Cuando una tripulación pierde a su líder pirata, alguien inmediatamente debe sucederlo. No importa que haya sido su peor enemigo, tampoco que sea de otro barco y ni siquiera hace falta que sea pirata. Cualquier persona con poder puede tomarla y esta deberá seguirlo.
A paso firme continuaban por el interior de la isla, Bittergrog leía atentamente el mapa que lo llevaba a donde estaba depositado el tesoro.
—Deténganse —advirtió, mientras no le sacaba los ojos de encima a ese trozo de papel viejo. —¡Necesito al marinero de menor rango! —volteando su cabeza hacia atrás y mirándolos fijamente. Nadie dijo nada, estaban exhaustos. ¿Por que el capitán querría a alguien que no aportaba nada a la búsqueda?
—Defracturé, ven rápido —ordenó con un tono desafiante.
—Si capitán —respondió aquel joven marinero.
—Esta zona es donde termina el camino —señalándolo con su pistola. —Quiero que vayas más allá y me traigas lo que quiero. Tú te llevarás una buena recompensa cuando lo encontremos.
—Si capitán —era lo único que se atrevía a decir.
Defracturé caminó temerosamente. Estaba seguro de que algo le podía ocurrir, pero no podía negarse. Él sólo era un recién iniciado, con ideas llenas de bondades pero no era valiente, por eso terminó en este asqueroso barco como le llamaba y no en la Marina Real. Su sueño era convertirse en el mejor corsario.
La selva se volvía más amable y aparecían grandes espacios sin arboles que dejaban pasar los rayos del sol y aliviaban con esperanza a los navegantes. En ese momento Defracturé retrocedió un paso hacia atrás por error e inmediatamente Bittergrog tuvo una mala sensación en su cuerpo.
—¡Corran! —solo alcanzó a gritar, cuando una inmensa cantidad de lanzas filosas salían eyectadas hacia ellos desde todas partes. Los pies no daban tiempo a correr. Nadie quería morir atravesado por esas cosas y eso era desesperante.
Editado: 30.11.2019