Estoy acostada sobre la nieve.
Tengo frío y hambre.
Y cuando miro hacia el cielo es gris, los copos que caen desde arriba amenazan con posarse sobre mis ojos.
Mis dedos se hunden en la nieve y se congelan al instante así que caliento mi cuerpo y el agua empieza a fluir por debajo de mi, estoy quieta un buen rato hasta que escucho una rama romperse en un lugar cerca. Es cuando me incorporo de golpe y noto al chico acostado a mi lado, con sus brazos por debajo de su cabeza y mirándome de manera penetrante con sus ojos verde musgo.
Mi pulso se acelera y estoy por llamarlo por su nombre cuando el mismo sonido se repite.
Entonces los veo, entre los árboles, son sombras escondidas, sombras que quieren salir a la luz.
-Es hora de correr, pastelito.- Dice Sam levantándose.
Suelto aire, entre asustada y cansada.
-¿Otra vez?- Le pregunto, él aparta un mechón que se me ha adherido al rostro y luego me hace una coleta alta.
-¿Aún no lo captas cariño?- Niego con la cabeza porque no, no lo he captado.- En este nuevo mundo o corres o enfrentas tus problemas.
-¿Y por qué no los enfrentamos entonces?
Su sonrisa me parece cruel, porque es dulce y tierna y algo dentro de mi tiene miedo de no volver a ver esa sonrisa nunca más. Así que es cruel pero la amo.
-Aún no es tiempo, pero sé que cuando los enfrentes, ellos pagarán.
Y justo en el momento en que Sam termina de decir esas palabras que se me quedan clavadas en el corazón como unas estacas, las sombras se vuelven hombres. Y Sam toma mi mano, para guiarme a correr fuera del alcance de los caníbales y los hombres con armas.
Y estamos corriendo, la nieve hace que mis botines se hundan al fondo y entorpezcan mis pasos pero Sam no suelta mi mano y no me deja atrás.
Escucho los pasos detrás de nosotros, armas se disparan y balas dan con los troncos que pasamos, corremos por segundos o por minutos, a como sea, el trayecto se siente pesado y el peso del problema me golpea hasta tal punto de tambalearme cuando veo lo que hay delante de nosotros a tan sólo unos metros de distancia.
Entonces vacilo, por la brecha, el acantilado que nos separa del otro lado del bosque helado, sin embargo, al otro lado ya no hay nieve, el pasto es verde y hay sol. Es como si la tierra estuviera dividida entre el calor y el frío.
-¡Habrá que saltar!- Me advierte Sam mientras seguimos avanzando.
-¡Salta tú primero!- Le digo de regreso.
-¡No pienses ni por un segundo que eso pasará, eres mi prioridad, yo iré detrás!- Y como prueba de que lo que dice tiene que hacerse, me posiciona adelante y él empieza a correr tras de mi, temo porque si una bala es disparada en mi dirección, al que lastimarán será a él y si lo hieren a él es como si me hirieran a mi.
Cuando estoy cerca del borde y tengo que prepararme para saltar, giro mi cabeza hacia él, y con palabras temblorosas digo:- Prométeme que cruzarás conmigo.
-Prometo que te encontraré del otro lado.- Murmura de regreso.
Y no es que sus palabras me animaran mucho, pero al llegar el momento de saltar su mirada suplicante me hace hacerlo. Agarro impulso y salto, despegando mis pies de la tierra, abajo de mi hay un arroyo pero no caigo al agua, cruzo al otro lado sin problemas, mis piernas débiles por la carrera se doblan cuando caigo sobre ellas y ruedo por el suelo, incluso más lejos del borde y cuando me incorporo es cuando veo a Sam del otro lado, parado, ni siquiera intenta cruzar. El miedo me invade, seguido por un intenso dolor en mi pecho.
¿Pero qué has hecho?
Le pregunto a través de nuestra conexión de compañeros. Veo su cálida sonrisa incluso desde la distancia y su mirada cargada de pasión y amor.
No olvides mi promesa, pastelito y no olvides actuar cuando llegue el tiempo de hacerlo.
Las lágrimas caen y ruedan por mi rostro sin poder controlarlo.
Lo haces sonar como una despedida.
Le reclamo.
No lo es, prometí encontrarte, eso no ha cambiado.
No olvides que te amo.
Y él me responde con voz tan clara y suave:
Olvidarlo cariño, sería como olvidar cómo respirar.
Y entonces él ya no está.
Porque es como si la oscuridad se hubiera tragado el otro lado, todo se vuelve oscuro, como de noche y yo me quedo sola del otro lado. A salvo pero sola, sintiendo los latidos de Sam acompañar los míos.
Y cuando despierto, el dolor sigue abundando en mi. Y sigo con hambre y frío.
Mis ojos se abren, con bastante dificultad puesto que el peso del sueño me carcome el pecho, intento no removerme mucho puesto que estoy acostada en medio de Natalia y Maggie. Y ciertamente estoy segura de que a mis pies está Jesse.
Sé que suena raro pero son las desventajas de dormir en el suelo. Lo hemos estado haciendo durante semanas, cuando no logramos encontrar un lugar con camas suficientes para todos.
Me incorporo con cuidado, mirando los bultos esparcidos por todo el piso del edificio, creo que antes era una papelería, ahora sólo es un viejo y sucio edificio que encontramos por suerte donde el agua no entra por goteras y hay espacio suficiente para que alcancemos todos.
Camino esquivando los cuerpos dormidos y llego hasta la ventana rota que hemos cubierto con una manta para evitar que el frío nos congele en la noche y también para que la gente oculta en los edificios posteriores no espíen por ella.