Tierno corazón

Capítulo 5º Realidad

Un sábado cualquiera, después de cuatro meses y medio, Esteban regresó a Torremolinos, regresó a la playa, donde conoció a Eva, y allí estaba ella, galopando con su blanco caballo.

Él la miró, la veía tan bella, con aquel cuerpo tan exuberante, aquellos largos cabellos ondeando al viento, pero su corazón le palpitaba a mil por hora; se sentía nervioso, con miedo, no sabía cuál iba a ser la reacción de ella, después de tanto tiempo.

Al dar la vuelta con el caballo de regreso, miré y me encontré de frente con él. Era Esteban, estaba aquí, había vuelto. Mi corazón se me aceleró y mi cuerpo se puso nervioso; una extraña sensación recorría mi piel. Me fui acercando, me bajé del caballo y, como una loca, me lancé a sus brazos.

—¡Amor, estás aquí! —le dije entre lágrimas.

—¡Sí, mi vida! Estoy aquí, no pude venir antes, es una larga historia, no hay día que no haya pensado en ti.

—¡Yo también te he echado tanto de menos! —¡Abrázame fuerte!

Esteban me abrazó fuertemente contra su pecho; yo sentía latir su corazón, sentía sus grandes manos sobre mi cuerpo.

Nos besamos intensamente, como si no hubiera un mañana.

—¡Vamos, guapetona! ¡Te invito a comer! Y de paso te explico, creo que debo hacerlo y te lo debo, no pude cumplir mi promesa.

—Me acerco a casa un momento y me cambio de ropa. ¡Ven conmigo!

Esteban y yo caminamos juntos hasta el final de la playa; fui a guardar el caballo, al lado de mi casa, en la caballeriza.

Entramos a mi casa, dejé a Esteban en el salón.

—En el mueble bar, ahí hay bebidas. ¡Sírvete lo que quieras!

—¡Gracias! —me contestó.

Yo me voy a poner una blusa blanca y un pantalón de peto rojo, con unos zapatos de plataforma que tengo a juego y un bolso.

Me voy a recoger una hermosa coleta, desde arriba, que me quedará impresionante, suave de maquillaje, no maquillarme exageradamente; a mí me gusta ser yo misma, tal y como soy.

—¡Ya estoy lista! Podemos irnos.

—¡Estás terriblemente preciosa! ¡Vamos, amor!

Fuimos caminando hasta llegar a un restaurante, el Spanish Garden.

Nos sentamos en una mesa en el salón, pedimos unas brochetas de langostinos, unos aguacates a la plancha con mango y una ensalada templada con setas y bacón. De segundo nos decidimos por una carrillada al vino tinto y unos lomos de bacalao con tomate y albahaca (todo exquisito).

Los postres fueron crema andaluza y pudin, deliciosos ambos.

El vino, un tinto de crianza, con un toque suave y afrutado.

Durante la comida Esteban me contó el accidente de coche que había tenido, su hospitalización y su reposo en casa, también al principio de su rehabilitación, su cojera de la pierna y lo asustado que estuvo, temiendo quedarse cojo.

—Como ves, una larga historia y una torpeza por mi parte, no darte mi móvil al despedirme.

—¡A mí también, se me olvidó! —En ese instante no lo pensé...

—Hubiéramos sabido el uno del otro; de esta manera ha sido un sin vivir.

—Yo, no me he olvidado de ti; es más, pensaba que para ti habría sido una aventura de verano.

—Para mí, has sido lo mejor que me ha pasado este verano, la persona que ocupa, desde el primer momento que nos conocimos, mi corazón.

—Nunca, dude de ti, Esteban; algo dentro de mí me decía que tenía explicación el que no volvieras.

—¡Te amo, demasiado! Como un niño he llorado, por no poder hacer nada, por no saber de ti.

—Yo también he pensado en ti, cada día; eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

—Realmente, Eva, lo pasé mal; por ti, la soledad se convirtió en mi compañera más fiel y el miedo, en mi mejor amigo.

—Yo, ¡no puedo vivir sin ti! No quiero alejarme de ti, Esteban.

Ambos salimos del restaurante, y cogidos de la mano, fuimos paseando por el parque...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.