El día del paseo llegó con sol brillante y cielo despejado, como si Bernabé hubiera decidido darles una tregua a sus habitantes. Todo el pueblo sabía del paseo a la laguna. Algunos lo esperaban como oportunidad de chisme, otros como escape. Pero entre los más esperados... había dos grandes ausentes: Javier y Benjamín.
—No voy —fue la respuesta definitiva de Javier esa mañana, mientras acariciaba su guitarra apagada.
—Ni yo —replicó Benjamín desde el otro lado de la calle, en pijama, tapado con su cobija de cuadros como si fuera armadura contra la vergüenza.
Así, los amigos comenzaron a movilizarse sin ellos. Violeta pasó por María temprano. Ambas llevaban mochilas livianas, sombreros y una determinación de que nada iba a salir mal. Al menos no esta vez.
—Hoy hablamos —dijo Violeta—. Y si no quiere hablar, al menos lo empujamos al lago.
María sonrió, aunque el corazón le latía un poco más rápido de lo normal.
Mientras tanto, en casa de los Chiriboga, Rita se arreglaba con entusiasmo. Clara, que debía ir con ella, corría de un lado a otro ayudándola.
—¿Llevas protector solar? ¿Toalla? ¿Ese sombrero que te hace ver misteriosa y adorable a la vez?
—Sí, todo. Y tú, apúrate que nos vamos.
Pero justo cuando estaban por salir, Victoria apareció en la puerta.
—Clara, necesito que te quedes. De verdad. Es algo importante.
Clara miró a Rita, frustrada.
—Ve tú. Yo me quedo. Pero después me cuentas todo. TODO.
—Prometido —dijo Rita, abrazándola rápido antes de salir.
Justo entonces, Ricardo apareció en el pasillo, también listo para salir, con la mochila al hombro y las gafas de sol en la cabeza. Pero Victoria, desde la cocina, lo llamó con voz firme.
—Ricardo, tú también. Necesito ayuda urgente. Hay una gotera en el techo y ha mojado todo el cuarto de las visitas. Clara me va a ayudar a mover y secar cosas, pero alguien tiene que subirse a ver qué pasa allá arriba. Y ese alguien, por desgracia, tiene tus piernas largas y tu casco de ciclista que también sirve para techos.
Ricardo y Clara se miraron, frustrados. Ella levantó una ceja como diciendo: "¿Ves? No soy la única atrapada."
—Está bien —dijo Ricardo, dejando su mochila a un lado con resignación—. Pero después me cuentan TODO lo que pasó en esa laguna misteriosa. Con lujo de detalles. Aunque siendo sincero, al final iban solo mujeres... así que mejor me quedo aquí, arreglo el techo y luego me tomo una cerveza bien fría. Me lo gané.
Al final, Rita se vio yendo sola por el sendero hacia la laguna, con la mochila al hombro y una mezcla de emoción, resignación y nervios que le bailaba en el pecho. Antes de salir, Rita hizo un último intento. Le mandó un mensaje a Javier: "Clara y Ricardo tampoco van a ir... así que iré sola. ¿No quieres venir conmigo? No tienes que cantar, solo acompañarme."
La respuesta no tardó mucho. "No quiero salir. No quiero que me vean. Ni que me pidan una canción."
Rita suspiró. No insistió. Lo entendía... aunque le dolía. Se quedó unos segundos mirando el teléfono, como si esperara que cambiara de opinión. Pero no lo hizo. Así que respiró hondo, se ajustó el sombrero y decidió ir sola. Porque a veces, incluso el amor necesita espacio para desordenarse.
En la laguna, María y Violeta ya estaban instaladas bajo una sombra, sentadas en mantas con frutas, jugos y una pequeña radio encendida con música suave. Conversaban tranquilamente, disfrutando del paisaje sereno de la laguna, mientras el sonido del agua y la brisa les acariciaban el ánimo.
—Este lugar tiene algo mágico —comentó Violeta, mirando el agua que se deslizaba en silencio—. Como si aquí todo se pudiera arreglar. He venido desde niña y nunca me falla.
—Sí... es como que el aire es más liviano —dijo María, y luego, tras una pausa—. ¿Tú crees que Benjamín venga?
Violeta negó con la cabeza.
—Ricardo me dijo que no. Que no quiere salir de su casa y sigue enojado contigo.
Justo en ese momento, el celular de María vibró. Era un mensaje de Ricardo: "No pude ir, mi mamá me pidió que arregle una gotera en el techo. Ya somos dos atrapados. Clara también"
María soltó una risita irónica.
—Si algún día te decides a ser algo más que amiga de Ricardo, por favor, recuerda mirar bien a la suegra que me va a tocar. En eso ya tengo postgrado... ¡y con la misma profesora!
Violeta soltó la carcajada.
—Victoria...
—¡Victoria! —repitió María como si fuera el nombre de una villana de telenovela—. Experta en supervisión emocional, guardiana del decoro y asesora no solicitada de relaciones.
—Y aún así no pasas página —dijo Violeta, divertida, mientras sacaba dos botellas de agua fría.
—Es que los Chiriboga tienen ese no-sé-qué. Deben echarle algo al agua.
—Tomemos esto antes de que la magia se caliente.
María estaba a punto de hacer otro comentario cuando escucharon pasos sobre la hierba. Rita apareció entre los árboles con la mochila al hombro, sonriendo, aunque con una pizca de cansancio en los ojos.
—¡Llegué! —saludó mientras se acercaba—. Solita, pero llegué. Victoria los atrapó a Clara y a Ricardo—dijo con una mueca—. Que el techo, que las cajas mojadas, que las piernas largas de Ricardo... al final se quedaron.
—Lo sabemos —intervino Violeta, alzando el celular—. Ricardo me escribió hace un rato.
—Menos mal a mí no me pidió nada —añadió Rita sentándose—. Si no, también terminaba con trapo en mano y sin plan.
—¿Y Javier? —preguntó Violeta con cuidado.
Rita suspiró.
—Le escribí. Le pedí que me acompañe. Pero no quiso. Dijo que no quería salir ni que lo vean. Sigue en modo "músico en retirada".
—Y Benjamín igual —dijo María mirando a Rita.
—Sí... —murmuró María—. Entre Benjamín y Javier seguro se les pasa con un par de cervezas y una partida de cartas. Pero a mí no me va a perdonar tan fácil. Voy a tener que hacer algo. Algo más que escribirle un mensaje o poner cara triste.