II
El soldado del sello
Un soldado herido y agotado se acercaba a una habitación al fondo de un gran pasillo, en el tercer nivel de un castillo, para trasmitir una información muy importante. El soldado vestía una prenda blanca de mangas largas, gastada y manchada de sangre en su brazo izquierdo. Era extraño. Ningún guardia le impedía el paso. Llegó a la puerta y de un empellón, la abrió. Entró y vio a alrededor de una mesa, un grupo de sujetos con vestiduras que los distinguían; al parecer, eran personas influyentes, no solo de esta ciudad. Incluso notó las vestiduras de siete sujetos que no se parecían a los modelos de ninguna región o ciudad que el soldado conociese. Todos los presentes lo miraron con disgusto por la interrupción que aquel hombre herido había causado. Luego entró uno de los guardias de Esmirna, e hizo una reverencia ante el rey.
— Dígame soldado, ¿por qué ha ingresado este intruso a esta importante reunión? —preguntó el rey al guardia.
— Discúlpeme mi señor. Pero no es que no pudimos entrar, sino, que no debemos.
— ¿A qué te refieres guardia? —preguntó el rey.
El hombre sacó entre sus trapos gastados un objeto plano del tamaño de un puño, lo limpió y se lo mostró al rey: era un objeto dorado con un símbolo de dragón.
— El sello dorado —tartamudeó el rey.
“El sello dorado” era el más importante reconocimiento, un sello con el símbolo del dragón, el cual era entregado por los mismísimos guardianes dragones a los que, según ellos, era digno de confianza y ejemplo de su raza; aquellos guerreros eran muy respetados y su posición era de alto rango, y solo los reyes y los dragones estaban por encima de ellos. A aquellos guerreros legendarios e incorruptibles, se les honraba si presentaban su sello. Ningún soldado osaba detenerlos. Por eso aquel hombre entró sin permiso y nadie se atrevió a cortarle el paso. Era extraño, los dragones habían desaparecido hacía ya casi quinientos años, desde la batalla oscura. Y ese hombre, por su aspecto, no parecía tener más de cuarenta años. ” ¿Acaso eso quería decir que los dragones aun existían?”, sería la única explicación ya que cuando el portador del sello muere el sello desaparece dejando descartado el hurto del sello. Pero el rey no se atrevió a cuestionarlo, después de todo aquellos guerreros eran enigmáticos, además el rey escuchaba historias de ellos cuando era niño y los respetaba mucho, “o tal vez los dragones si desaparecieron y este guerrero no, eso quisiera decir que este hombre tiene ¿acaso ya casi quinientos años?”
—Si me permite su majestad... —dijo el guardia algo temeroso —, tengo que darle una noticia muy importante, es grave, pero tengo que decírselo antes de que mis labios se cierren y pierdan el conocimiento por la fatiga. Mire usted —le dijo mirando su brazo—, el dolor de mi herida que aun sangra.
El guerrero del sello interrumpió los pensamientos del rey.
—Si viniste a dar una noticia —respondió el rey extendiendo su mano hacia el guerrero—, pues hazlo y ponte de pie.
El soldado herido le dijo:
—Nos atacaron sin piedad, su majestad...No pudimos hacerles frente, eran muchos, como una plaga. Cuando ellos llegaron, la ciudad se cubrió con una sombra, estaban en el cielo. Aunque hubieran sido la mitad, nuestro destino sería el mismo, morían veinte de nuestra gente para matar a uno, y sólo pudimos acabar con cien de los mil que eran. Su fuerza era incomparable, con un tirón de sus brazos partían a los hombres en dos, no utilizaban sus espadas, les bastó sus garras para derrotarnos. Vi a mis hombres como eran despedazados, y no recuerdo muy bien como escapé. En mi huida murieron los últimos dos hombres que me quedaban de mi escuadrón, se sacrificaron para que yo les informase sobre esto. No dormí ni comí durante una semana y comencé a creer que los vampiros habían tomado toda Resplandoria. Al ver la ciudad a lo lejos y darme cuenta de que no eran ruinas me alegré mucho, como nunca lo había hecho en mi vida, sin embargo, caí de mi caballo, cuando vi sus ojos, vi un brillo muy especial. Lo entendí; él relinchó, sacó fuerzas de, no sé dónde, y galopamos hasta aquí.
La voz del hombre cambio. Bajó el énfasis y preguntó:
— ¿Ustedes nos salvaran, no es cierto? ¿Ustedes matarán a todas las bestias?
El sujeto perdía la cordura. Por el brazo herido goteaba sangre que filtraba por sus vendajes, manchando su ropa. El rey de la corona modesta, se levantó y preguntó al soldado.
—Yo soy el rey Akarian. Rey de Esmirna, la ciudad donde te encuentras, ¿Cuál es tu nombre buen soldado?
—Alduri, señor... Líder del escuadrón Sártami, el mejor de Camún, o al menos lo era. Sin embargo, no lo suficiente para defender a su ciudad de la destrucción —le contestó cubriéndose el rostro.
El soldado en ese momento recordó terribles escenas, incluso cuando fue testigo de la muerte de su esposa e hijos que habían caído asesinadas.
— Gracias amigo; ve y descansa —le ordenó el rey.
— Gracias por escucharme su majestad—le contestó.
El soldado limpió sus lágrimas con su puño manchado de sangre y dejó marca en su rostro como lágrimas de sangre, luego se inclinó y se despidió de todos los presentes en la sala.
Alduri caminaba con mucho esfuerzo, sólo le importaba dar la noticia. Entonces caminó seis pasos y se desmayó. Los soldados que estaban cerca lo levantaron y el rey les ordenó curasen sus heridas. La puerta estaba abierta. Todos veían como se llevaban a Alduri. El rey, por extraño que parezca, se levantó de su lugar y cerró las puertas del salón para que continuasen con su reunión.