Se bajó del autobús y se dirigió al instituto caminando con pesa- dumbre. A pesar de llevar ya tres semanas en ese lugar, seguía sin ser de su agrado por mucho que sus dos amigos se empeñasen en decir que este instituto era muchísimo más entretenido que el anterior. Si bien sus dos amigos tenían razón, porque no había día en el que no sucediese algo, extrañaba en cierto modo la tranquilidad de su viejo instituto, al igual que también extrañaba a sus antiguos compañeros.
En la entrada se encontró con Evan apoyado en el muro, como ya iba siendo habitual, y lo saludó con un leve movimiento de cabeza.
—¿Qué crees que se estarán lanzando hoy los tenistas? —preguntó Evan divertido, él se encogió de hombros.
Pero la duda de Evan quedó resuelta al atravesar los muros, «los tenistas», como los había nombrado Cris, eran dos grupos de chicos y alguna que otra chica, que se dedicaban a lanzarse todo tipo de obje- tos por las mañanas. Normalmente el grupo de la derecha era el que comenzaba la batalla, aunque el otro grupo siempre devolvía lo que los primeros les lanzaban, así que pasaban un buen rato tirándose cosas los unos a los otros —como en un partido de tenis—, hasta que el profesor salía y les echaba la bronca.
—Vaya, esto es nuevo —dijo Evan divertido haciendo que José pres- tase atención a los tenistas.
Al contrario que otros días en los que se lanzaban bolas de papel en llamas, globos de agua, globos con pintura y excrementos de perros en bolsas; hoy habían decidido lanzarse raquetas de tenis y de bádminton.
—¿De dónde crees que las han sacado? —preguntó José mientras entraban al edificio, sin embargo, por fuera ya se podían escuchar los
gritos del profesor; volteó con curiosidad, y vio como el profesor cogió una de las raquetas de bádminton y se puso a darles golpes en la cabe- za con ella a los que pillaba, mientras que el resto huía al interior del instituto.
—A saber —comentó Evan pasándose los brazos por detrás de la nuca.
Una vez que llegaron a clase se encontraron a Cris sentado en su sitio y preparado para la clase, pero fue otra persona la que se llevó toda su atención. Nora.
No la había encontrado en ninguna de las fotos, por lo que él tenía razón y no la conocía; pero eso no había cambiado nada. Lo ignoraba cada vez que lo veía, y cuando él y sus amigos pasaban los recreos con su grupo de amigas, ella desaparecía. Evan y Cris le habían dicho que lo dejara pasar, pero claro, a ellos no les habían golpeado con un libro, les habían insultado ni les estaba haciendo el vacío una chica a la que no habían visto nunca.
Suspiró resignado, captando, sin querer, la atención de sus dos ami- gos; dejaron de discutir sobre quién era mejor portero y lo observaron atentamente.
—Al final te vas a enamorar de ella —dijo Evan con burla, José se giró hacia él y lo fulminó con la mirada.
—No digas estupideces, es solo que no entiendo que tiene con noso- tros —contestó, Evan y Cris intercambiaron miradas cómplices.
—Dirás contigo, que yo sepa con Cris y conmigo no tiene proble- mas —corrigió Evan divertido; José abrió la boca para protestar, pero el timbre lo calló. Dejaría esa discusión para después.
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Guardó los apuntes de Matemáticas y sacó el libro de Filosofía, luego se recostó sobre sí mismo y miró hacia Cris; su amigo se había puesto a discutir con Evan de nuevo sobre el partido de anoche. Bostezó abu- rrido, él no lo pudo ver ya que su padre se empeñó en ver un programa de jardinería, menos mal que en menos de una semana volvía a ponerse a trabajar, porque si no lo volvería loco.
—¿Queréis dejarlo ya? —Sus dos amigos lo miraron y siguieron discutiendo.
Irritado, se puso a mirar a Nora disimuladamente. ¿Cómo podía concentrarse en leer libros con el escándalo que había en la clase? Ella pasó la página ajena al ruido y él se quedó mirándola preguntándose de qué podían conocerse.
—¿Hoy también se ha perdido? —preguntó Sonia al profesor de Filosofía; un hombre extraño, pero amable.
—No, hoy estuve ayudando a la chica de secretaría a hacer fotoco- pias —aclaró el profesor, luego abrió el libro y tosió para aclararse la voz—. Id todos a la página veinte.
—¿Ayudando? ¿Este hombre cree que somos tontos? —murmuró Evan a José echándose ambos chicos a reír, sin embargo, se callaron de repente al oír la alarma de incendios.
El profesor suspiró y cerró el libro.
—Ya estaban tardando, han sido tres semanas, ¿verdad?
—preguntó el profesor, Sonia le gritó que sí—. ¡Vaya, eso ha sido todo un récord!
El profesor sonrió, caminó hacia la puerta, se asomó y luego volvió a meter la cabeza.
—Bueno, ya sabéis qué hay que hacer, ¡En marcha! —José miró a Cris y este se encogió de hombros.
En su anterior instituto nunca habían hecho un simulacro de incen- dios, así que no tenía muy claro que era lo que debía hacer. Se colocó tras Cris y siguieron al resto de sus compañeros de clase, que hablaban animados mientras salían en fila de dos en dos. Al salir de su clase se dio cuenta que las otras clases estaban haciendo lo mismo, de todas las aulas salían estudiantes hablando animados y algunos incluso se habían puesto a comer.
—Qué emoción, nunca antes había hecho un simulacro de incen- dios —dijo Evan con ilusión.
—Esto no es un simulacro —contestó Helena con dulzura; Helena era una de las amigas de Sonia y Nora, era la chica rubia que le había presentado Evan el primer día de clase. Era una chica bastante dulce y tierna, siempre hablaba con amabilidad, aunque algunas veces era un poco mandona. Poseía una larga melena rubia que contrastaba con unos pequeños ojos marrones, pero lo que más llamaba la atención
de ella eran las pecas que tenía dispersas por toda la cara y que le daban un aspecto de niña pequeña.
—¿Entonces, hay un incendio de verdad? —preguntó Evan bajando las escaleras más rápido, Helena negó con la cabeza.
Una vez que llegaron al patio del colegio se encontraron varias clases, que también habían sido evacuadas. Muchos de esos alumnos habían formado círculos donde jugaban a las cartas, otros estaban durmiendo unos sobre otros, y el resto estaba sentado en el suelo hablando anima- dos. José se giró hacia el instituto y vio como más profesores salían del edificio con sus respectivas clases, pero no divisó nada de humo ni de fuego. Al darse la vuelta chocó con Evan que ya estaba sentado en el suelo, por lo que se sentó a su lado.
—Si no hay un incendio ni es un simulacro, ¿qué es lo que pasa?
—preguntó Cris a Helena, ella sonrió.
—¿Y qué quiso decir el profesor con «ya estaban tardando»? —re- cordó él.
—Es que hay alguien que hace saltar las alarmas, lo normal es a la semana de empezar las clases y luego una vez al mes —explicó Bel tomando asiento al lado de Helena.
Bel era una chica bastante bajita con un largo pelo negro ondulado. Tenía los ojos azules, pero tan oscuros que tardaron más de una semana en darse cuenta que eran de ese color. Era muy extrovertida y hablado- ra, de hecho hablaba hasta por los codos, y casi todo el tiempo contaba anécdotas de todo tipo y unos chistes muy malos.
—Normalmente la alarma salta los viernes, aunque puede variar. Me acuerdo que el año pasado sonó en la misma semana el martes y el miércoles justo antes de que tuviéramos un examen, al final tuvimos que posponerlo para otro día —contó Bel alegre.
—Pero si los profesores saben que son alarmas falsas, ¿por qué no hacen caso omiso y siguen dando la clase? —preguntó Cris interesado.
—Según la normativa, si la alarma suena, deben evacuarnos por si acaso. —Helena se acarició el pelo y se sacudió la falda.
—Sí, pero, aparte de eso, hace dos años no nos evacuaron en uno de los avisos, y la siguiente vez que sonó la alarma el aula de química ardía de verdad. ¿Te acuerdas de la cara del director? Casi le da un infarto
—contó Bel mientras se reía a carcajadas, Helena tapó su boca con la mano para esconder su risa—. Ese día fue un completo desastre, todo el mundo corriendo de un lado a otro gritando.
—Eso fue culpa de Triz, a quien se le ocurrió coger el micrófono y ponerse a gritar por los altavoces que íbamos a morir todos, y que corriéramos por nuestras vidas —habló Sonia, que se apoyó sobre Bel y luego se sentó sobre ella; la pelinegra la apartó de un empujón, por lo que la pelirroja acabó sentándose en el suelo. Nora, que estaba de pie a su lado, se sentó a regañadientes y se puso a leer su libro.
—¿Y no sabéis quien es el que provoca que la alarma suene? —pre- guntó José a las tres chicas pero fijando sus ojos en cierta morena que lo ignoraba.
—Pues claro, pero nadie va a delatarlas, dan mucho miedo —contó Bel con entusiasmo—. Además, entre lo que tardamos en salir, ellos en comprobar qué es lo que hizo saltar la alarma y volver a entrar, perde- mos quince minutos de clase. ¡Es genial! Y es mejor cuando lo hacen los viernes, los profesores directamente nos dejan salir antes, adoro eso.
José puso los ojos en blanco, para su gusto Bel hablaba demasiado. De reojo miró hacia Nora, como siempre ella leía tranquila; sintió un codazo en el costado y vio como Evan le miraba divertido; abrió la
boca para quejarse, pero el sonido de una alarma lo interrumpió. Hora
de regresar a clase.
Su profesor les indicó que debían ponerse en fila. Una vez en aula, el profesor esperó a que se sentasen en sus sitios, antes de coger el libro y comenzar la clase donde la había dejado antes del incidente.
—¡Nos vemos mañana chicos y chicas! —exclamó el profesor una vez que sonó el timbre que indicaba el final de la clase, luego recogió sus cosas con rapidez y salió corriendo.
Nada más salir de clase entró Belinda Blanco, su tutora y profesora de Historia. José hizo una mueca de desagrado a Evan y ambos sacaron sus libros.
—Como sé que tenéis mucho tiempo libre, he decidido mandaros un trabajo. Os he dividido en grupos de dos personas, un chico y una chica; él trabajo consiste en hacer un resumen de diez páginas sobre la historia del país que os he asignado. ¿Alguna duda? —preguntó Belinda mirando hacia la clase, pero nadie dijo nada—. Muy bien; Iván con Bel, Suecia.
Se apoyó en el respaldar de la silla expectante, tenía miedo de con quién le pudiese tocar, al fin y al cabo, apenas conocía a las chicas de esa clase y la mayoría daba miedo. Al escuchar el nombre de Evan miró a su amigo y luego hacia la chica que le habían asignado, era una de las chicas góticas que se sentaban al fondo. Su amigo tragó saliva nervioso y él le dio una palmadita en la espalda.
—José con Nora, Francia.
Miró de reojo hacia Nora y vio cómo esta suspiraba resignada y se ponía a mirar por la ventana. Evan comenzó a reírse y él lo fulminó con la mirada.
—¿Sonia? —preguntó la profesora.
—¿El trabajo cuando hay que entregarlo? —preguntó la chica con voz seria e intentando parecer agradable.
—Dentro de una semana, ¿algo más? —inquirió Belinda, los alum- nos se miraron unos a otros, por lo que ella comenzó a dar la clase.
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—¡Esa mujer está loca! «Como sé que tenéis mucho tiempo libre» y
¡un cuerno! —protestaba Sonia encima de su silla mientras imitaba a la profesora, varios alumnos la aplaudieron y ella de un salto volvió al suelo—, y encima me toca Inglaterra, como si la historia de Inglaterra fuese pequeña.
—Al menos tú país tiene historia, a mí me tocó Suecia. ¿Quién co- noce la historia de Suecia? Seguro que no existen ni libros —se quejó Bel caminando hacia la puerta seguida de Helena.
—Bueno, no será para tanto. —Trató de calmar Cris a las dos chi- cas, pero ellas solo se giraron hacia él, le enseñaron la lengua y siguieron caminando cogidas de las manos.
—Vaya, veo que has aprendido que debes traerte la comida —mur- muró Helena al ver a Evan cargar un bocadillo envuelto en papel de aluminio.
—Sí, conseguir comida en la cafetería es demasiado peligroso —dijo Evan mientras caminaba con Helena, ambos iban seguidos de Nora y José que caminaban en silencio sin mirarse.
Evan tenía razón, durante los tres primeros días intentaron comprar un bocadillo en la cafetería, pero no consiguieron sino llevarse empujo- nes, mordiscos, codazos y que les metieran mano hasta los lugares más insospechados. Además, después que Evan pisase a un chico sin querer, y este sacase una cadena y empezase a ahorcarlo con ella a modo de venganza, no tenían ánimos para volver a entrar.
Cuando llegaron al patio se encontraron a Sonia y Bel criticando a la profesora de Historia, mientras Cris se comía tranquilo su bocadillo sentado en el banco. En cuanto Sonia vio a Nora saltó hacia ella y la agarró de la mano arrastrándola hacia la cafetería.
—¡Traedme un bocadillo de pollo! —chilló Bel a la vez que se sen- taba en el banco al lado de Evan.
—¿Cómo hacen para conseguir comida? —preguntó Cris con cu- riosidad, Evan asintió y José miró hacia Bel esperando una respuesta.
La verdad es que si Evan se salvó de morir asfixiado, fue porque Sonia apareció y le pegó una patada al chico de la cadena en la espalda. Cuando este se dio la vuelta y la vio, murmuró algo que no entendió y se marchó. Después de eso, los tres estaban completamente seguros que Sonia era una de las personas más peligrosas de ese lugar, así que lo mejor que les podía haber pasado era tenerla de su lado.
—Digamos que en la jerarquía estudiantil de Góngora, ellas están en la zona más alta —contestó Helena sacando un sándwich de su bolso.
—Sí, por eso me hice su amiga, ¡es broma! Nora y Sonia son genia- les, puede que Sonia sea un poco bruta, pero claro, al ser la única chica de cinco hermanos es normal —contó Bel mientras rechazaba un trozo de sándwich que le tendía Helena—. ¡Odio a la de Historia! ¡¿Cómo quiere que en una semana investigue la historia de Suecia?!
José dejó de prestar atención a Bel y se concentró en su bocadillo,
¿qué significaba eso de que Nora estaba en la zona alta de la jerarquía de Góngora? ¿Y desde cuándo ese instituto de locos tenía jerarquía? En el tiempo que llevaba ahí solo había visto caos y locura, nada de orden. Sacudió la cabeza sin entender nada y se fijó en que Evan y Bel mantenían una conversación bastante animada, su amigo no hacía sino sonreír. Si no se equivocaba, a Evan le estaba empezando a gustar esa chica.
—¡Aquí tienes! —exclamó Sonia lanzándole el bocadillo a Bel, esta lo cogió al vuelo y comenzó a desenvolverlo.
—¿Y Nora? —preguntó Bel mientras masticaba un trozo; Sonia se sentó en el suelo como si fuese la jefa de una tribu india y abrió su pa- quete de patatas fritas.
—Está con Matt que también está quejándose de la profesora de Historia, ¿queréis? —ofreció Sonia enseñándoles a todos el paquete de patatas; ellos se negaron, así que ella siguió comiendo.
—¿Cuándo empezamos a hacer el trabajo? —preguntó Cris a Sonia, ella lo miró con la boca llena y apoyó los codos sobre las rodillas—. Creo que cuanto antes lo empecemos mejor, ¿no?
—Podemos ir esta tarde a la biblioteca a ver los libros que hay
—propuso Sonia, a lo que Cris estuvo de acuerdo; luego se giró hacia Evan—. ¡Buena suerte con la gótica!
—¡Calla, no me lo recuerdes! Que antes fui a hablar con ella y me dieron escalofríos —dijo Evan mientras se abrazaba a sí mismo provo- cando las carcajadas de todos.
El resto del recreo pasó entre risas con Evan quejándose, una y otra vez, de la mala suerte que había tenido; y con Bel y Sonia ideando nuevas formas de tortura a las que someter a la profesora de Historia. Una vez que el timbre sonó, recogieron sus cosas y caminaron hacia la clase; cuando José entró miró hacia la esquina donde se sentaba Nora esperando encontrarla sentada allí, pero ella no estaba.
Buscó a Evan y Cris con la mirada, aún seguían conversando con Sonia y las demás; sacó un par de folios y se puso a garabatear en ellos. La profesora de Lengua entró y todos corrieron a sus asientos, Nora aún no llegaba.
—¿Dónde se ha metido? —murmuró para sí mismo.
—¿Preocupado por Nora? —le preguntó Evan después de mirar ha- cia donde debía estar la chica y ver que no estaba.
—No digas tonterías.
La profesora mandó a leer en voz alta un texto a Bel, sin embargo, fue interrumpida cuando la puerta se abrió de golpe. Tras lo que pa- recía ser una pequeña discusión, Nora entró por la puerta después que alguien le diera un empujón; ella se quedó paralizada en mitad de la clase, mientras todos la miraban expectantes.
—¡Culpa mía! —exclamó la voz de un chico; estaba justo en el umbral de la puerta, por lo que no se le podía ver. Nora se giró hacia él y lo asesinó con la mirada—. No me mires así, te compraré un helado luego.
Escuchó como Sonia y Bel comenzaron a reírse, mientras Nora ca- minaba hacia su sitio con los brazos cruzados y algo sonrojada; José la siguió con la mirada intrigado por el aumento de color de las mejillas de la chica.
—Sentimos haber interrumpido la clase, pero tuvimos que discutir unos asuntos con nuestras hermanas —habló el chico de nuevo, la pro- fesora ladeó la cabeza y asintió—. ¡Entonces, me voy antes de que me echen la bronca a mí también! ¡Hasta luego!
—Bel, sigue leyendo —pidió la profesora con amablidad; una vez que la puerta estuvo cerrada, la aludida siguió leyendo el texto.
Miró con disimulo hacia Nora, ella estaba intentando leer el tex- to que Bel leía, pero al parecer no lo conseguía ya que Sonia estaba burlándose de ella por estar sonrojada. ¿Quién era ese chico? ¿Y qué relación tenía con ella? ¿Y por qué ella estaba sonrojada por su culpa?