Tidus pasó la noche entera llorando en su celda. Sus ojos estaban rojos e hinchados.
Yarlok entró a la prisión. Fue a la celda de Tidus.
-Mi hermano fue un idiota al dejar que su orden entrara al reino. Hacen que mi pueblo se vuelva en mi contra…
-Tú te has ganado el desprecio de la gente, alteza.
-Cuando todos los druidas de mi reino estén muertos, la gente no creerá más en la orden y entonces me aclamaran, seré el gran rey que liberó a Akaria de la Orden Druida. El pueblo me amara por eso.
-¿De verdad crees que puedan amar a un salvaje asesino como tú? Los obligaras a arrodillarse o quemaras sus hogares como hiciste con el mío. Yarlok, tu jamás podrás ser un buen rey.
Yarlok metió el brazo por los barrotes y, con una gran fuerza física, levanto a Tidus por el cuello.
-¡Entonces; yo tendré su lealtad o ellos serán solo cenizas y huesos humeantes! -Lo arrojó al suelo y salió de la prisión enfurecido. Llegó al palacio, donde había mandado a reunirse a la ya infame Guardia Oscura.
-General.
-Alteza.
-¿Cuantos hombres murieron ayer?
-10
-Había casi 200 druidas y aprendices en ese castillo; ustedes han demostrado su valor y su lealtad. Serán recompensados.
Yarlok hizo que sus sirvientes le entregaran a cada uno una bolsa llena de monedas de oro.
En la ruinas de lo que alguna vez fue Tahad, Gakur, Kerax y algunos de sus hombres buscaban el corazón de Ardal.
Uno de los drows que iban con ellos escucho un ruido extraño, y vio algo moverse detrás una pequeña construcción de roca.
-Señor, creo que…
De pronto un cuchillo se encajó en su cuello dejando escurrir su sangre. Rápidamente lo otros se pusieron en guardia. Gakur vio que la atacante era una naga que se arrastraba rápidamente entre las ruinas; le lanzó una bola de fuego, la naga se retorcía y gritaba del dolor. Más nagas aparecieron y se desató el combate entre drows y nagas.
Luego de varios minutos, Gakur y Kerax ya habían perdido a varios de sus hombres.
-Allá, en la torre. -indicó Kerax al ver un pequeño destello rojo.
Una naga enredó con su cuerpo a un drow y, usando su gran fuerza, le rompió los brazos, las costillas, y finalmente la columna. Otro drow recibió una flecha en su ojo derecho.
Gakur usó su magia para arrojar a 6 nagas por los aires, les atravesó el pecho a otras dos usando su energía para formar una especie de dagas.
Finalmente las nagas huyeron, pero, de los 30 drows que iban, ahora quedaban 19.
Entraron a la enorme torre de la que salió aquel destello. Estaba en medio de la ciudadela, ninguna otra construcción o muro la rodeaba de cerca. Los drows subieron por la larga escalera hasta la cima.
-Señor, no hayamos nada.
-¿Nada? -dijo Gakur al tiempo que su mano derecha se iluminó con una luz carmesí al moverla de izquierda a derecha. Entonces, en el piso, una trampilla se apareció, esta daba a las entrañas de la ciudad. La abrieron bajaron por unos escalones hasta llegar a un túnel. Kerax alzo una mano y las viejas antorchas que estaban en las agrietadas paredes se encendieron en segundos. Avanzaron por ese largo y antiguo túnel lleno de arañas y ratas hasta que dieron con una cámara subterránea, la cual tenía una mesa de piedra en su centro, sobre la mesa había un cofre de metal, oscuro, adornado con figuras de cráneos, y cerradura en forma de corazón.
Gakur caminó hasta el centro, sacó una llave plateada que tenía un diamante negro en forma de corazón en la parte posterior.
-Acérquense y pónganse alrededor del altar. -indicó a los otros. Los demás obedecieron, y una vez se acomodaron alrededor del altar, Gakur abrió el cofre.
-¡Ahora, mis hermanos, ha llegado el momento de que nuestro amo y señor Ardal inicie su camino para volver de entre los muertos! ¡Y una vez que su alma se una a su cuerpo de nuevo, comenzara el reinado de la oscuridad!
Tomó una daga y se cortó la palma de la mano; dejó caer su sangre sobre el corazón. Uno a uno, los 19 drows ofrecieron su sangre a Ardal, a la oscuridad.
Por último, Kerax deslizo la hoja de la daga por su mano al tiempo que decía.
- Con esta ofrenda a las tinieblas, tus leales seguidores invocamos a tu espirito desde el reino de La Muerte.
Habiendo dicho esto, y dejado caer su sangre sobre el corrupto corazón de su amo, se apartó.
El órgano, que era negro como la noche, comenzó tornarse rojo y a emitir una brillante luz carmesí; sus latidos rompieron el silencio que se había hecho presente en el lugar. Ese día, la oscuridad emprendía su terrible retorno a esta Tierra; la paz se volvería solo un sueño, un simple sueño con la amenaza de no cumplirse.
Una brisa helada llenó el ambiente y un humo negro con destellos rojos salía del cofre haciendo que fuera imposible ver. De la nube de humo emergió una figura espectral; llevaba una túnica negra con capucha; se dirigió a los presentes, levantó su cabeza dejando ver la máscara de metal que cubría su rostro.
Todos se arrodillaron ante él.
-Le ofrecemos nuestra lealtad y nuestras vidas, gran rey Ardal.