Benjamín estaba tirado en el sofá del salón principal, con el rostro tenso y los ojos perdidos en el techo, mientras jugaba nerviosamente con una cuerda del cojín. Ricardo, sentado al otro extremo de la habitación, revisaba su celular como si no escuchara, aunque ya tenía el oído entrenado para ese tipo de confesiones de su hermano.
—No quiero exagerar —dijo Benjamín finalmente, rompiendo el silencio—, pero creo que María podría haberme lanzado una sartén si se quedaba un minuto más enojada.
—¿Otra vez discutieron? —preguntó Ricardo, sin apartar la vista de la pantalla.
—Sí. Y esta vez fue por tonterías. Que si no la acompaño al cine, que si me quedo dormido mientras hablamos por videollamada… lo de siempre. Pero lo que más la molestó fue que le dije que necesitaba volver antes de que mamá hiciera un escándalo por el pueblo si se enteraba de que me quedé a dormir en su casa. María se sintió como si estuviera escondiéndola, y eso fue lo que más le dolió.
—¿Es porque quedaste allá otra vez?
Benjamín asintió, encogiéndose de hombros.
—Sí. Y tú lo sabías, ¿no? Si no me delataste fue porque sabes lo que puede pasar si mamá se entera. Pero como terminó la noche… mira cómo estoy ahora.
Ricardo dejó el celular a un lado y lo miró con atención.
—¿Y crees que ya se enteró? ¿O que alguien más lo sabe? Porque si Clara vio algo, entonces el pueblo entero ya está escribiendo canciones sobre tu noche romántica.
Benjamín se tapó la cara con ambas manos.
—No me digas eso. A este paso, María se va a enterar de cosas que ni siquiera han pasado.
Justo en ese momento, se escucharon pasos entrando a la sala. Era Tomás, su padre, con una taza de café en la mano y una ceja levantada.
—¿Así que ahora los dramas juveniles se discuten en horario estelar? —comentó con media sonrisa.
—¡Papá! —se sobresaltó Benjamín, incorporándose—. Pensé que estabas en el patio.
—Lo estaba. Pero vine por más café y me topo con esta escena de telenovela. Ricardo, déjanos un momento.
Ricardo, conteniendo una carcajada, se puso de pie.
—Suerte, hermano —dijo al pasar, saliendo de la sala.
Tomás se sentó frente a su hijo con esa calma entrenada que solo los años dan. Tomó un sorbo de su café, lo saboreó, y luego habló:
—Mira, Benjamín. Sé que estás saliendo con María. Y también sé que tu madre piensa que esa relación es una bomba a punto de explotar… en capítulos.
—¿Y tú qué crees? —preguntó Benjamín, a medio camino entre la intriga y la resignación.
—Creo que las relaciones jóvenes necesitan espacio para chocar, tropezar, volver a armarse. Si no lo hacen ahora, no aprenderán nunca a repararse de verdad. Eso sí…
—¿Eso sí…?
—Eso sí, ni se te ocurra contarle a tu madre que yo apoyo que te quedes en casa de María. Quiero seguir con acceso libre al azúcar y sin dormir en el sofá.
Benjamín rió.
—¿Te escondió el azúcar?
—Una semana entera. Tu madre es silenciosa, pero letal. Así que cuida cómo te mueves, disimula mejor al entrar y salir. Porque si hasta Clara lo sospecha… es cuestión de horas para que lo sepa todo Bernabé.
Tomás dejó la taza sobre la mesa con suavidad y miró a Benjamín con expresión más seria, aunque sin perder esa calidez que lo caracterizaba.
—Hijo, yo no soy como tu madre. Ella tiene sus reglas, su forma de ver la vida… y sus razones, claro. Pero yo creo que uno aprende a través de los errores. Que amar a alguien implica pasar por cosas como esta: discusiones, desacuerdos, momentos incómodos. Lo importante es cómo sales de eso, cómo construyes desde el caos.
Benjamín lo miraba con atención. Necesitaba oír esas palabras desde hacía mucho tiempo.
—¿Y si ella se cansa? ¿Y si esta pelea fue más seria de lo que creo?
Tomás sonrió de lado, luego lo miró con cierta picardía.
—Mira, Benjamín… tú no lo dices, pero yo sé que tienes un don. Tus poemas. Los he leído, aunque los escondas entre cuadernos y debajo de la cama. Tienes alma de poeta, hijo. No cualquiera escribe con tanto sentimiento. Aunque a veces rimes "María" con "alegría" como si fuera canción de feria.
Benjamín se rió, algo avergonzado pero visiblemente halagado.
—¡No todos riman con precisión profesional, viejo!
—Tal vez no, pero tienen algo que muchos no: verdad. Y eso, María lo siente. ¿Por qué no se los haces llegar? Un poema a la antigua. Una carta bien escrita. Hazle saber que aunque discutieron, sigues ahí, escribiéndole desde el corazón.
—¿En serio crees que eso sirva?
—No será peor que quedarse callado. Y si no funciona… al menos te queda la satisfacción de haber hecho algo digno. A lo mejor hasta terminas publicando un libro de poemas llamado "Oda a una novia furiosa".
Benjamín se rió, pero negó con la cabeza.
—Eso de mandarle una carta es muy de otra época, papá. Demasiado cursi. ¡Más cursi que mis propios poemas! Yo los he escrito en silencio, sí, pero no sé si quiero convertirme en el poeta romántico del pueblo.
Tomás se cruzó de brazos y levantó una ceja con teatralidad.
—Entonces cántaselos. Convierte esos versos en una canción. Nada enamora más que una serenata, incluso si es medio desafinada.
Benjamín abrió los ojos como platos.
—¿Cantarle? ¿Tú crees que yo…? ¡Papá, nunca he tocado un instrumento! Y si crees que tengo buena voz es porque no me has escuchado en la ducha. Si le canto, no la recupero: la ahuyento para siempre. Capaz hasta llama a los bomberos creyendo que me estoy ahogando.
Tomás soltó una carcajada.
—Bueno, entonces quizás el silencio sí es tu mejor aliado. Pero piénsalo, hijo. Hay muchas formas de decir lo que uno siente. Tal vez no sea una carta, ni una canción… pero algo tienes que hacer. Porque quedarse quieto, cuando uno ama, también es una forma de perder.
Tomás se quedó pensativo unos segundos, como si una idea acabara de colarse por la rendija de la memoria.