Aguantó la intensidad de su mirada, pero un peso se atenazaba en pecho, solo entonces se recordó de volver a respirar.
-No – masculló lo mejor que pudo y ella le sonrió levemente.
-Entiendo.
-¿Por qué me hablas con demasiada cercanía? Yo no te conozco.
Ella rompió la mirada primero y se sentó en el filo de la cama que tenía a su izquierda.
-He estado viviendo aquí por un tiempo. La gente habla más de la vida de otro que la suya misma. Es como si te conociera.
-Solo conoces lo que el resto habla – respondió tranquilo –, eso no es conocerme.
-¿Tú, te conoces Neil? ¿Sabes quién eres? O ¿qué es lo que quieres?
Neil dudó, no porque no supiera cómo responder a esas preguntas sino porque nunca nadie le había preguntado antes “¿Quién era?”, todos a su alrededor había dado por sentando que él era un mestizo.
-¿No? – continuó la muchacha – Entonces no es muy diferente de conocerte atreves de quienes te critican.
Odiaba que tuviera razón y odiaba más que no supiera que responder.
-¿Tú, que sabes?
Ella rio con desgate, como si hubiera pisado el infierno y no hubiera muerto o como si hubiera vivido en el cielo, pero luego le fue negado.
-Más de lo que me gustaría cargar, pero no me importaría si tengo que cargar con tu verdad.
-Entonces, ¿fingimos ser amigos? – se burló Neil.
-Me gustaría no fingirlo, eres austral después de todo.
-Solo la mitad de uno.
-Notó que tienes más de uno que de otro. ¿Quieres que te ayude a descubrirlo cuál?
-Eso es ridículo – Neil giró sobre sus talones –. Prepararé algo de comida – en el momento que su mano tocó el picaporte ella lo llamó.
Él solo su cabeza para verla. Una leve y sincera sonrisa surcó el ovalado rostro de ella. Neil sintió como una vez más su pecho se oprimía.
-Vanya – dijo ella lentamente –. Ese es mi nombre
***
El plato frente Vanya era una mescolanza de avena hervida en agua, unos trozos de apio flotaban en ella con zanahorias en cuadros. No era algo apetitoso de ver, pero el hambre no la haría esperar más, hace dos días que no comía nada.
No fue tan malo una vez que lo probó.
-¿Esto comes todos los días? – preguntó ella por hacer conversación.
El asintió mientras metía una cucharada colmada en su boca.
-Enserio odias cocinar – murmuró Vanya y Neil elevó su mirada hacia ella.
No lo dijo como una pregunta, era una afirmación y eso pinchaba su curiosidad.
“¿Acaso la gente hablaba también de eso a su espalda?”
-Estas mirándome con mucha curiosidad – Vanya ladeó la cabeza en reflejo a esa misma curiosidad.
Neil volvió a centrarse en su plato.
-No es nada.
-Como digas – ella siguió masticando su comida –. Pregunta, vives solo y aun así este lugar es grande ¿Por qué?
Neil la miró con una extraña expresión.
-¿Qué? – masculló Vanya mientras intentaba tragar su comida, cuando tuvo la boca despejada continuó – Me dirás que nos quedaremos sin hablar en toda mi estancia. Eso ni siquiera te conviene, te ofrecieron un trato ¿no? Con tal de que me saques información.
Neil rio con incredulidad.
-¿Con qué te gusta espiar las conversaciones ajenas?
-No era necesario espiarlos. ¿No te has preguntado, por qué me trajeron contigo? Después de mantenerme encerrada, de la nada me traen a un gran éxtasis de lujos.
-No me interesa saberlo, los planes de mi padre siempre tienen propósitos.
-¿Y tus propósitos? Vives bajo la sombra de reglas y dictaduras, que ahora no tienes propósitos propios – ahora fue ella quien rio con incredulidad –. Eres igual a Marik, lo que me hace preguntarme si todos los nórdicos son así o simplemente es Nash quien los convierte en esto.
-¿Cómo pretendes que seamos amigos si continúas hablando mal de mi padre?
-¿Cómo pretendes obtener información de mi si no buscas ganarte mi confianza? La persona que más odio es aquel al que llamas padre, si tanto buscas no defraudarlo tendrás que aguantarte mis críticas.
Neil dudó de lo siguiente con lo que iba a contraatacar –. ¿Qué hay de ti? Impones tú condición para callar a otros.
-Para enfrentarte al diablo debes llegar a ser igual a él, pero yo no tengo miedo de admitirlo. Marik y tú ven a Nash como su salvador porque les da palmaditas en sus cabezas cuando el mundo está en su contra, pero no llegan a notar que es el mismo Nash quien ha movido las piezas para un resultado semejante.
Las palabras de Vanya nunca perdieron fuerza y aun así conseguía mantenerse en calma. Su odio al general del ejército nórdico era evidente, cada palabra que decía de él como una sensación de un cuchillo rasgando la piel, pero tan lento y preciso que no notabas su punción hasta cuando la marca era dejada.