Nada más salir de su casa se dirigió a la parada del autobús rezando para que este no hubiese pasado aún. Sin embargo, cuando todavía le quedaban unos cien metros para llegar, vio como el autobús estaba parado con unas tres personas haciendo cola para subirse.
—¡Espere! —gritó, subiéndose ante la mirada de los demás pasaje- ros, que lo habían visto correr como alma que lleva el diablo. El con- ductor carraspeó y, después que subiese al autobús, cerró la puerta y arrancó sin esperar a que tomase asiento, por lo que tuvo que agarrarse a las barras hasta sentarse en el primer asiento disponible.
El viaje por suerte no duró mucho, y quince minutos más tarde ya estaba bajándose y caminando hacia su nuevo instituto. Por el camino se encontró varios grupos de estudiantes, y mientras unos se abrazaban y preguntaban sobre cómo les había ido el verano, otros discutían sobre qué profesor les tocaría. José suspiró y se paró delante de la entrada para admirar el enorme edificio que se elevaba delante de él.
El Instituto Góngora era bastante grande e imponente. Se trataba de tres edificios beige de tres plantas que se conectaban los unos con los otros a través del edificio central, siendo este el más ancho de los tres.
Miró hacia los lados buscando a sus amigos, Evan y Cristian de- berían estar por ahí cerca; pero no había ni rastro de ellos. Así que, con paso apresurado, se dirigió al edificio principal. Tuvo que esquivar varias bolas de papel envueltas en fuego que se lanzaban dos grupos de estudiantes; antes de que un profesor saliese, y se pusiese a gritar- les, apresuró aún más el paso; cuanto antes encontrase a sus amigos, mejor. Sin embargo, cuando empezó a subir las escaleras chocó contra alguien.
—Ten cuidado —murmuró José agachándose para recoger el libro que había caído al suelo; pero la chica fue más rápida y lo recogió nada más caer para ponerse a leer de nuevo. Carraspeó fuerte para llamar su atención, pero ella lo ignoró. Era una chica un poco más baja que él y delgada; su pelo era castaño oscuro y corto, lo llevaba en dos coletas que terminaban milímetros antes de tocar sus hombros—. ¡Oye! ¡Mira por dónde vas!
—¡Eh, tú! ¡No le hables así a mi amiga! —Otra chica, con el pelo teñido de rojo, apareció de la nada hecha una furia y lo señaló con el dedo; él la miró sorprendido y parpadeó un par de veces tratando de asimilar la situación—. ¿Eres nuevo, verdad?
Asintió despacio. Para ser tan pequeña, daba un poco de miedo.
—Iba a mirar mi clase cuando ella chocó conmigo —explicó seña- lando hacia la chica morena, que proseguía leyendo el libro; la aludida ignoró el comentario y comenzó a caminar hacia el edificio de la de- recha.
La del pelo rojo le lanzó una mirada de advertencia antes de marcharse mientras gritaba a su amiga. José parpadeó confuso y, sin entender nada, caminó hacia secretaría.
Una vez dentro, se dirigió hacia los paneles informativos en los que había un listado con los cursos y los alumnos que pertenecían a cada uno de ellos. Buscó su nombre en los cursos de segundo de bachillera- to, al final se encontró en la clase C, donde por suerte también estaban sus dos amigos.
Suspiró aliviado, al menos no estaría solo en clase.
Con cuidado de no chocar con nadie siguió las señales explicativas que se habían colocado para el primer día; escuchó burlas de unos cuantos alumnos, pero los ignoró. Era mejor no tentar a la suerte con esa panda de delincuentes.
—¿Dónde os habíais metido? Llevo un buen rato buscándolos
—preguntó a sus dos amigos cuándo llegó a clase y los encontró sen- tados como si nada.
—Evan se puso a ligar y antes de darnos cuenta acabamos aquí
—explicó Cris mientras sacaba un folio de una carpeta y le tendía un bolígrafo, él lo cogió y miró a su amigo. Cris era un chico muy tran- quilo que transmitía paz con su rostro angelical y su sonrisa inocente; tenía el pelo rapado al uno y era bastante musculoso ya que practicaba kárate desde que tenía seis años, así que era mejor no meterse con él. Sonrió, en este instituto lo mejor que le podía pasar era que uno de sus amigos fuese cinturón negro, eso lo hacía estar un poco más relajado.
—No estaba ligando, solo hacía nuevas amigas —contestó Evan apoyando la cabeza sobre su mano y mirando hacia él, por lo que no pudo evitar sonreír. Evan era un chico alto, robusto y fuerte, que desta- caba por tener los ojos verdes y el cabello negro, algo que volvía locas a las chicas; bueno, a eso también había que añadir su particular encanto personal—. Luego te presentaré a las chicas que he conocido, son muy simpáticas.
Antes de que José pudiese hacer algún comentario la profesora hizo acto de presencia. Era una mujer mayor que llevaba un vestido largo y que olía a tabaco, del cuello llevaba colgando unas gafas que solo utili- zó para leer el listado y luego identificar a los dueños de esos nombres; aunque al parecer, conocía a la gran mayoría del año anterior. La pro- fesora Belinda Blanco escribió en la pizarra su nombre y el horario que los alumnos tendrían ese año; cuando acabó de escribir, dejó la tiza en la mesa y esperó a que los alumnos terminasen de copiar.
—Para los que no me conozcan, yo seré la que os enseñe Historia. No me causéis problemas y yo no os causaré problemas. —Belinda miró a todos sus alumnos con firmeza—. En mis clases exijo completo silencio, me hablareis siempre de «usted» y cuando os conceda la pa- labra, para ello tendréis que levantar la mano. Cualquier palabra que digáis sin mi autorización conllevará un punto negativo; y no queréis eso, ¿verdad?
José, Evan y Cris tragaron saliva nerviosos, nunca había tenido a una profesora que intimidase tanto; el resto de alumnos, acostumbra- dos, asintieron.
—Bien, no tengo nada más que añadir. Que pasen una buena tarde, nos veremos mañana. —La profesora recogió sus cosas y abandonó la clase. Tras esto, los alumnos comenzaron a respirar con normalidad y a criticar a su querida tutora mientras salían.
Dobló el folio donde había copiado el horario y se lo guardó en el bolsillo, se puso en pie dispuesto a marcharse de ese horrible lugar; pero, para su disgusto, vio como Evan se había puesto en pie y camina- ba hacia los pupitres de dos chicas. Miró irritado hacia donde su amigo se dirigía, fue entonces cuando se dio cuenta de la presencia de la chica morena con la que había chocado; estaba sentada en la mesa detrás de donde Evan estaba saludando. Al lado de ella estaba la pelirroja, que con un salto se sentó sobre la mesa y se puso a saludar a Evan que se estaba presentando, luego se giró hacia él y Cris y les indicó con la mano que se acercasen. A regañadientes, pero con mucha curiosidad, se acercó a ellos.
—¡Tú eres el de antes! —gritó la del pelo rojo.
—¿Os conocéis? —preguntó Evan intrigado.
—Sí, bueno… —tartamudeó sin saber que responder, aún no sabía que tan peligrosa podía ser esa chica; sin embargo, era su amiga la que lo intrigaba, estaba sentada en su silla leyendo el mismo libro que cuan- do chocaron y parecía totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor.
—Por cierto, ellos son José y Cris —presentó Evan dándoles palma- das a ambos en la espalda.
—Encantadas —respondieron dos de las chicas, a las que no prestó mucha atención.
—¿Qué lee?
—Siempre está así, es coger un libro y olvidarse del mundo —dijo la pelirroja balanceando las piernas, luego tendió su mano derecha ha- cia él—. Por cierto, me llamo Sonia y ella es Nora, ¡Nora, saluda!
—Hola —saludó sin levantar la mirada del libro.
—Es un caso perdido —murmuró Sonia divertida, luego se puso en pie y se unió a la conversación que mantenían Evan y Cris con las otras dos chicas.
No pudo evitar mirar de nuevo a Nora, la chica tenía el ceño frun- cido, pero al pasar la página su rostro se relajó. Tomó asiento en la silla de al lado y carraspeó para llamar su atención, pero al igual que en su primer encuentro no tuvo ningún efecto. Molesto, acercó su silla a ella y tosió, pero tampoco se inmuto.
—¿De qué trata el libro? —preguntó sorprendiendo a Nora, ella dio un respingo y se giró hacia él.
—¡Tú! —gritó ella cerrando el libro de golpe y poniéndose en pie—.
¡No puedo creerlo! Esperaba no tener que volver a verte nunca más.
—Solo nos chocamos, no tienes por qué ponerte así —dijo tratando de calmarla.
—¿No me recuerdas? —preguntó ella sorprendida.
—¿De qué hablas? —preguntó confuso, la mirada de Nora se en- sombreció.
—No importa —murmuró mientras recogía sus cosas.
Totalmente confuso se acercó a ella buscando una explicación, pero Nora se limitó a golpearlo con el libro en la cara.
—¡¿Estás loca?! —gritó entre furioso y atónito.
—¡No te acerques a mí! ¡No te atrevas a tocarme! —chilló Nora encolerizada. Él la miro sin comprender y dio un paso hacia atrás con la mano en la mejilla; miró hacia Evan y Cris que estaban casi tan sorprendidos como él.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Sonia caminando hacia Nora y lanzándole una mirada asesina.
—¿Yo? Nada, ¡si ni siquiera la conozco! —se defendió mirando hacia Nora—. Me estás confundiendo con otra persona.
—Sé a la perfección quién eres —dijo Nora con voz fría.
—Pues te equivocas, no te he visto en mi vida —contestó casi a gritos; esa chica había conseguido sacarlo de sus casillas, no la conocía. Además, ¿qué clase de chica es esa que entra en cólera así tan de repente?—. Me estás confundiendo con otra persona.
—¡No! ¡Sé a la perfección quién eres! —Nora se acercó a la mesa a coger su bolso, momento que aprovechó para acercarse a ella. No iba a dejar que se fuese de allí después de haberlo golpeado. La sujetó del brazo haciéndola girar, ella levantó la mano dispuesta a golpearlo de nuevo con el libro, pero antes de que le diera la sujetó por la muñeca—.
¡¿Qué crees que haces?! ¡Suéltame ahora mismo!
—¡No! ¡Exijo una explicación, o acaso crees que puedes ir golpeando a la gente porque sí! —bramó fuera de sí. Ella lo miró directo a los ojos, por lo que pudo ver como brillaban de furia.
Sin embargo, Sonia se acercó a él por la espalda y le golpeó en los brazos provocando que soltara a Nora, luego lo agarró de la mano y de un solo movimiento lo tiró al suelo. Evan corrió hacia él con rapidez y lo ayudó a incorporarse a la vez que no apartaba la mirada de Sonia; se preguntó cómo alguien tan pequeño podía tener tanta fuerza.
—¿Nora, estás bien? —preguntó Sonia, ella asintió con timidez.
—No te vuelvas a acercar a mí. —Nora miró hacia él antes de salir del aula, seguida de Sonia y de sus otras dos amigas, dejándolos solos.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —preguntó Evan en voz alta, rascándose la nuca y mirando hacia él.
—¿De verdad no la conoces? —preguntó Cris una vez que estuvo a su altura, José negó con la cabeza—. ¿Estás seguro?
Estaba completamente seguro que era la primera vez que la veía; entonces, ¿por qué ella lo miro con tanto odio? Notó como Evan y Cris intercambiaron miradas y luego posaban sus ojos en él. Enfadado, caminó hacia la puerta y pegó un portazo, pero enseguida notó como sus dos amigos corrían tras él.
—¿Estás seguro? —Volvió a preguntar Cris.
—¡Sí, estoy completamente seguro que no la conozco! ¡Ella está loca! —gritó bastante irritado; Cris abrió la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato.
Se dirigió hacia la parada de autobús, pero cuando estuvo a punto de llegar decidió que era mejor dar un paseo hasta su casa; puede que eso lo relajase. Caminó durante un buen rato observando a la gente pa- sar, la mayoría de las personas con las que se cruzó eran estudiantes de Góngora que gritaban y jugaban en la calle. Suspiró, no llevaba ni un día de clase y ya odiaba ese instituto; y sobre todo, odiaba a esa chica.
El rostro de Nora invadió su mente, ella lo había mirado con tanto odio y estaba tan segura que lo conocía, que incluso lo estaba haciendo dudar. Agitó la cabeza intentando eliminar esos pensamientos. No la conocía, ella se equivocaba. Además, nunca le había hecho nada malo a nadie.
—¡Ya estoy aquí! —exclamó al abrir la puerta de su casa, pero nadie le contestó. Sin embargo, sí que escuchó música procedente de la coci- na, por lo que asomó la cabeza por la puerta viendo así, como su padre cocinaba con un delantal rosa a la vez que cantaba. Suspiró irritado, el mes de vacaciones no le estaba asentando nada bien.
Antes de que su progenitor pudiese verlo caminó hacia el salón, en- cendió la tele y se tumbó sobre el sofá. Cambio uno a uno los canales y cuando pasó por todos, tiró el mando y se puso en pie.
—¡Maldita sea! —masculló para sí mismo.
Sí, estaba seguro que no la conocía, entonces, ¿por qué se dirigía a buscar todas las fotos escolares para revisarlas una a una? Al final, esa chica había conseguido que hasta él llegase a dudar.