Ya no estoy buscando a alguien que me salve.
Ya no espero que el amor venga a completarme, ni a reparar las partes rotas que yo misma aprendí a sostener.
Porque esta vez, el amor empieza por mí.
Empieza en la forma en que me hablo.
En cómo me permito descansar sin culpas, en cómo celebro mis pequeños logros, en cómo dejo de pedirme perfección.
Empieza cuando me abrazo en los días grises y me aplaudo en los días buenos.
Cuando pongo límites sin miedo a perder a nadie, porque ya no estoy dispuesta a perderme a mí.
He amado a otros con el alma en la mano.
Ahora me toca amarme con la misma intensidad.
Ya no desde la carencia, sino desde la conciencia.
No desde la necesidad, sino desde el respeto.
Estoy aprendiendo que no debo pedirle a nadie que se quede.
Porque quien de verdad quiere estar… lo hace.
Y quien no, se va.
Y yo ya no persigo a nadie.
El amor sigue siendo algo que quiero. Pero ya no lo busco para llenar vacíos.
Lo busco para compartir mi plenitud.
Y si algún día llega alguien, será para caminar conmigo, no para arrastrarme ni cargarme.
Y si no llega, también está bien. Porque por fin entendí: no necesito que alguien me elija para sentirme valiosa.
Hoy, por primera vez, soy mi propio hogar.
Y es hermoso estar aquí.
---