El primer peor recuerdo que puedes tener de tu vida, es la oscuridad, y a aquel muchacho malherido que descansaba en un suelo desgastado, le ocurrió. Cuando abrió sus ojos solo encontró oscura noche, ni siquiera la luna modelaba en el cielo. Una noche cálida, pero él sentía el frio cortar su piel. Un dolor en su cabeza amenazaba con volver a noquearlo, pero una voz en su mente le gritaba que no cerrara los ojos, que huyera, que regresara a ella. Inclusive si no había un “ella” que lograra visualizar con claridad.
Se sentó con el peso de todo su cuerpo queriendo que se tirara una vez más, no solo la cabeza le palpitaba, su pierna estaba rota igual que un par de costillas.
La habitación se acentuó a su visión, un espacio amplio y alto, las paredes oscuras hacía aún más tétrico el lugar. El piso de madera chirrió cuando él intentó ponerse en pie.
Un armario al fondo de la habitación era el único testigo de la agitada respiración de aquel muchacho de no más de dieciocho años, con ojos grises que competían con un día lluvioso de invierno y una tez clara que combinaban en perfecta homogeneidad con su cabello azabache.
Fuertes gritos penetraron por las paredes hasta sus oídos, con dificultad arrastró su pierna lesionada hacia la puerta. Un pasillo se abrió en su campo visual y por él llegaron más ruidos de cristales rompiéndose y madera astillándose. Aunque su mente estuviera confusa y no recordara gran cosa de las circunstancias que lo llevaron a ese punto, actuó con sigilo mientras se aproximaba al origen del ruido, cuando estuvo cerca de la baranda, gateó hasta abrirse paso al caos que ocurría en el piso de abajo.
Dos grupos de personas luchaban unas con otras. Los bandos eran distintivos por el color de su ropa: una negra desde los pantalones, a la chaqueta y la empuñadura de sus espadas; pero una hoja afilada que refulgía en aquamarin metálico. La otra blanca desde las mismas botas hasta los guantes, que al combinarse con las esferas carmesís que brotaban de sus manos era una viva visión de nieve siendo derramada con sangre.
La facción que vestía de negro resaltaba en otra peculiaridad, su mirada. El iris de sus ojos resplandecía del mismo color que sus espadas, el contorno del iris deliñado de negro y las pupilas reducidas a pequeños lunares negros, pero profundos. Las esferas carmesíes de la facción de blanco abandonaban sus manos y volaban hasta el otro extremo de la habitación, solo las espadas de vivido resplandor podían rasgarlas hasta desaparecer.
Los atentos ojos del muchacho atestiguaron que, pese al equipamiento, de los portadores de espadas, que mantenía ciertos ataques lejos del cuerpo, aquellas esferas que simplemente palpaban algún lugar no protegido penetraban en este y los desgarraba desde el interior, como una fiera que busca arrancar los barrotes de su jaula, consumiéndolo todo. Sin embargo, aquellas espadas cortas no eran un juego inocente, un corte de ellas era como una braza ardiente que no se conformaba con marcar a su objetivo, el ardor viajaba por las venas hasta detener el corazón.
“Ella te necesita, regresa”
La idea cruzó por su mente, con tal claridad que sintió miedo. No del hecho que no supiera quién es ella, tampoco por darse cuenta de que no recordaba nada antes de despertar en esa habitación; el miedo surgía en el mismo ella, que temía no volver a ver.
Poca atención prestó a la pelea desde ese punto, “Huir” era lo que cada parte en su cuerpo buscaba.
Regresó por el pasillo al espacio del que vino, corrió a la ventana y lo que vio por ella eran más escenas similares a las que ocurría en la planta baja de aquella casa. Y en un momento tan fugaz los pensamientos de huida despertaron con más intensidad cuando una gran esfera de energía surcó el cielo y descendió hacia él.
Una gruesa capa de tonos rojizos como aura envolvió al muchacho, con el impacto de ambas energías colisionando, él fue arrojado con fuerza. Voló por los aires y antes de chocar con el frío suelo del exterior una imagen parpadeo en su mente. Rizos de una muchacha o tal vez una mujer, no lo sabía bien, pues el viento de aquella tormentosa noche provocaba que su cabello ocultara su rostro, pero en aquella confusa imagen destacaba su triste y fúrica mirada envuelta en un color entre ámbar y avellana.
Solo entonces su lastimado cuerpo colapsó y su cansada conciencia se llenó de más oscuridad, pero aquella imagen de ámbar y avellana se quedó guardada por los siguientes años.