Tiempos Nuevos

XI. CLOTILDE Y LA FALSA VICTORIA

María eligió la cafetería "El Rincón de Bernabé" para la cita. Era un lugar pequeño y alegre, uno de esos rincones emblemáticos del pueblo donde ella y Benjamín habían pasado más de una tarde entre charlas y bromas. Las ventanas grandes dejaban ver la plaza central, siempre viva, y el murmullo de la gente se mezclaba con un ambiente familiar y acogedor.

Tras varios días sin obtener respuesta de Benjamín, María, cansada de esperar una señal de él, ideó un plan: pidió ayuda a Violeta para que, de manera casual pero directa, le hiciera llegar a Benjamín el mensaje de que ella lo esperaría en ese lugar. No quería que sonara a ultimátum, sino a una invitación sincera para verse y hablar con calma, lejos de reproches y frente a frente. La idea le revolvía un poco el estómago, una mezcla de nervios y expectativa.

Por eso llegó con suficiente anticipación. Se acomodó junto a la ventana, dispuesta a dejar que la espera se aliviara observando el ir y venir de la plaza, ese latido cotidiano de Bernabé que siempre le había dado calma. Entre sorbo y sorbo de agua, repasaba una y otra vez en su cabeza —y hasta en voz baja— las frases que pensaba usar, cambiando palabras, afinando el tono para que sonara conciliador y no acusador. Cada campanilla en la puerta le aceleraba el corazón, creyendo que por fin sería él. Pero los minutos se alargaban como si el reloj jugara en su contra, y Benjamín seguía sin aparecer.

Fue entonces cuando la campanilla de la puerta sonó, y su mirada se alzó de inmediato, preparada para encontrarse con Benjamín. Pero quien cruzó el umbral fue Ricardo, con paso pausado y un gesto que transmitía una mezcla de picardía y serenidad como si cargar con el mensaje que traía fuera más pesado de lo que aparentaba. Vestía una chaqueta ligera y sus ojos parecían buscar las palabras antes incluso de saludarla.

—Hola, María —saludó Ricardo con cordialidad, inclinándose un poco hacia ella—. No me esperabas a mí, ¿verdad?

María sonrió con sorpresa y negó suavemente con la cabeza.

—La verdad, no. Y no lo tomes a mal, pero no eres el Chiriboga que pensaba ver aquí —dijo con un gesto entre divertido e incómodo.

—Lo sé —dijo Ricardo con una media sonrisa—. Me mandó en su lugar para traerte un mensaje, de parte de ese Chiriboga al que en realidad tenías ganas de ver... aunque mira, para ser tu segundo plato, vengo con postre incluido.

—¿Y por qué no viene él? —preguntó María, arqueando una ceja, y luego añadió con una sonrisa amistosa—. Y que sepas que no es que vea aquí a mi segundo plato, ¿eh? Más bien es otro menú distinto... y además tú ya tienes tu historia con Violeta, así que ni aunque no fueras Chiriboga te miraría de otra forma —bromeó, soltando una ligera carcajada.

—Dice que aún está molesto —explicó Ricardo, apoyando los codos en la mesa y moviendo las manos como si buscara subrayar cada frase—. Que prefiere no arriesgarse a discutir hoy, que según él sería como echarle más leña al fuego. Insiste en que necesita "despejar la cabeza" y que si hablan ahora, acabarían diciendo cosas de las que después se arrepentirían. Me pidió que te lo dijera con calma, como un recado de paz, para que sepas que no es por fastidiarte.

María soltó una risa breve, cargada de incredulidad, y lo miró con gesto cómplice.

—Parece un niño que juega al orgullo. Yo ya ni siquiera estoy molesta, y lo digo en serio. Sí, se me fue la mano, pero tampoco fue para tanto. Un balde de agua no es el fin del mundo, y debería dejar de portarse como un niño orgulloso. Si es que no sale porque en el pueblo aún se ríen de la serenata, que sepa que también se rieron de mí... pero como no le di más importancia, dejó de ser el chiste.

—Créeme —contestó Ricardo, entre serio y en broma—, en la casa yo me río más de él en su cara que lo que la gente del pueblo podría reírse de él... y mira que ese balde de agua hasta le sirvió para bañarse.

—Sí —respondió María, siguiendo el juego—, debe ser peor tenerte a ti dentro de la casa riéndote de tu hermano menor todo el tiempo, que tener a todo el pueblo entero riéndose solo al verlo. Y bueno, un baño no le hace mal a nadie.

Ricardo sonrió de lado, pidió un café y, como si nada, empezó a lanzar comentarios ingeniosos que hicieron que el silencio inicial se transformara en un ambiente más distendido. Entre bromas y gestos cómplices, pasaron de hablar de las historias absurdas del pueblo a reírse de anécdotas propias, comparando quién había vivido el peor chisme de Bernabé y quién conocía más secretos de la plaza. Incluso se animaron a inventar teorías disparatadas sobre el clima, como que las nubes del pueblo tenían sus propias discusiones antes de decidir si llover o no.

Sin darse cuenta, el tema de Benjamín quedó a un lado. La conversación fluía con naturalidad, saltando de un tema a otro, con carcajadas que se colaban entre el tintinear de las tazas y el murmullo del local.

Entonces, casi sin darse cuenta, María inclinó un poco la cabeza hacia Ricardo y, bajando la voz como si compartiera un secreto prohibido, le preguntó por Violeta. Sus ojos se entornaron con una chispa curiosa. Ricardo arqueó una ceja y sonrió apenas, como quien sabe que viene una pregunta incómoda pero no piensa esquivarla.

—No la quiero solo como amiga —admitió tras un breve silencio—. Hay algo más, aunque me cueste disimularlo. Pero ella... se empeña en actuar como si no pasara nada.

Su voz se volvió un poco más seria.

—No quiere arriesgarse, ni "jugársela" por mí. Es como si el miedo la tuviera atada de manos.

María apoyó un codo en la mesa y se inclinó hacia él, con tono de conspiración y una media sonrisa.

—Pues yo sé que sí siente algo por ti. No lo ha negado. Lo que la frena no es falta de interés, es miedo... miedo a que no funcione y a perderte como amigo.

Ricardo, sin apartar la vista de su taza, empezó a girar lentamente la cucharilla entre los dedos. Un silencio breve se coló, roto solo por el golpeteo metálico contra la porcelana. Finalmente, levantó la mirada con una media sonrisa cargada de matices.




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