No llegó de golpe. No hubo una mañana en la que desperté sin dolor ni recuerdos.
La paz no entra como una tormenta. Llega como una brisa leve, casi tímida, después de muchas noches en silencio.
Al principio, fue raro no sentir ese nudo en el pecho.
Me preguntaba si estaba siendo insensible o si simplemente… estaba sanando.
Descubrí que a veces, el alma se acostumbra tanto al dolor, que la calma también asusta.
Pero empecé a respirar diferente.
A mirar el mundo sin ese peso constante.
Y a disfrutar cosas pequeñas: un café lento, una conversación sincera, mi propio silencio.
Ya no me persigue su nombre.
Ya no repaso lo que dije o dejé de decir.
No hay culpa, no hay enojo… solo una especie de gratitud serena por haber amado, aunque no haya durado.
La paz no se siente como una explosión.
Es más bien una ausencia de guerra.
Un espacio donde por fin puedo sentarme conmigo misma… sin reproches, sin ansiedad, sin necesidad de aferrarme a lo que fue.
Y entendí algo:
No vine a esta vida para mendigar amor.
Ni para quedarme donde ya no florezco.
Vine a aprender, a soltar, a elegir(me).
Y por primera vez en mucho tiempo, lo estoy haciendo.
No todo se supera.
Pero todo se transforma.
Y lo que hoy siento… no es olvido, es libertad.
---