La sala de entrenamiento se ubicaba en la parte más alejada del edificio principal. El techo era alto y las paredes eran de color amarillo pálido mientras que el piso, literalmente, era arena. Vanya entendía el porqué, el cambio de superficie y la necesidad de coordinar mejor los movimientos, mejoraba la musculatura que no está acostumbrada a trabajarse.
Marik dio algunas indicaciones a los muchachos que lo seguían. Vanya por su lado caminó hasta el centro de la arena y admiró todo el panorama desde ahí. Se descalzó, tanto botas como los calcetines y se tomó un rato para sentir la arena entre sus pies. Había pasado mucho tiempo desde que estuvo en una sesión de entrenamiento como esa y con las heridas causadas, el sedentarismo iba en dosis doble. Por otro lado, necesitaba sudar las frustraciones, deseaba romper los pensamientos que siempre trabajaban sin descanso en su mente. De salir de su piel de persona táctica y acogerse en los instintos.
Junto a la entrada, pegada a una de las paredes se erguía unas escaleras que terminaban en un palco, desde ahí se podía admirar todo lo que ocurría en la arena y fue allí a donde subieron Marik y Neil.
-¿Saben porque están aquí? – preguntó Vanya a los muchachos frente a ella.
-Si – fue la respuesta de uno de ellos.
Vanya asintió –. ¿Les dijeron quién soy? – no hubo respuesta, lo que tradujo en un “no”. Por un momento caviló en como deberían iniciar –. No se contengan – no estaba segura de que tan bien se encontraban sus reflejos para enfrentar a los cuatro, así que tantear con uno a la vez era un buen inicio. Señaló al muchacho que se encontraba más cerca de ella –. Serás el primero – lo guio hasta una zona donde ganaran más espacio. Se relajó para luego flexionar sus músculos y ponerlos en posición –. Cuando quieras.
Vanya necesita sondear como estaba el estado de su cuerpo, por lo que un enfrentamiento ligero estaría bien. Por tanto, el modo de combate por el que se decidió no contenía técnicas de ataque. Un arte marcial que su madre se enforzó en que aprendiera como una tradición de años en la familia. Era un arte muy sencilla, pero esplendida. Diseñada para contener ataques con calma.
La aprendió porque su madre así lo quería. Aunque la practicó sin quejas nunca le pareció que fuera necesaria, hasta que su maestra murió. Cuando la añoranza estaba por encerrarla en la miseria, practicaba. Escuchaba la voz de su madre dando órdenes o corrigiendo algún mal movimiento. Irónicamente era su manera de volver a sentirse cerca de ella, cuando en un inicio tenía discrepancias del beneficio que le aportaría ese arte marcial.
Cuando era niña Vanya tenía la perspectiva de que su madre era un humano de eso pocos usuales que te encuentras rara vez. Brillante, estratega, benevolente y con el peor carácter de todos cuando se enojaba, pero siempre respetada. Siempre con algo inteligente que decir y a la expectativa de quien buscaba arrancar sus sueños para pisotearlos. Sin embargo, su ferviente benevolencia no le permitía lastimar físicamente a otros. Y aun así lo volvió una fortaleza, porque si no podía ayudar a los suyos en una guerra podía sanar las heridas que esa guerra les dejaba. Se convirtió en un médico excepcional que mezcló la ciencia de sanar con la energía del aurum, que en sus manos era lo más sublime y poderoso.
Vanya nunca fue buena para nada de eso, podía hacerse cargo de su cuerpo porque su trabajo así lo requería, pero nunca lograría ser igual de buena que su madre con otros. Por eso cuando ella ya no estuvo, se refugió en lo único que parecía le funcionaba y le acercaba a su recuerdo. La tradición que dependía de Vanya llevar a la siguiente generación.
***
A Marik le parecía una completa molestia estar en ese lugar sin poder marcharse, porque las órdenes del general así lo precisaban. Sabía de primera mano todo lo que pasaba entre el sujeto que estaba a su lado y la muchacha que hablaban en la arena con los novatos, y todo era un fastidio. Antes de esa situación sus días se componían en estar con el general como un escolta o encargarse de situaciones problemáticas que requerían de su fuerza. Pero ser cuidador de esas dos personas era tedioso y a la vez incomodo. Había trabajado en misiones de espionaje antes. Sin embargo, esta nueva tarea en particular le hacía sentir extraño. Se sentía como un acosador que vigilaba a una pareja de enamorados todo el tiempo.
El primer combate iba a empezar y Marik se alejó a una pared donde descansó su espalda, pero que aún era visible ver lo que ocurría abajo. Tenía una idea de cómo iniciaría ese duelo. Marik la vio enfurecida el día que la arrancó de los enviados del general a lastimarla. Aquel día fue como si la razón se hubiera esfumado y lo único que quedará fuera ira. Y por lo que esa misma mañana escuchó estaba enojada.
A pesar de ello, el ataque de golpes e insultos no llegó. Vio calma en su postura e incluso armonía en sus ataques, si a eso se le podía llamar un ataque. Los movimientos eran circulares y continuos. Cada uno manteniendo un balance y postura, que le permitía moverse con ligereza y rapidez. Fue como presenciar una danza desconocida.
La vio desviar un ataque al sostener la base de la muñeca de su contrincante. Giró en circulo detrás de él y aumentando la fuerza en dirección a la potencia de su oponente, consiguió romper su equilibrio y este término derribado sobre su espalda. Se levantó sin entender que pasó y la miró con confusión. La misma posición que buscó derribar era la misma que volvió a encararlo. Volvió a intentarlo y el resultado siguió siendo en mismo. Tras varios minutos cambió con otro de sus compañeros.