Tiempos Nuevos

XIII. FAROLES, BRUJAS Y CONFESIONES

La noche había caído sobre Bernabé con un aire fresco y silencioso. En una esquina de la plaza, bajo la luz cálida de un farol antiguo, Violeta esperaba sentada en una de las bancas: había citado a Benjamín para hablar con él. No fue casualidad. Ella quería interceder por María y hacerle entender que, más allá de los enojos, no valía la pena dejar que el orgullo se impusiera. Cuando Benjamín llegó, un poco sorprendido al verla, ella lo saludó con una sonrisa tímida e hizo un gesto para que se sentara junto a ella.

—Hace tiempo que no hablamos bien, ¿no? —dijo Benjamín, mirando hacia la fuente central.

—Es cierto —respondió Violeta, jugueteando con la tapa del cuaderno—. Y parece que en este pueblo siempre tenemos mucho de qué hablar… aunque si quieres, empezamos con tu famosa serenata. —Lo dijo con una sonrisa sarcástica, levantando una ceja como para pincharlo un poco y romper el hielo.

Benjamín se rascó la nuca, entre apenado y divertido.

—Vaya forma de recordármelo.

Violeta soltó una risa ligera.

—Tranquilo, si hasta yo me reí. En Bernabé los chismes se olvidan rápido… o se transforman en canciones.

Ese comentario suavizó la tensión y dio paso a un silencio cómodo, hasta que Benjamín soltó lo que llevaba dentro.

—He estado pensando en María… —dijo con voz baja—. Sé que a veces me gana el orgullo, pero no dejo de darle vueltas a lo que pasó. Tanto, que en lugar de ir yo mismo tras su llamado, le pedí a Ricardo que hablara con ella. Fue mi manera de acercarme sin mostrarme, aunque sé que no es lo correcto. Y ahora no dejo de pensar si aún puedo arreglar las cosas y volver a hablar con ella cara a cara.

Violeta lo escuchó con atención y, como en un reflejo, dejó escapar una confesión propia.

—Curioso… yo también pienso mucho en Ricardo. A veces hasta me enojo conmigo misma, porque lo siento cerca y lejos al mismo tiempo. Y es como si todo dependiera de mí… de atreverme a dar un paso, y no lo hago.

Benjamín sonrió de lado, comprendiendo más de lo que parecía.

—Tal vez los dos somos buenos para complicarnos las cosas —dijo, intentando aligerar el tono. Luego guardó silencio unos segundos, hasta que bajó la mirada y confesó—: Violeta, creo que ya entendí que mi enojo con María no fue realmente por lo del balde de agua. Eso solo fue la excusa que usé para no enfrentar los problemas de fondo entre nosotros. Me refugié en esa tontería para tener una tregua, pero en vez de arreglarlo, todo se está poniendo peor.

Violeta lo miró con seriedad, aunque con un dejo de ternura.

—Al menos lo reconoces, Benjamín. Y si lo ves así, todavía tienes tiempo de hablarle con la verdad.

La conversación fluyó con naturalidad después de esa confesión. Benjamín, más sereno, se sinceró aún más con Violeta.

—Sé que tarde o temprano debo acercarme a María y hablar con ella de verdad. No basta con pedir disculpas por un balde de agua fría, eso fue solo un enojo infantil. Si quiero que las cosas funcionen, debo arreglar y enfrentar los problemas de fondo en nuestra relación. No puedo seguir escondiéndome detrás de excusas. Tengo que buscar la forma de acercarme a ella nuevamente, con honestidad.

Violeta lo escuchó en silencio y asintió, reconociendo la valentía en sus palabras.

—Me alegra oírte hablar así, Benjamín. De verdad, creo que vas por el camino correcto —le dijo con una sonrisa sincera—. Ojalá lo hagas pronto, porque sé que María también lo espera.

Luego bajó un poco la voz, como quien comparte un secreto.

—Yo no he sido capaz de hacer lo mismo… —confesó despacio—. No me he atrevido a dar el paso con Ricardo, y lo sé, es puro miedo. A veces pienso que soy yo misma quien se frena.

Se quedó pensativa, luego continuó con un hilo de voz más suave:

—Él tiene razón cuando insiste, cuando me demuestra que quiere algo más. Pero últimamente lo noto diferente… como si se estuviera resignando. Ya no tiene el mismo ánimo de antes. Y me duele pensar que es por mí, porque no logro abrirme más allá de esta amistad.

Hizo una pausa, jugando nerviosa con la tapa del cuaderno que llevaba consigo.

—Es que nuestra amistad es algo tan hermoso en mi vida, Benjamín… que me aterra que se dañe. Ricardo es alguien demasiado importante para mí. Y lo que más miedo me da no es que me rechace, sino que lo nuestro cambie y lo pierda. No quiero que nada ni nadie destruya lo que ya compartimos.

Benjamín la miró con comprensión y asintió, como invitándola a no guardarse más lo que sentía. Luego le dijo con voz serena.

—Violeta, si algo aprendí con María es que callar lo que uno siente solo complica más las cosas. Si Ricardo es tan importante para ti, no dejes que el miedo decida por los dos. A veces un paso sincero vale más que mil silencios. Yo sé que mi hermano lo entendería, porque a él también le importa cuidarte.

Rieron después con algunos recuerdos, hablaron de los rumores eternos de Bernabé y hasta bromearon sobre lo testarudos que podían llegar a ser, tanto ellos como sus amigos.

En un momento, Violeta lanzó con picardía: —Ojalá que Clara no nos esté escuchando desde alguna ventana, porque si no, mañana todo el pueblo sabrá de esta conversación.

Benjamín se echó a reír, levantando las manos.

—Con Clara nunca se sabe, seguro ya anda inventando canciones con lo que dijimos. Y si a esas canciones les pone música Javier y terminamos en un dueto, yo y él, el chisme será peor que la serenata —añadió riendo con ganas.

Ambos terminaron riendo más relajados, como si al compartir sus miedos también se hubieran quitado un peso de encima. Había en esa charla una sinceridad poco común, como si ambos se dieran permiso de soltar lo que normalmente callaban.

Cuando se despidieron, Violeta se quedó sentada un momento más, mirando el reflejo del farol en la fuente. Se llevó una mano al pecho y pensó, con un nudo dulce en la garganta, que tal vez estaba siendo una locura no acercarse a Ricardo solo por miedo. Por primera vez, la idea de dar el siguiente paso no le pareció imposible, tal vez ya era necesaria.




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