz a una buena y a una mala. Nunca se sabe cuál es cuál hasta que algo explota. O alguien muere. En este caso, ambas cosas.
Cuando ya tuvieron edad suficiente para comprender la magnitud de lo que eran, Matilde reunió a sus hijas en un rincón húmedo de la cueva y les soltó la verdad con una frialdad calculada. Las palabras cayeron secas, sin emoción. Rita pestañeó confundida. Clotilde solo cerró los puños. "Son brujas, las dos. Pero cada una decidirá en qué se convierte". Rita sonrió. Clotilde frunció el ceño. Y entonces, todo se salió de control.
Durante años, Rita intentó ignorar la oscuridad que llevaba en la sangre. Vivió bajo el techo de Matilde, aprendiendo a mezclar pociones, a leer símbolos antiguos, a flotar sobre el suelo sin que sus pies lo tocaran. Pero no era feliz. Su magia se sentía como una jaula.
Con el paso del tiempo, lo que al principio fue una convivencia forzada entre las hermanas se convirtió en un campo minado. Clotilde aceptó su papel con fervor: se volvió poderosa, temida, y cruel. Rita, en cambio, se volvió silenciosa, distante, observadora. Planeaba su escape, sí, pero sabía que hacerlo demasiado pronto significaría la muerte. Tenía que esperar. Resistir. Hasta que una noche, cuando la tensión entre Clotilde y Matilde se volvió insoportable, Rita supo que ese era su momento.
Mientras madre e hija se enfrentaban en una batalla que hizo crujir la montaña —con rayos surcando la cueva, sapos que hablaban en lenguas antiguas y serpientes que bailaban al ritmo de hechizos—, Rita recogió su capa y su escoba, no la mejor ni la más veloz, pero suficiente para su cometido. Había llegado el momento. Ya no era una niña confundida ni una aprendiz temerosa: era la bruja buena, la que se negaba a repetir la historia de su madre. Sabía que si se quedaba, sería devorada por la oscuridad que ahora llenaba el pecho de Clotilde. Así que con un último vistazo a la caverna que había sido su prisión, alzó el vuelo.
El viento de la montaña golpeó su rostro, frío y cortante, pero también liberador. No miró atrás. No dudó. En ese instante, eligió ser quien era: la que rompe el ciclo.
Cuando los gritos cesaron, sólo Clotilde quedó en pie. Matilde, la vieja bruja, había sido vencida. Y Rita, la bruja buena, había desaparecido en la noche, rumbo a un lugar donde su nombre no significara peligro.
Desde entonces, Clotilde ha estado buscando a Rita. No por cariño, claro. Sino porque hay algo más poderoso que el odio: el rencor entre hermanas. Rita huyó, cruzó valles, quebradas y páramos, y un día llegó a Bernabé. Un pueblo tan insignificante que parecía el escondite perfecto. Se disfrazó de chica servicial, se alisó el cabello, se puso un delantal, y se hizo pasar por empleada doméstica. Nadie sospechó. Porque en Bernabé, las brujas no existen. O eso creen.
Pero Clotilde ya está en camino. Y no viene a saludar.
Así comienza esta historia: con una caverna, una maldición, y dos hermanas que no podrían ser más diferentes. Una intenta olvidar quién es. La otra quiere recordárselo... a la fuerza.
Y tú, lector curioso, estás a punto de entrar al corazón de Bernabé. Donde nunca pasa nada... hasta que alguien decide que lo imposible debe pasar.
(O hasta que una bruja se cansa de esconderse.)