Tienes que ser tú (tqst Libro #1)

El ascensor 7

—¿Qué tal el día? —preguntó su padre mientras troceaba una za- nahoria.
—Genial —contestó con sarcasmo, su padre sonrió y siguió coci- nando.
—Ves, te dije que te acostumbrarías; seguramente Góngora no es ni la mitad de horrible de lo que tú creías —añadió su padre con alegría mientras vertía la zanahoria junto a más verduras en una olla. José puso los ojos en blanco, al parecer el convertirse en amo de casa le había arruinado la capacidad de reconocer el sarcasmo.
—Avísame cuando la comida esté lista —pidió saliendo de la cocina y dirigiéndose al salón, se sentó en el sofá y se puso a cambiar de canales hasta que se aburrió.
Cerró los ojos e intentó pensar qué hacer ahora; Nora era la hermana de Dafne, y Matt el hermano de Ann; los dos eran los hermanos ma- yores de las jefas del instituto. Recordó las palabras de Matt, resultaba que al final tenía razón; Nora lo estaba protegiendo. Sonaba surrealista, pero sí, ella lo estaba protegiendo, de eso estaba bastante seguro.
Su padre lo llamó, él se levantó de mala gana y fue a la cocina.
—¿Y eso qué es? —preguntó a su padre.
—Verduras a la sorpresa, lo he inventado yo —dijo su padre con or- gullo, José miró la comida con repulsión; era un plato lleno de verduras cocidas con apariencia de haber pasado demasiado tiempo en la olla—. Que te aproveche.
—Puag… —murmuró José clavando un tenedor en un uno de los espárragos, para ver como este se deshacía. Con cuidado sacó una bolsa de plástico de la despensa y tiró todas las «Verduras a la sorpresa» dentro de ella—. La sorpresa sería que alguien se las comiese.
 
Metió la bolsa dentro del cubo de la basura, escondiéndola bajo unas latas y se preparó un bocadillo. Cuando salió de la cocina, felicitó a  su padre por la comida y se metió dentro de su habitación. Se tumbó sobre la cama y trató de pensar sobre los acontecimientos que habían tenido lugar ese día. No solo lo habían secuestrado unos niños vestidos de indios, algo que le demostró que daba igual que Cris supiese kárate, sino que las encargadas de su rescate habían sido las hermanas de Nora y Matt.
Metió la cabeza debajo de la almohada intentando buscar las res- puestas que tanto necesitaba. Por un lado deseaba fastidiar a Nora, pero no estaba dispuesto a arriesgar su vida para conseguirlo, ¿por qué tenía que tener de hermana a Dafne? Maldita sea. Seguro a estas alturas Cris estaba en su casa descojonándose de la risa y pensando que se lo tenía bien merecido, mientras que Evan ya debía de tener el símbolo del euro en sus ojos. Apretó la almohada contra su cabeza y gritó de frustración, quería regresar a su viejo instituto ¡ya! Ahí estaba seguro, nadie lo odia- ba y nadie intentaría matarlo. Oyó como la puerta se abría y alguien entraba en su dormitorio, sacó la cabeza de debajo de la almohada y miró hacia su visitante. Evan lo miraba sonriente con los brazos cruza- dos sobre el pecho.
—¿Qué haces? Parecía como si quisieras asfixiarte —comentó su amigo sentándose sobre la silla del escritorio, José lo fulminó con la mirada.
—¿Qué haces tú aquí? Podías haberme llamado para decir que ve- nías —se quejó colocando la almohada entre la pared y él, y luego echándose encima de ella.
—Te lo dije en clase pero estabas en tu mundo; y te llamé cuando salí de mi casa, pero no lo cogiste. Menos mal que tu padre estaba aquí y me dejo entrar —explicó Evan dando vueltas sobre sí mismo con la silla. José se sacó el móvil del bolsillo y vio la llamada perdida de su amigo—. Estás en las nubes desde que te rescatamos de los niños-in- dios.
Se recostó sobre la almohada y miró hacia Evan, que ya había deja- do de dar vueltas y lo observaba con curiosidad.
—Tú también lo estarías al descubrir que la chica que tanto te odia tiene por hermana menor a la jefa del Instituto Góngora —explicó como si fuera lo más simple del mundo.
 
—No veo cuál es el problema.
—¡¿Que no ves cuál es el problema?! —José se puso en pie sobre la cama, agarró a Evan por el cuello de la camisa y comenzó a agitarlo—. El problema, chalado de la vida, es que Nora es hermana de una luná- tica y me odia.
—Si aún no ha comentado nada a su hermana, ¿por qué iba a hacer- lo precisamente ahora? Tú mismo dijiste que, según Matt, ella te estaba protegiendo. —Según iba hablando Evan, fue relajándose y soltó la camisa de su amigo—. Además, si entablas amistad con ella, o te llevas bien, no tienen por qué hacerte nada.
José se alejó de su amigo y se sentó en la cama, tratando de analizar sus palabras. Evan sonrió y encendió el ordenador.
—Entras en pánico demasiado pronto, todavía no entiendo cómo podías ser el capitán del equipo de fútbol.
—Porque era el mejor —contestó con soberbia tumbándose sobre la cama—. Sabes, tal vez tengas razón… no debería preocuparme tanto.
—Cuanto antes te lo tomes en serio, antes conseguiré mis doscientos euros —dijo Evan sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.
—Debes estar feliz, ¿no? Estabas empeñado en ver a las jefas del ins- tituto —recordó ignorando el comentario anterior de su amigo Evan giró la silla hacia él con los ojos brillantes—. ¿Cómo conseguiste que fueran a rescatarnos? Tú no sabías que era su hermana.
—Yo fui a buscar a Sonia, pero ella dijo: «Ese no es mi territorio, tenemos que avisar a las chicas»; entonces, fuimos a buscar a Matt que estaba en la última planta, en una clase llena de ordenadores. En cuan- to Sonia le dijo que a Nora se la habían llevado los de primero, salimos corriendo hacia el edificio central, donde encontramos a Dafne y Ann en una de las clases rodeadas de golosinas y comida; agarraron los bates de beisbol y fuimos a por vosotros —explicó Evan sacando el móvil de su bolsillo y mirando la hora—. Tengo que irme, quedé con Bel para merendar algo.
—¿Cómo la aguantas? Habla y habla y habla. —Evan lo miró mal, pero José lo ignoró—. Y habla y habla y habla.
—No habla tanto, estás muy quejica últimamente —comentó Evan apagando el monitor y poniéndose en pie—. ¿Te vienes? Un poco de
 
contacto humano no te vendría mal, llevas unas semanas que pareces cangrejo ermitaño.
—No, ya tuve suficientes gritos de Bel por hoy —dijo recordando como la chica se había puesto histérica al ser atada a la silla. Evan se encogió de hombros y caminó hacia la puerta.
.
A la mañana siguiente buscó a Evan en la entrada, pero al no verlo subió corriendo hacia la clase; una vez allí, depositó sus cosas sobre la mesa y lo vio hablando animadamente con Bel, Helena y Cris. ¡Qué bien! Ahora también su mejor amigo lo dejaba de lado, prefiriendo la compañía de esas chicas. Se apoyó en la mesa y miró hacia la pizarra,  a los pocos minutos sonó el timbre y la profesora de Historia entró en clase.
—Nora, vaya por la televisión que está en la sala de audiovisuales
—pidió la profesora sorprendiendo a toda la clase. Nora se puso en pie y la profesora le entregó una nota.
—Esto… alguien tiene que venir conmigo —murmuró Nora.
—José vaya con ella, os quiero aquí en menos de diez minutos —or- denó la profesora.
Nora salió de clase sin esperar a que José se pusiese en pie; él se giró hacia Evan, que le guiñó un ojo, y abandonó la clase. Fuera se encon- traba Nora, que nada más verlo comenzó a caminar sin decirle nada.
—¿Tenemos sala de audiovisuales? —preguntó, Nora asintió pero no dijo nada.
Bajaron caminando hasta la planta baja y de ahí caminaron hacia el edificio principal; una vez en este, tomaron uno de los pasillos de   la izquierda y caminaron hasta una puerta de madera. José se detuvo delante de la puerta y trató de abrirla, pero estaba bloqueada; miró a su alrededor y a la derecha había un panel con números. ¡Vaya, eso sí que era guardar las cosas con seguridad! Nora  se sacó la nota del bolsillo   y comenzó a teclear los números; cuando acabó, le dio a la tecla verde y la puerta se abrió automáticamente.
—Tenéis mejor seguridad que en el banco —comentó sorprendido entrando a la sala.
 
Era una pequeña habitación sin ventanas, por lo que tuvo que bus- car el interruptor de la luz, que estaba al lado de la puerta. Una vez que la luz estuvo encendida, pudo ver el contenido de la habitación. Había una mesa con ruedas sobre la que  había una televisión de plasma; a  su lado, había un mueble con siete proyectores y cuatro ordenadores portátiles; también habían teclados de ordenador,  ratones, pantallas   y DVD.
—Aquí hay de todo, no me extraña que esté bien guardado —co- mentó cogiendo uno de los ordenadores portátiles.
—Deja eso y saca la tele —ordenó Nora desde fuera; José depositó el ordenador en su sitio y se giró hacia ella.
—¿No vas a entrar a ayudarme? —preguntó, ella miró hacia la puerta y no se movió de su sitio.
—Es una mesa con ruedas, no creo que cueste tanto sacarla de ahí
—comentó ella con su habitual tono de hostilidad; José suspiró irritado y comenzó a empujar la mesa poco a poco, hasta que consiguió sacarla. Una vez que estuvo fuera Nora cerró la puerta y comenzó a caminar por el pasillo; se revolvió el pelo desquiciado. La siguió empujando la mesa, hasta que llegaron al ascensor—. Entra y pulsa para ir a la se- gunda planta.
José la obedeció y metió la mesa dentro del ascensor, sin embargo, impidió que las puertas se cerraran.
—¿No subes? —Ella negó con la cabeza—. No vas a morirte por pasar quince segundos aquí dentro conmigo.
—No es eso, es que iríamos muy apretados —se excusó ella. José levantó una ceja, el espacio del ascensor era suficiente para ambos      y para tres personas más.
Nora se marchó y José apretó de un puñetazo el botón de la segunda planta. ¿Por qué tenía que ser así con él? El ascensor se abrió y sacó la mesa de allí, miró hacia los laterales pero no vio a Nora por ningún lado, así que comenzó a empujar el mueble hacia su clase. Nora lo alcanzó justo antes de entrar a la clase y le abrió la puerta para que entrase.
—¡Al fin! —gritó Sonia; José colocó el mueble delante de la pizarra y conectó la televisión a la corriente, luego se sentó.
 
—Bien chicos, hoy vamos a ver La lista de Schindler. No vamos a poder verla entera, debido a que dura mucho más que nuestra hora de clase, por lo que el resto la veréis en casa y con el compañero que os asigné; para el siguiente trabajo me haréis un resumen de cinco páginas que contenga, además, vuestra opinión —explicó la profesora, se oyó un leve murmullo de protestas pero nadie alzó la voz—. Sonia.
—¿Y eso para cuándo es?
—Para este viernes.
No le hizo falta girarse para conocer la reacción de Nora, obviamen- te iba a estar maldiciendo su suerte. Y para él tampoco es que fuese la noticia del siglo, hubiera preferido que lo emparejasen con cualquier otra persona, incluso estaba dispuesto a soportar a Bel. Miró hacia Evan, su amigo estaba blanco y había empezado a golpear su cabeza contra la mesa; vaya, al parecer no era el único que estaba disgustado.
Una hora más tarde la profesora abandonaba la clase llevándose con ella la televisión. José miró de reojo hacia Nora y se puso en pie. Qui- sieran o no, tenían que quedar.
—¿Ahora tenéis Filosofía? —preguntó Matt desde la puerta, José se giró hacia él y le asintió—. Genial, ¡vamos chicos!
Matt volvió a entrar en la clase pero esta vez iba cargando una silla, tras él entraron muchos más alumnos que también cargaban sus asien- tos. El rubio colocó su silla al lado de la de Nora y otro chico se colocó al lado de Sonia; los demás estudiantes que entraron iban colocándose junto a sus conocidos. ¿Qué pasaba ahora?
—¿De dónde ha salido toda esta gente? —preguntó Evan, José se encogió de hombros y se sentó de nuevo. Ahora sí que le iba a resultar imposible hablar con Nora.
—¡Joder Dan, que te den! ¡Vete a la mierda, ¿me oyes?! —gritó So- nia mientras trataba de tirar de la silla a un chico que se agarraba con fuerza a su asiento para evitar caerse.
—Si sigues así no vas a echarte novio nunca —dijo el chico ganán- dose una mirada de odio por parte de Sonia, que soltó la silla donde estaba el chico sentado para coger la suya propia y levantarla para ati- zarle; pero, por suerte, Matt, Nora y otros cinco más se levantaron y la agarraron antes de que pudiera hacer nada—. Ves, ¿qué clase de chica se comporta así?
 
—¡Soltadme que lo mato!
—¡Buenos días! —saludó el profesor de Filosofía; el hombre miró hacia los siete chicos que sujetaban a Sonia y luego se fijó bien en la clase—. Pensé que ya habíamos pasado la etapa en la que Sonia trataba de matar a Dan.
—La verdad es que no, pero ahora que no están en la misma clase no pasa tan a menudo —añadió Matt—. Por cierto, tenemos hora li- bre, ¿podemos unirnos a la clase?
El profesor depositó los libros sobre la mesa y sacó un folio.
—Con vosotros tengo a última hora, ¿no? —indicó el profesor, uno de los alumnos le gritó que sí—. Bien, hoy saldremos todos una hora antes. ¡Deberíais uniros a esta clase más veces!
José parpadeó sorprendido, no solo les permitía quedarse en la clase, sino que, además, les animaba a venir más veces. ¿¡Qué clase de profe- sor era ese!?
—¿Es necesario que vosotros dos estéis sentados juntos? —preguntó el profesor a Sonia y Dan. Ellos dos asintieron—. Bien, pero no os emocionéis peleando que os conozco.
Diez minutos, eso fue lo que tardaron en ponerse a gritar el uno al otro y recriminarse asuntos personales. Lejos de mandarlos a callar o a dirección, el profesor aprovechó sus arrebatos de ira para ir poniendo ejemplos sobre cosas dichas por filósofos o sus teorías.
Dejando a un lado lo extraño que era todo, y la cantidad de insultos que podía soltar Sonia por su boca en menos de un segundo, fue la clase en la que más había aprendido en toda su vida.
Una vez que el timbre sonó el profesor se marchó, después de despe- dirse de ellos y comentarles lo mucho que le había gustado la clase de hoy; tras él, los alumnos de 2ºE comenzaron a coger sus sillas y fueron abandonando poco a poco la clase. Nora se levantó para despedir a Matt y una vez que el rubio estuvo fuera, se acercó a su mesa.
—¿Cómo vamos a hacer para lo de la película? —preguntó Nora.
—Puedes venir a mi casa a terminar de verla. —Nora se negó horrorizada—. Puedo ir yo a tu casa a verla.
—No.
 
—Si no quieres ir a mi casa y no quieres que vaya a tú casa, ¡¿cómo diablos se supone que vamos a hacer el trabajo?! —preguntó poniéndo- se en pie y apoyando sus puños sobre la mesa; José escrutó los ojos de Nora, pero ella se mantuvo firme.
—Podéis venir a mi casa —propuso Evan, los dos lo miraron intere- sados—. Es un terreno neutral y así no estaré a solas con la adoradora del diablo.
—¿Te refieres a mí? —preguntó una chica con voz sombría, iba ves- tida completamente de negro y su rostro estaba oculto por el pelo. Evan lanzó un grito al aire y se agarró con fuerza a la silla mientras hacia la señal de la cruz en dirección hacia la chica gótica—. ¿Adoradora del diablo? Me gusta.
.
Una vez que llegó al edificio de su amigo, se percató que Nora iba caminando despacio mientras miraba una nota y luego los edificios; respiró hondo y levantó la mano para llamar su atención. Cuando ella lo vio, guardó el papel en el bolsillo y caminó hacia él.
—Hola —saludó, ella movió la cabeza ligeramente a modo de salu- do. José respiró hondo por segunda vez, iba a ser una tarde muy larga. Levantó la mano y apretó el timbre que correspondía al piso de Evan.
—¿Sí?
—José y Nora —los presentó José empujando la puerta al escuchar el sonido que le indicaba que debía hacerlo, Nora entró tras él. Ambos caminaron hacia el ascensor y José apretó el botón de este, abriéndose las dos grandes puertas metálicas. Se fijó en que Nora se echó hacia atrás y miraba hacia los lados.
—¿No se puede subir por las escaleras? —preguntó ella preocupada, José se rascó la nuca, ya estaba otra vez quejándose por tener que meter- se en un ascensor con él; ¡no iba a violarla ni nada, por dios!
—No digas idioteces, son nueve plantas. ¡No seas quisquillosa y entra de una vez! —le recriminó cogiéndola del brazo y arrastrándola li- teralmente dentro del ascensor, pulsó el botón y las puertas empezaron a cerrarse; pero antes de que estuviesen totalmente bloqueadas entró la chica gótica.
 
—Hola —saludó la gótica, José apretó de nuevo el botón de la no- vena planta y el ascensor inició su subida.
Los tres iban en completo silencio, miró de reojo hacia Nora, ella estaba frente a la puerta preparada para salir de allí en cuanto se abrie- se. Se dio cuenta que la chica estaba con los ojos cerrados mientras daba golpecitos con los dedos en la pierna. José se apoyó sobre la pared y suspiró; por mucho que le daba vueltas, no sabía cómo comenzar a llevarse bien con ella.
Notaron un fuerte ruido y el ascensor se detuvo de golpe. Se agarró con fuerza a la barra de la pared, y vio como Nora y la gótica habían tenido menos reflejos y las dos estaban en el suelo. Se acercó a Nora con cuidado y trató de ayudarla a incorporarse, pero ella rechazó su ayuda; sin embargo, no se apartó de ella pues parecía confusa y estaba tensa.
—Yo ahí no entro.
—Nunca voy a discotecas.
—Demasiado pequeño, oscuro y sin posibilidad de encontrar la salida con facilidad.
—¿No se puede subir por las escaleras?
Las palabras de Nora invadieron su mente; no quiso entrar en el castillo de terror de la feria, hoy en el instituto no entró a la pequeña sala de audiovisuales, en la cual no había ventanas; también se negó a entrar en el ascensor con él, y hace menos de un minuto le preguntó por las escaleras. ¡Joder, no! ¡No, no, no! Todas esas señales, solo po- dían significar una cosa… ¡Era claustrofóbica! ¡Y él la había obligado a subirse en ese ascensor, que ahora mismo estaba parado en vete tú a sa- ber qué planta! ¡Joder, cómo podía haber sido tan estúpido! En ningún momento ella estuvo en contra de subir con él al ascensor, simplemente le aterraba la idea de quedarse encerrada, tal y como estaban ahora. Unos gritos lo devolvieron a la realidad, Nora  se había puesto en pie y aporreaba la puerta del ascensor.
—¡Socorro! ¡Ayuda, por favor!
No pudo evitar mirarla sintiéndose culpable, ella estaba ahí por su culpa. Miró hacia la chica gótica y vio que esta había sacado el móvil, él hizo lo mismo; tras comprobar que apenas tenía cobertura, llamó por teléfono a Evan. Al tercer tono su amigo contestó.
 
—¿Dónde estáis?
—Evan escúchame bien, el ascensor se ha parado. Estamos encerra- dos aquí… —Miró hacia la chica gótica esperando que esta le dijese su nombre, ella movió los labios diciéndoselo; dudó ante lo que le decía la chica, ¿cómo una admiradora de Satán podía llamarse Angy? Eso es Ángela; decidió ignorar lo irónico de la situación y habló de nuevo—. Angy, Nora y yo.
—Está bien, llamaré al técnico. Pero tardará un buen rato.
—¡No tenemos un buen rato! Nora es claustrofóbica, se ha puesto a dar golpes por todo el ascensor tratando de buscar una salida mientras grita histérica —explicó de los nervios, Evan murmuró: claustrofobia y notó como le arrebataban el teléfono a su amigo.
—José, soy Bel. Nora tiene un ataque de pánico; tienes que intentar como sea que se relaje, si sigue así comenzará a hiperventilar, tendrá náuseas y podría hasta perder el conocimiento. ¡Tienes que hacer todo lo que  puedas para tranquilizarla! ¡¿me oyes!? —explicó Bel a gritos  y con una notoria preocupación.
—Pero yo no sé qué hacer —dijo, sin embargo, no escuchó respues- ta por parte de Bel—. ¿Hola? ¿Bel?
Apartó el móvil de la oreja  y lo miró. Sin batería. ¡Joder, mier-  da! Pegó una patada a la pared, ¿cómo cojones se suponía que iba a tranquilizarla?
 



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En el texto hay: instituto, locura, humor

Editado: 25.01.2020

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