Era una mañana cálida de verano. Llevaba a mi amigo Diego del brazo ya que usaba bastón y le costaba caminar. Estábamos a las afueras de la ciudad, en una especie de establecimiento de vinos, se veía un viñedo grande al costado. Mis hijas, más chicas, iban adelante saltando y jugando entre ellas. Llegábamos a una casa y preguntábamos por un amigo pero no estaba. Al parecer, se encontraba en otra casa que quedaba a unos cien metros de ahí. Continuamos caminando hacia la otra casa. Escuché un ruido extraño y giré para ver qué era. En el campo de al lado pude ver algunos trabajadores corriendo hacia la casa. El viento comenzó a soplar más fuerte y presentí algo malo. Desde la otra casa, unas personas nos hacían señas que nos apuráramos. En ese momento me di cuenta que habían varias cosas volando, pensé que era basura. Miré hacia arriba y pude ver todo tipo de objetos que eran llevados por el viento. Les grité a mis hijas que corrieran hacia la casa que ahora estaba a unos cincuenta metros. Intenté correr también pero Diego no podía avanzar tan rápido así que prácticamente lo arrastré hacia la casa, siempre mirando hacia arriba cuidando que no nos cayera algo encima. En ese momento vi que un helicóptero sin cola venía sin control dando vueltas hacia nosotros. Intenté apurar el paso sin perderlo de vista. Por suerte, pasó de largo sobre la casa. De pronto, sentí que algo me elevaba y salí flotando como llevada por una fuerza sobrenatural. Solté a Diego y traté de impulsarme hacia la casa pero no pude. Me di cuenta que no podía hacer nada. Solté una bolsa que llevaba con libros y la dejé caer. Volaba sin control. Vi los cables del alumbrado delante de mí y pensé “me voy a dar contra ellos”. Me desperté asustada…