Callum ingresó al despacho del General una vez obtuvo la autorización para hacerlo. Al instante ubicó al hombre tras su escritorio, este no lo miró y Callum esperó hasta que le hablara.
En una esquina del escritorio descansaba una pila de carpetas; mientras que, en el área libre, desperdigadas, se observaba otras carpetas abiertas. El general se concentraba en una frente a él, revisaba cierta información de las que mantenía abiertas. Luego escribía algún dato sobre el papel.
—¿Cómo fue todo? —habló aun manteniendo la vista en los papeles.
—Como dijo, un tiempo después del entrenamiento él me llamó —respondió el soldado—. Dije lo que pido.
—¿No sospechó? —Nash dejó los papeles de lado y miró al soldado.
—Estaba curioso por saber porque me llamó —respondió sin titubear —. Dije que el general nos solicitó evaluar el modo de pelea de una austral. Que parecía sentir curiosidad por algo.
El General asintió. La reunión que tuvo con la chiquilla en su casa ya la tenía cubierta de los ojos de los lideres. Pero era comprensible que ahora se preguntaran el motivo por el que la había dejada salir esa mañana.
Era bien conocido que Nash disfrutaba de experimentar con australes, la salida se podía justificar si los lideres pensaban que él solo preparaba el terreno para otro experimento.
Cunningham nunca ha ocultado la falta de confianza hacía Nash y es por eso por lo que infiltró a su sobrino. O intentó hacerlo.
—Buen trabajo —dijo Nash mientras volvía a atender los papeles sobre el escritorio—. Mientras sigas así Marik no se enterará de lo que intentaste hacerle a su hermana.
Callum apretó en puños sus manos, mientras mantenía serena su expresión. Él no era tonto para no saber quién era Marik y como no se inmutaba cuando torturaba a los enemigos del General. Si el fiel sirviente tuviera motivos para ser sanguinario, el nombre Callum era lo único que quedaría de su persona.
Sin embargo, Callum no debería estar cargando con toda la culpa. Sus acciones vinieron de una orden. Una orden, de la persona sentada tras el escritorio.
—Puedes retirarte —sin dejar entrever como su corazón se desbocaba y sus manos levemente temblaban Callum salió del despacho. Quería creer que después de ese día todo sería perdonado, pero mejor que nadie entendía que se había vuelto en el perro del General. Y como su perro habría ordenes que obedecer.
Quedándose a solas, Nash siguió con su tarea de añadir información de su nueva investigación. Cada papel sobre su escritorio representaba todos lo conejillos de indias australes que había examinado. Y en especial el que tenía frente a él era de la chiquilla. Aunque quiso investigar su poder con más detenimiento, se conformó con lo poco que averiguó. La asamblea que tuvo esa mañana le dejaba de brazos cruzados con respecto a cómo proceder con ella.
La asamblea fue improvisada. Y desde el incidente de la Torre cualquier decisión con respecto a la muchacha había dejado de ser exclusiva de Nash.
—¿Está confirmada esta información? —dijo Arthur, deslizado el informe sobre la mesa.
—Es la misma fuente —se defendió Nash—. Ha acertado en anteriores ocasiones.
—Si, lo que me hace preguntar ¿por qué se no está encerrada? —esta vez habló Aila.
—Este es un tema que ya se ha mencionado —se metió Ismat—. Ninguno está dispuesto a mantenerla en los calabozos, tan cerca de los anillos principales.
Los calabozos era la prisión subterránea bajo tierra en medio del primero y segundo anillos. Nadie quería que ella estuviera muy cerca de los secretos de Nhordia, no después de lo que ocasionó cuando la llevaron a la Torre.
—Y la muchacha no ha dado señales de alarma —completó Ismat.
—Aun —contraatacó Aila—. Tanta misericordia y creerá que puede burlarse de nosotros.
Ismat volvió a responder
—Primero hay que saber ¿por qué vino? —respondió Ismat con un notó de obviedad—, luego el General se encargará del castigo ¿no es así?
—Por supuesto, Señor —respondió Nash en una levísima reverencia.
—Estamos cuidando de ella como si fuera un ave herida. La alimentamos, le damos de beber e incluso la vestimos —esto último salió con una mirada de reproche hacia Nash— ¿Qué hemos obtenido a cambio? Nada.
—Y torturándola hasta la muerte vamos a obtener mucho menos —cansada de esa pelea sin sentido, intervino Zaya
—Aún tenemos al muchacho —caviló con más calma Ismat—. El General demostró que podemos hacer que haga cualquier cosa por él.
—¿Y si ella lo matara? —Zaya dejó que la pregunta se asentara en cada uno para luego continuar. Señaló el reporte que descansaba frente a ella en la mesa—. Este informe nos dice que sería capaz de hacerlo, y de hacérselo a sí misma. Es mejor que sufrir en manos de sus enemigos.
—Y tampoco estamos seguros de que no tenga el poder de hacerlo — intervino nuevamente Arthur—. Sabíamos que no albergaba aurum cuando se la llevó a la Torre, ahora eso no es seguro. Si por casualidad ella resguardo una parte de ese poder, al verse acorralada lo usaría.
En el primer anillo tenían una recamara para identificar la carga de aurum en una persona, pero seguía siendo el mismo dilema, no aprobaban que ella pisara los anillos interiores.
—¿Qué tal si supiéramos el motivo? — dijo la única persona que se había mantenido callado hasta ese punto y como si las cabezas de los presentes fuera un látigo, giraron hacia esa voz.
Era Stefan Leroy, el hijo de Grazia, quien últimamente se sentía muy enferma para presentarse a las reuniones. Hubo mucho ruido cuando su hijo empezó a tomar su lugar, pero no se podía hacer mucho si tarde que temprano igual tomaría el puesto de su madre. Incluso había rumores de que era él mismo quien provocó la decaída de Grazia.