Recuerdo una tarde en particular. El sol entraba tibio por la ventana, y tú me mirabas como si no existiera nada más en el mundo. Reíamos por cualquier tontería, como si la vida no pudiera tocarnos, como si lo nuestro fuera eterno. Me tomaste la mano sin decir nada, y en ese gesto pequeño cabía toda la promesa del futuro. En ese instante creí que bastaba con sentir… que amar era suficiente.
A veces me pregunto en qué momento dejamos de mirarnos así. Cuándo se volvió costumbre, rutina, peso. Cuándo cambiamos la risa por el silencio incómodo, las caricias por la distancia prudente. Los recuerdos no duelen por lo que fueron, sino por lo que ya no son. Por la certeza cruel de que no volverán.
Guardé esa imagen como quien guarda una fotografía en una caja que no se abre más. No porque ya no signifique, sino porque duele demasiado mirarla.
Y en medio de todo ese duelo sin entierro, entendí que a veces se ama con todo… y aún así, no basta