Cuando Marik ingresó por la puerta de su casa, buscó a su hermana. El ruido de su presencia llegó desde la sala y antes de verla expresó:
—Lary, necesito preguntarte sobre esa noche.
Cuando giró al espacio que abarcaba el juego de sala beige y marrón, reconoció a Larissa. No se encontraba sola, un hombre joven la acompañaba. Llevaba el peculiar uniforme blanco, perteneciente a la milicia, pero la primera franja roja en las mangas le advertía que pertenecía a la fuerza aérea, la segunda franja que se trataba de un capitán.
—Her.. Hermano ¿Qué haces aquí?
Larissa se había puesto de pie con la presencia de su hermano. Marik regresó su atención a Larissa, quien había brincado cuando lo vio. Marik le atisbó los ojos.
—Esta también es mi casa.
—S-Si, ah… eh… quise decir —Larissa tartamudeó, luego agitó su cabeza y halló palabras coherentes —, creí que llegarías más tarde.
—Parece que no.
Marik inspeccionó más allá de las dos personas. En la mesa de centro descansaban dos tazas, probablemente de café. La escasez de líquido le decía que aquel extraño hubo permanecido mucho tiempo en su casa. Las arrugas en los sofás le informaban donde estaba sentado cada uno y le satisfacía, a medias, saber que estaban uno frente al otro. Se centró en el rostro del joven piloto, algo empujó en sus recuerdos, pero no hallaba con la escena correcta. Los ojos oscuros que no veían a Marik con suspenso, sino con intriga, lo hacía lucir sospechoso. Entonces ese mismo rostro saltó a una memoria. Ese sujeto conocía al hijo bastardo del General.
—¡Oh! Hermano, él es el capitán Sullivan —se apresuró Larissa— Capitán, él es mi hermano, Marik.
—Un gusto —el capitán tendió la mano, pero Marik no la aceptó—. Será mejor retirarme—anunció sin perder la calma, y especialmente a Larissa le sonrió y musitó un “Cuídate”.
Cuando la puerta de la entrada se cerró, Larissa dijo con timidez.
—No se te caerá las manos por ser cortés.
—No obtendrás una disculpa si es lo que buscas.
—No es eso —suspiró—. Digo que ahora se llevara una percepción extraña de ti.
—¿Por qué debería importarme? No lo conozco. Lo que me lleva a otra pregunta ¿Qué hacía un tipo que no conozco, con mi hermana adolescente, a solas?
—No está pasando nada de lo que estes imaginando—ella se sonrojó—. Aunque si te hable de él.
—¿Cuándo?
—Él es quien me ayudo ese día —inconscientemente se acarició las marcas de manos que aun se curaban en sus brazos y Marik entendió a qué día se refería.
—¿Él? —Lary asintió.
¿Por qué este personaje aparecía ahora en su casa?
—Te lo iba a decir ¿de acuerdo? —Marik se cruzó de brazos—. De vez en cuando pasa por aquí. Solo se cerciora que este bien.
—¿¡Él sabe que sueles pasar sola!? —Marik se llevó las manos al cabello—. Larissa, no conoces a ese tipo.
—¿Es un capitán de la fuerza aérea? —Lary se puso nerviosa, en boca de su hermano parecía que había actuado de manera estúpida, pero no feliz con tambalear con su primer argumento, sentenció—. Si quisiera hacerme daño no hubiera esperado tanto tiempo.
—No quiero que te acerques a él. Es muy joven para un rango de capitán, solo pudo alcanzarlo por servicios en la frontera. Y te sorprendería saber lo que ocurre allí con tal de sobrevivir.
—¿Y si te equivocas? —Lary cambió su expresión de sorpresa a una triste.
—Lary, agradezco la ayuda que te brindó, y de algún modo se lo haré saber. Pero sigue siendo un desconocido para mí, y para ti.
—Te conozco, buscarás sus antecedentes.
—Lo haré, y si enserio es inofensivo, mantendremos una charla sobre esas visitas —un aire de amenaza brilló alrededor de Marik, y Larissa se encogió— ¿Cómo se llama?
Ella arrugó su nariz, en las que se dibujaban unas difuminadas pecas.
—Connor —respondió—. Connor Sullivan.
—¿Connor? —Marik arrugó el ceño, no recordaba el nombre con el que se presentó ante Vanya, pero Connor no le sonaba.
—Si. ¿Reconoces el nombre?
—No —pero para Marik esa respuesta representaba algo muy distinto que para Larissa.
***
La vida de Marik dio un vuelco inesperado tras la muerte de sus progenitores. Se convirtió en el único ser capaz de cuidar de su hermana, y su determinación había sido inquebrantable todo ese tiempo. Ni cuando la ira y el dolor se calmó en su joven del pasado, dudó. La sensación de la carne desgarrándose y los huesos astillándose por la punta de una cuchilla que sus manos manejaron sobre los cuerpos inertes de quienes le arrebataron su vida como la conocía, eran sombras que no lo atormentaban.
No vio una mala vida al convertirse en un lacayo del General, porque él le dio un futuro: una residencia permanente en la capital; pese a que desertó de la academia, un trabajo; aunque no tuviera un rango, una vida digna para Larissa; si bien la familia no había ganado méritos para que ella estudiara en la capital.