Tienes que ser tú (tqst Libro #1)

La feria 5

Cris lo miró horrorizado, mientras Evan asentía satisfecho.
—No creo que sea buena idea —dijo Cris intentando hacerlo entrar en razón.
—Pues yo creo que es genial y no solo porque haya sido idea mía
—intervino Evan. José recogió su mochila y abandonó la clase seguido de sus dos amigos.
—Es cruel e inmaduro, además, que como se enteren te matarán,
¡nos matarán a todos! Y no pienso morir por vuestra culpa. José reca- pacita, en serio, es una muy mala decisión —pidió Cris colocándose delante de él y zarandeándolo por los hombros, sin embargó, José lo apartó de su camino.
—Me da igual lo que me digas, no voy a cambiar de opinión —con- testó con voz sombría.
—Piénsatelo bien, todos sabemos cómo acaban al final estas cosas.
—Cris no se daba por vencido y lo persiguió mientras trataba de ha- cerlo cambiar de opinión.
—Sí, las películas americanas se han encargado de ello. Al final, te enamoraras de Nora y ella se enterará de todo —contestó Evan des- preocupado, José se detuvo de repente y Cris chocó contra él.
—No digas estupideces, eso solo ocurre en las películas. No voy a enamorarme de ella, no es para nada mi tipo y la detesto. —José co- menzó a caminar hacia la salida del instituto.
—José, de verdad, no lo hagas. Es mejor que la ignores y la dejes en paz, ya has visto de lo que son capaces Matt y Sonia, incluso Nora
—recordó Cris aún con sorpresa en su voz.
 
—Los únicos que sabemos esto somos Evan, tú y yo. Quieras o no eres nuestro cómplice, si te chivas caerás con nosotros —amenazó, Cris lo miró sorprendido; su amigo había entendido enseguida que lo estaba amenazando e iba en serio, por lo que frustrado apretó los puños.
—No puedo creer que hayas caído tan bajo; la gente de Góngora  es mejor que tú, al menos ellos no juegan con los sentimientos de los demás —soltó Cris marchándose muy alterado y enfurecido.
—No le hagas caso, de hecho no creo ni que consigas acercarte a ella —dijo Evan pasándole el brazo por el hombro, José lo fulminó con la mirada—. Hagamos un trato, si consigues que se enamore de ti antes de que acabe el curso te pagaré cien euros.
—Hecho —aceptó, ese dinero prácticamente ya era suyo—.
Vete preparando el dinero.
—Pero si no lo consigues me pagas tú a mí. —Evan sonrió con ma- licia—. Además, si por cualquier circunstancia, acabas enamorándote de ella, tendrás que pagarme un plus de cien euros más.
—Trato hecho —dijo tendiéndole la mano a su amigo, Evan se la estrechó con fuerza y sonrió con picardía. José, por su parte, lo miró con seriedad; ese dinero iba a ser suyo—. Vas a perder.
—Tienes hasta final de curso —se despidió Evan con una sonrisa divertida.
José se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia su casa. Por primera vez, desde que había comenzado el curso, se sentía bien; no se sentía orgulloso de lo que acababa de decidir, pero si estaba excitado ante la perspectiva de su nueva vida en G.óngora.
Estaba en la entrada del portal del edificio de Evan, esperando a que su amigo bajase. Se apoyó contra el muro y se metió las manos en los bolsillos. Habían quedado con Bel, Helena, Sonia y Cris para ir a la feria, después que Bel les diese la tabarra a todos con ir. Nora y Matt eran los únicos que habían conseguido librarse del acoso, aunque claro, tampoco es que hubiese podido decirles nada, ya que tras el «incidente» Nora no pasaba los recreos con ellos y a veces ni Sonia.
Así que su plan de conquista había tenido que quedar en suspensión momentáneamente; para colmo, cuando le preguntó a Bel por Nora, se negó en rotundo a contarle algo sobre ella. ¡Se la pasaba todo el día hablando estupideces y la única cosa que quería saber, se negaba a con- társelo! Esa chica cada vez le caía peor.
—Ya era hora —dijo José cuando Evan abrió la puerta, su amigo sonrió de medio lado y se puso a dar vueltas alrededor de él para que se fijase en su nueva chaqueta de cuero—. Sí, sí, muy bonita. Ahora vámonos.
—Estamos de mal humor hoy, ¿eh? —habló su amigo. José lo miró mal pero no dijo nada.
Miró de reojo hacia Evan, iba vestido con unos vaqueros que pare- cían bastante caros, una camiseta negra y una chaqueta de cuero negro que, como mínimo, debía de costar ciento cincuenta euros. Compara- do con él parecía un indigente, bueno, quizás eso era exagerar, pero con sus vaqueros y camiseta de las rebajas, parecía el amigo pobretón. Pero claro, Evan podía permitirse ese tipo de lujos, su padre prácticamente era rico y al ser hijo único lo tenía consentido.
Suspiró, si él le pidiese a su madre una chaqueta de más de cien euros, seguro lo llevaría derecho al psiquiátrico. Por suerte, Evan no se vestía así para ir al instituto, era seguro que acabaría sin ropa antes de un parpadeo.
—¿Ya has empezado a ahorrar? —le preguntó Evan.
—No, y no creo que lo necesite. Vas a perder.
—Sí, ya lo veo —dijo Evan con sarcasmo—. Nora está besando el suelo que pisas.
José aceleró el paso y escuchó como Evan se reía a lo lejos. Camina- ron durante otros veinte minutos más, hasta que llegaron a la entrada. Allí encontraron a Bel, Cris y Helena.
—¡Hola! —saludó Bel animada repartiendo besos entre Evan y él.
Bel llevaba un vestido celeste con encajes que le llegaba hasta la rodilla, llevaba el pelo recogido en una coleta que la hacía parecer un poco más alta. Sin embargo, quedaba eclipsada por Helena, ya que la rubia tenía el pelo trenzado sobre el hombro izquierdo, vestía también con un vestido pero de color rosa claro sobre el que llevaba una torera beige. Estaba espectacular, como siempre.
 
—¡Sonia, aquí! —gritó Bel saludando con la mano, Sonia corrió hacia ellos tan rápido como pudo.
—¿Llego tarde? —preguntó Sonia mientras trataba de recuperar la respiración. No pudo evitar fijarse en su vestimenta, pantalones y una sudadera; era curioso pero ver a Sonia con vestidos o falda era casi im- posible..
—No te preocupes —habló Bel agarrándola del brazo y tirando de ella hacia el interior.
Los demás se miraron entre ellos antes de seguirlas. Tras atravesar la gran puerta, que estaba iluminada por miles de bombillas, se encontra- ron con numerosos puestos de comida; con cuidado de no chocar con nadie siguieron caminando. Su destino eran las atracciones que estaban al final; Evan se separó de su lado y se colocó al lado de Bel, que lo unió rápidamente a la conversación que mantenía con Sonia.
Intentó iniciar una conversación con Cris pero su amigo aún seguía enfadado y lo ignoró, así que se limitó a escucharlo hablar con Helena. Una vez que pasaron los puestos de comida, llegaron a donde se
encontraban las casetas de juegos. José pasó de largo sin prestarles aten-
ción; sin embargo, en una de las casetas, había aglomerada una gran cantidad de personas que aplaudían y gritaban. Sonia se dio la vuelta hacia ellos.
—Matt y Nora deben de estar ahí —contó Sonia con una gran son- risa, antes de salir corriendo hacia la muchedumbre.
¿Cómo que Nora y Matt estaban allí? ¿No se suponía que no iban a ir a la feria? ¿Y por qué había tanta gente allí? Sin darse cuenta, comen- zó a caminar más rápido sin perder de vista a Sonia, que era la que los guiaba.
—Perdón, disculpe. —Se fue excusando a medida que avanzaba en- tre la gente a base de empujones; poco a poco consiguió llegar hasta el centro de tanto alboroto, y lo que vio lo dejó boquiabierto.
Frente a él se encontraba Nora lanzando una pelota de plástico con- tra una pirámide de vasos, pero lo que lo sorprendió fue que consiguió derribar absolutamente todos con un solo lanzamiento. El feriante la miró fastidiado y le entregó un osito de peluche marrón, que estaba colgando de una de las perchas de los laterales. Nora lo cogió entre sus
 
manos y posteriormente se lo entregó a una niña de seis años, tras el agradecimiento de su padre ambos se marcharon.
—¿Siguiente? —preguntó Matt, el rubio estaba al lado de Nora exa- minando al público. Una madre levantó la mano y su hija de diez años le dio dinero a Matt, este sonrió y le pagó al feriante que le devolvió parte del dinero a él—. ¿Cuál quieres?
—Ese mono. —Señaló la niña, Nora asintió y cogió una de las pe- lotas de la bandeja, apuntó y lanzó la pelota, derribando una vez más todos los vasos.
—¿Cuánto lleváis ya? —preguntó Sonia captando la atención de los dos jóvenes, ellos se giraron hacia ella y la saludaron.
—Unos once peluches aquí y siete de la caseta de al lado —indicó Matt que luego señaló hacia su bolsillo y sonrió—. ¡Últimas tres tira- das! ¿Quién va?
José se fijó como Sonia se ponía al lado de Nora y se arremangaba las mangas de la sudadera; Matt recogió el dinero de tres niños y pagó al feriante, luego se colocó frente a la caseta a lado de Nora. Los tres cogieron las pelotas y las lanzaron impactando con fuerza sobre los vasitos, que cayeron. El feriante chasqueó la lengua, y los tres niños corrieron a pedirle sus peluches. Sonia le tendió la mano a Matt y este le entregó una moneda de dos euros, la pelirroja se la guardó feliz en el bolsillo.
—¿Cuánto habéis conseguido hoy? —preguntó Bel.
—Pues casi treinta euros —contó Matt haciendo sonar las monedas que había en su bolsillo.
José comprendió enseguida lo que ocurría. Al parecer Nora y Matt se dedicaban a cobrarle a la gente por conseguirles los peluches.
—Nunca dejara de sorprenderme la facilidad con la que tiras todos los vasos —dijo Helena, Matt sonrió orgulloso y abrazó a Nora, que se sonrojo ligeramente.
—¿Por qué seguimos aquí? ¡Vamos a las atracciones! —exclamó Bel. Se subieron en la montaña rusa, en la cárcel, en el saltamontes y en  los coches de choque. Agotado, y prácticamente sin dinero, se sentó en
un banco; vio como Evan le compraba a Bel algodón de azúcar, y como
Matt y Nora se compraban perritos calientes.
 
—Y la siguiente atracción es… ¡esa! —dijo Bel señalando hacia una casa encantada; por fuera se veía gente disfrazada de zombis, que inten- taban darle bocados a la gente que pasaba por allí en la cabeza.
—¡Me apunto! —contestó Sonia sentándose enseguida en el banco.
—Yo también, será  divertido.  —Se  apuntó  Evan;  Cris  y Helena asintieron. Bel fue repartiendo algodón de azúcar a todos mien- tras esperaban a que Matt y Nora regresasen.
—Yo no voy, no tengo más dinero —dijo José un poco avergonzado, Evan lo miró y se ofreció a pagarle la entrada, pero se negó en rotundo; aunque no lo pareciese tenía dignidad. Además, a una casa del terror se entra con una chica para que ella se te abrace y así poder ligártela con mayor facilidad, pero él no tenía chica, así que, ¿para qué entrar?
Cuando Nora y Matt llegaron, Bel se giró ilusionada hacia ellos.
—Ahora toca la casa del terror. —Bel señaló hacia la casa.
—Yo ahí no entro —declaró Nora, luego se giró hacia Matt—.
Tú puedes entrar si quieres.
—Me quedo aquí fuera contigo para que no estés sola —contestó el rubio, que de un solo bocado se comió todo el perrito que le quedaba.
—No iba a quedarse sola, José tampoco va a entrar —contó Bel.
—Pues con más razón me quedo fuera con ella —habló Matt ful- minando a José con la mirada; él se echó hacia atrás y se tapó los ojos con las manos.
—¿Seguro que no venís? —preguntó Helena, Nora negó con la cabeza.
—Demasiado pequeño, oscuro y sin posibilidad de encontrar la salida con facilidad —contestó Sonia, las otras dos chicas parecieron comprender la situación; José miró de reojo hacia Sonia, ¿qué demonios significaba eso?—. ¡Vamos!
—¿Tú también vas? —preguntó Matt a Sonia, ella contestó afirma- tivamente y comenzó a caminar hacia la casa junto con Bel—. Espero que no golpee a Jason3 de nuevo.
Los tres se quedaron sentados en silencio en el banco, claramente era una situación incómoda. Se echó hacia adelante y apoyó las manos en las rodillas, notó la dura mirada de Matt sobre él; se giró y le devolvió la mirada. Sí, puede que eso no fuese demasiado inteligente, pero estaba empezando a hartarse de comportarse como un cobarde, y no podía vivir aterrorizado para siempre.
—En mi clase también tuvimos alumnos nuevos, aguantaron dos días —habló Matt.
—¿Matt? ¿Nora? —Un hombre corpulento se acercó a ellos. Matt le estrechó la mano y Nora le dio dos besos—. Me alegro mucho de veros, ¿y Sonia?
—Entró en la casa del terror con los demás; este es José, es com- pañero nuestro en clase —presentó Nora, él se puso en pie y le dio la mano al hombre—. Él es Fran, es uno de los hermanos de Sonia.
Asintió y se volvió a sentar sin apartar la mirada del recién llegado. Era un chico de unos veintitantos o eso creía, pero era bastante difícil asegurarlo debido a su físico. Tragó saliva preocupado, estaba empe- zando a entender por qué Sonia eran tan respetada en el instituto, su hermano daba auténtico terror. Era un chico de casi dos metros de altura, muy corpulento y a la vez musculoso, el corte de pelo militar provocaba que te fijases más en sus pequeños ojos negros; lo examinó concienzudamente, su aspecto recordaba a los guardaespaldas de los famosos.
—¿Casa del terror? Espero que no atice de nuevo a Jason —comen- tó Fran divertido. José se fijó en que llevaba una placa en el cinturón, así que ese debía ser el hermano de Sonia que era policía y había sacado a Matt y Nora de la cárcel el año pasado—. Tengo que irme, soy uno de los policías de paisano que está velando por la seguridad. Nadie quiere que se repitan los sucesos del año pasado. Nos vemos.
—¡Hasta luego! —se despidió Matt.
—¿Ese era el hermano de Sonia? —preguntó José estupefacto mi- rando hacia el lugar por donde él había desaparecido.
—No se parecen mucho físicamente, pero en personalidad son casi idénticos —contestó Matt—. Da miedo, ¿verdad?
—Sí, un poco —afirmó con sinceridad, Matt rio y luego rodó los ojos al mirar hacia Nora.
—¿Te trajiste el libro? ¿En serio? —Nora no apartó la mirada del libro y señaló hacia el bolsillo izquierdo del chico.
 
—Sé que tienes la PSP4 en el bolsillo —respondió ella, Matt chas- queó los dedos.
—Deberíamos ir a otro puesto a conseguir más dinero —propuso Matt, Nora arqueó una ceja y miró hacia su amigo—. Si conseguimos más dinero, podrás comprarte ese libro que viste hace unos días.
—De acuerdo —aceptó Nora cerrando el libro y guardándolo en su bolso—. Pero primero tengo que ir al servicio, ahora vengo.
Nora se levantó y se marchó a pesar que Matt insistió en acompa- ñarla. El rubio al final accedió a que ella fuese sola ya que los servicios no estaban muy lejos; aun así se quedó inquieto, sacó la PSP de su bol- sillo y comenzó a jugar para pasar el rato. José, con cuidado de no ser visto por Matt, observó a Nora marcharse; la chica se deslizó entre la gente sin problemas y pocos segundos después, desapareció de su vista.
—¿Ya recordaste? —le preguntó Matt sacándolo de su ensimisma- miento; José lo miró sin comprender nada y Matt dejó de jugar para mirarlo—. Estabas mirando a Nora, así que te pregunto si ya recuerdas de qué la conoces.
Mierda.
—No, aún no lo recuerdo; sigo pensando que ella se ha equivocado de persona —contestó con sinceridad, Matt apartó la mirada de él y siguió jugando—. Todo sería mucho más fácil si dijese, de una maldita vez, de qué se supone que me conoce.
—Lo que tú digas —dijo Matt ignorándolo por completo, José en- trecerró los ojos indignado; pero su enojo no le duró demasiado, puesto que aparecieron Evan, Bel y Sonia que empezaron a gritarle.
—José tenías que haber entrado, fue una pasada —explicó Evan sentándose a su lado—. Estábamos ahí, en medio de gritos, y de repen- te apareció un tío vestido de Jason; cuando vio a Sonia echó a correr despavorido, chocó contra la cama de la niña del exorcista y Freddy Krueger5 tuvo que reanimarlo. Todo esto mientras la niña del exorcista gritaba «¿Quién ha sido la guarra que ha matado a Jason?».
—Sí, menudo susto se ha llevado el pobre —añadió Bel, Sonia le quitó importancia y se acercó a Matt.
—¿Y Nora? —preguntó la pelirroja, Matt guardó la PSP en su bolsillo y miró hacia donde debían estar los servicios.
 
—Fue al baño, pero ya debería estar aquí —contestó Matt preocu- pado.
Un fuerte estruendo proveniente de los servicios llamó la atención de todos. Matt se puso en pie sobre el banco y comenzó a mirar hacia el lugar donde provenía el ruido. Vieron como mucha gente comenzó a correr alejándose de allí mientras escuchaban las sirenas de la policía a lo lejos.
—¡Mierda! —exclamó Matt, antes de salir corriendo hacia el epi- centro de la revuelta.
—¡Matt! ¡Espera! —gritó Sonia que intentó salir corriendo, pero Bel la detuvo—. Tengo que ir, vosotros id a un lugar seguro con He- lena y Cris.
Sonia salió corriendo, mientras Bel se volteaba hacía él y Evan indi- cándoles que debían marcharse. Sin embargo, antes de poder empezar a caminar, una avalancha de gente llegó de la nada y comenzó a em- pujarlos, separándolos unos de otros. José intentó caminar hacia Evan, pero recibió varios empujones que por poco lo hacen caer al suelo.
Escuchó más sirenas de la policía. Estos pedían que abandonasen el lugar a la vez que lanzaban bengalas para iluminar el cielo; era un aviso que comenzarían a cargar contra los que estuviesen armando alboroto.
Nada más ver la bengala, la gente de su alrededor se volvió loca y co- menzó a darse más empujones para salir cuanto antes de allí; ninguno quería estar cerca cuando llegasen los antidisturbios.
Trato de buscar una vez más a Evan o a Cris, pero no consiguió ver a nadie conocido; comenzó a caminar pero recibió un fuerte empujón y cayó al suelo. Se levantó tan rápido como pudo, aunque eso no evitó que un par de mujeres le pisoteasen la mano. A duras penas consiguió llegar hasta una de las casetas de juegos; comenzó a trepar hasta que estuvo en el techo, donde se sentó y empezó a examinarse la mano.
Echó un vistazo al suelo. La gente seguía corriendo de un lado a otro, empujándose unos a otros; si eso seguía así, no dudaba que al- guien muriese aplastado. Intentó localizar a sus amigos una vez más, decidiendo, que si no los veía en ese momento, se marcharía de ahí sin ellos; sin embargo, alguien captó su atención. Nora estaba caminando entre la muchedumbre como podía, recibiendo empujones y tratando de salir de allí, sin perder la calma.
 
—¡Nora! —chilló, pero ella no lo escuchó. Vio cómo se agachaba para recoger a una niña, para luego ayudarla a reencontrarse con su madre—. ¡Nora!
Agitó las manos efusivamente intentando captar la atención de la chica; volvió a llamarla un par de veces, hasta que ella miró hacia él. Sus miradas se encontraron un par de segundos, antes de que ella recibiese un fuerte empujón y desapareciese de su campo de visión.
¡Joder!
Bajó con cuidado del techo y se metió de nuevo entre la marabunta de gente; recibió codazos, empujones y patadas, pero al menos está vez él también estaba empujando a la gente con fuerza para abrirse paso a donde se suponía que debía encontrarse Nora.
—¡Nora! —gritó por enésima vez.
—¡Aquí! —José se dio la vuelta y vio a Nora unos metros por de- lante intentando llegar hasta donde él se encontraba, pero no hacía sino recibir empujones que la alejaban cada vez más.
Como pudo se abrió paso hasta ella; Nora, por su parte, intentaba mantener el equilibrio y no caer al suelo, a la vez que era arrastrada por la marea humana. Finalmente, José consiguió llegar hasta ella y la agarró del brazo.
—¿Estás bien? —preguntó atrayéndola hacía él, ella asintió.
—Tengo que buscar a Matt y Sonia —dijo Nora; José deslizó su mano del brazo hasta la mano de Nora y la sostuvo con fuerza.
—No, tenemos que salir de aquí. Esto es de locos —indicó comen- zando a caminar hacia donde se dirigía la multitud, no obstante, notó como Nora se detuvo e intentó soltarse de su mano; José volteó hacia ella—. ¡No vamos a buscar a Matt y Sonia, es demasiado peligroso!
—Pero… —protestó la chica, José entrecerró los ojos y apretó sus manos.
—¡Matt y Sonia deben de estar ocupados tratando de salir de aquí con vida, ahora mismo soy tú única alternativa para escapar sana y salva! —gritó tirando de Nora, ella no dijo nada, pero notó como se acercó a su espalda en busca de protección.
Sonrió mentalmente, este no era el acercamiento que había previsto, pero mejor eso que nada. Siguieron caminando durante un rato más,
 
hasta que consiguieron llegar a la entrada de la feria. La puerta gigante estaba en parte derrumbada y solo unas pocas bombillas seguían en- cendidas. Arrastró a Nora hasta una de las calles laterales y la obligó a sentarse en el portal de un edificio junto a él.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó mientras examinaba a Nora de arriba abajo, ella asintió levemente. José se acarició la mano pisotea- da y comenzó a abrirla y cerrarla, tratando de calcular el daño que le habían causado.
—¿Estás herido? —preguntó Nora que había visto sus movimientos.
—No es nada, solo estoy un poco dolorido —contestó apoyando la mano en el suelo; Nora se puso en pie y él la miró exasperado—. ¿Qué pasa ahora?
—Nada, solo voy a llamar a Matt; debe estar preocupado —explicó la chica sacando el móvil del bolso y acercándoselo al oído; después de unos minutos, colgó sin obtener respuesta. Desesperada se puso a dar vueltas. José la observó divertido, nunca antes la había visto mostrar alguna emoción frente a él; al final decidió ponerse en pie y la detuvo agarrándola por los hombros.
—Trata de calmarte, seguro que todos están bien —animó, pero ella desvió la mirada y se apartó de él—. Ya sé, nada de tocarte ni de acercarme a ti.
Nora no dijo nada y se volvió a sentar en el portal.
—¿Y bien? ¿Vas a decirme alguna vez de qué se supone nos conoce- mos? —preguntó colocándose frente a ella en cuclillas.
—Ya te dije que no tiene sentido que yo te lo diga —recordó ella.
—¿Nos enrollamos en una discoteca? —preguntó balanceándose sobre sus tobillos—. Que nos enrolláramos y que no te recuerde, es un buen motivo para que me tengas manía.
—No, y con respecto a eso tengo dos cosas que aclararte; primero, nunca voy a discotecas; y segundo, nunca, nunca jamás me enrollaría contigo —afirmó ella mirándolo a los ojos, José sonrió de medio lado.
—¿Sabes que del odio al amor hay solo un paso? —preguntó acer- cando su rostro al de Nora, ella se echó hacia atrás justo cuando el móvil comenzó a sonar. José se puso en pie y se retiró. Nora cogió el teléfono y se puso a hablar con quién él supuso sería Matt, cuando colgó habló—. ¿Matt? Ella asintió y ambos quedaron en silencio.
—Al menos podrías darme las gracias por rescatarte hoy.
—No necesitaba tu ayuda.
—Eso no es lo que parecía.
Nora entrecerró los ojos, por lo que no pudo evitar sonreír. Ella sabía que él tenía razón por lo que había decidido callar, pero él no estaba dispuesto a dejarlo así.
—Te alegraste mucho al verme, ¿cierto?  —declaró,  Nora  siguió en silencio—. Incluso aceptaste cogerme de la mano y seguirme sin quejarte.
Notó como Nora apretaba los puños frustrada; sonrió satisfecho, hacerla enfadar era realmente divertido. No obstante, su diversión se vio interrumpida por cierto rubio, que corrió hacia ellos y abrazó con fuerza a Nora.
—¿Estásbien? —preguntóMattseparándosede Norayexaminándola concienzudamente, ella asintió con una sonrisa—. Te estuve buscando por todos los sitios, pero las personas se volvieron locas, ¿qué leches pasó?
—Los del instituto Quevedo empezaron una pelea y Dafne tenía una lata de gases lacrimógenos, así que la lanzó contra ellos. Después de eso, reinó el caos; y al empezar a oír las sirenas de la policía, todo el mundo salió corriendo hacia donde podía.
¿Gases lacrimógenos? ¿Una estudiante de Góngora tenía gases la- crimógenos y sabía hacerlos explotar? Joder, esa gente cada día lo sor- prendía aún más. José carraspeó para captar la atención de Matt, que lo miró extrañado.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó mientras tiraba de Nora.
—Me ayudó a salir de la feria —explicó Nora.
—¿Entonces, reconoces que te alegraste de verme? —preguntó con picardía, ella rodó los ojos e ignoró el comentario.
—¿Dónde están…
—Tranquila, están con Sonia, sanas y salvas; aunque cuando las en- contré, estaban lanzando patatas a los antidisturbios y habían atado al dueño del chiringuito a un poste de luz —contó Matt, José se preguntó
 
de quien hablarían, pero luego decidió que cuanto menos supiese mejor para él.
—Es mejor que nos marchemos —propuso José comenzando a ca- minar.
Matt y Nora lo siguieron en silencio, algo que lo irritó bastante. Si iban así, en silencio, comenzaría a pensar que estaban planeando su asesinato y morir no entraba dentro de sus planes.
—Por cierto, creo que vi a Evan corriendo con Bel, aunque no pude verlos bien —comentó Matt; José asintió, pero no dijo nada. Ya llama- ría a Evan mañana, por ahora solo quería regresar a casa y descansar—. Nosotros nos vamos por aquí.
José se detuvo en seco y se dio la vuelta, para ver como Matt señala- ba hacia la estación del metro; él tenía que seguir recto, así que era ahí donde se separaban. Movió la cabeza hacia los lados y miró hacia Nora.
—¿Me vas a dar las gracias o no? —Vio como Matt golpeaba a Nora suavemente con el codo en la cadera, ella suspiró.
—No.
José abrió la boca estupefacto, y cuando fue a cerrarla para recla- marle, Nora ya se encontraba bajando las escaleras; Matt se despidió de él con una sonrisa divertida antes de seguirla. José se dio la vuelta  y lanzó un grito al cielo, ¿tanto le costaba a esa maldita mujer decirle gracias? Joder, que únicamente era una puta palabra, no costaba tanto.
 



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En el texto hay: instituto, locura, humor

Editado: 25.01.2020

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