El ventanal era como admirar una pintura sobre la pared. El cielo era de un blanco pálido, que al unirse con el níveo color de las calles y tejados creaba la ilusión de una ciudad flotante; donde más allá de los límites lo único que encontrarías fuera cielo. No se distinguía un horizonte, y la luz, que separaba a la noche, rebotaba sobre la nieve; haciendo que la ciudad se sintiera, aún más fría. Si te detenías a escuchar el viento que azotaba en el exterior, muy bajo, y sutil; se intuía un aúllo largo y cansado.
Frente a ese ventanal, admirando la escena casi inerte, estaba Neil. Llevaba la misma ropa, y no había pisado la segunda planta, sabiendo que ella estaría ahí.
—Hablemos —le había dicho él, cuando se quedaron a solas.
Ella había asentido, pero siguió dándole la espalda.
—Primero tomaré una ducha —el tono en su voz no estaba a la defensiva, aceptaba que su última conversación no había acabado.
—Quiero disculparme.
Vanya se detuvo en el primer escalón, y mirando sus pies descalzos dijo:
—Ya lo hiciste. Esta mañana.
—¿Fue… Fue suficiente?
Vanya giró para centrar su atención en él.
—¿Me preguntas si te odio? —sonrió, pero no eran las sonrisas que explotaban el mundo de Neil con luz; era una cansada—. No podría —algo parecido al alivio lo inundó—. Y eso me hace sentir que intento retener arena entre los dedos —Vanya evitó la mirada de él y la clavó en el suelo.
—No lo entiendo —sentenció Neil después de varios segundos.
—Lo sé. Y he esperado que me preguntes sobre ello —ella jugueteó con las uñas de sus manos—. Pero la verdad es que tienes miedo de lo que puedo decir.
Esa declaración era muy acertada, él estaba intentando con todas sus fuerzas que la burbuja a su alrededor no explotara. Sentía que, si el muro que los encerraba caía, los dejaría en un campo donde debían pelear uno contra el otro.
—Lo que Nash te dice de mi ¿es tan malo? —la voz de Vanya resonó con más fuerza en los oídos de Neil, quien en algún momento también dejó de mirarla. Expulsado de su diálogo interno, miró en dirección a esa voz.
Ella ladeaba la cabeza, en ese hábito tan suyo. Esperó una respuesta de Neil y cuando esta no llegó, una sombra cayó en su rostro.
—Olvídalo —fue lo último que le dijo antes de desaparecer.
Poco después que el recuerdo terminó, el sonido de pisadas se aproximó hacia donde Neil miraba por la ventana. La figura se quedó atrás de él a una distancia de un metro.
—Fui un idiota por cómo te hablé, por como actué y por supuesto, por como terminé las cosas —se giró para enfrentar a Vanya, quién llevada un gesto neutro en su rostro—. Fui un tonto en forzar la idea de que nuestras diferencias no resueltas podían coexistir. Más que nada he sido un cobarde por dejar todo el peso en tus manos —se tomó un segundo para encontrar el camino a sus siguientes palabras.
—Entiendo —estepó ella antes. El silencio que siguió era como sumergirse en agua. Una paz antes de la tormenta. Y las siguientes palabras retumbaron, y una enorme pesadez se instaló en Neil —. Ignoremos lo que pasó anoche, así ninguno se lastima.
Planeaba alejarse de él. Neil se percató antes de que ella se volteara. El mismo sentimiento de cuando se alejaba la noche anterior lo embargó, como también el mismo impulso de no permitirlo. Sin embargo, vaciló; por miedo, algo que le respiraba continuamente en la nuca aquellos días. Cuando el rostro de ella se reemplazó por su espalda, el pecho de Neil se contrajo y su estómago se revolvió.
“¿Cuántas veces has visto su espalda hoy?”, se cuestionó así mismo. “Y al paso que vas, todos los recuerdos buenos serán reemplazados por este”.
—Aguarda —Vanya se detuvo, pero no lo miró. Neil caminó más cerca de ella—. Tienes razón, tengo miedo. Me asusta que no consiga encajar retazos de verdad en mi nueva realidad. Como también me da pánico saber que mañana no pueda encontrarte —Vanya se abrazó a sí misma y Neil tomó el movimiento como una invitación, y colocando su frente en el hombro de ella, prosiguió—. Lo que lamento de ayer: es lo que pasó antes y después del beso. Ese beso no puedo, y no quiero ignorarlo. No cuando es lo único que me ha mantenido cuerdo desde anoche, al cerrar mis ojos aún sigue muy vívido en mi memoria —él suspiró—. No estoy dispuesto a quitarle importancia. No sería justo.
Neil sintió como los escudos de Vanya iban cayendo uno a uno. Fue una segunda invitación, y la giró para enfrentarla cara a cara. Neil la sujetó por el mentón y con delicadeza la guio hasta que se encontró con sus ojos, quienes curiosamente a pesar de ser oscuros, encontraba en ellos un deliñado aún más oscuro, alrededor del iris. Unió su frente a la de ella, y como un acto de reconciliación Neil acarició la cicatriz que yacía en la nuca de Vanya.
—Mi padre no me dice más de lo que se supone es obvio —musitó en un tono bajo, como si contara un secreto peligroso —. Incluso tú me lo has dicho, pero mis ideas egoístas me han estancado en mi propia versión del presente. Sin embargo, tú has mantenido la verdad en los límites que soy capaz de asimilar. Me has concedido sinceridad a cuentagotas, que yo quiero responder correctamente.