A la hora de bajar, el agua mojaba las botas y la tela desgastada y reseca de los pantalones. La arena dejaba rastros de las huellas de los piratas. Bittergrog iba al frente seguido a un lado por Barbanegra que a punta de pistola, un rato antes, había hecho descender a la tripulación del barco de su ahora enemigo. No le apuntó al capitán porque todavía quedaba un poco de respeto entre ellos.
La isla tiene una espesa selva en su interior. Una vez dentro, el calor y la humedad del lugar son sofocantes y todo se cubre de una densa vegetación que tapa la luz del sol. Las gotas de sudor resbalan por la frente de los piratas, mezclando el miedo y el cansancio. Plantas extrañas y sonidos de animales exóticos rodean la selva dándole un misterio nunca visto.
Las espadas rompen la maleza para poder caminar por el sendero que los lleva hacia el anhelado cofre. Bittergrog lleva su mapa oculto dentro de sus ropas, el mismo que estaba viendo unas horas antes de suceder este infortunio. Ellos solían ser camaradas en tiempos dónde recién comenzaba el negocio de la piratería y su único objetivo era saquear las embarcaciones europeas. Todo acabó cuando uno de los dos, escapó con el botín del barco de la corona portuguesa.
Es el lugar - dijo Bittergrog deteniéndose y añadió -debajo de mis pies está el tesoro. Barbanegra por supuesto no le creyó, así que para castigarlo, agarró una liana maciza que colgaba de un árbol dispuesto a ahorcarlo y esa cosa resultó ser una serpiente verde y fría que le clavó sus colmillos en el brazo, inyectándole el poderoso veneno. Su brazo comenzó a ponerse negro y él se desplomó en el suelo. En pocos segundos estaba muerto.
Sin ningún lamento, Bittergrog ordenó a ambas tripulaciones que lo siguieran. El que se negara sería ejecutado.
Editado: 30.11.2019