Tierra Y Sangre yawar pacha, la guerra vampírica evanescente

capítulo V: La búsqueda de Sadquiel

V

La búsqueda de Sadquiel

Habían transcurrido tres días de vuelo, desde su salida de Esmirna. A lo lejos, Sadquiel divisó un gran bosque; él tenía la facultad de comunicarse con los animales, igual que todos los iluminados. Zipo, el grifo que viajaba con él, le preguntó:

— ¿Cuánto falta para llegar?

— Falta poco... tranquilo...

— ¿Lo que buscamos está en aquel bosque? —insistió Zipo.

— Así es —contestó—. Pero cuando lleguemos al bosque continuaremos a pie.

— Me parece perfecto, Sadquiel; mis alas necesitaban descansar.

— Discúlpame por explotar tus cualidades —le dijo con cierto aire de cariño

— ¿De qué estás hablando? —inquirió Zipo, ha sido un honor llevarte en mi lomo y más aún por una buena causa.

Llegaron al bosque y aterrizaron planeando con suavidad; caminaron adentrándose en él. Luego de unos diez minutos se toparon con una persona encapuchada de la misma talla de Sadquiel. El sujeto misterioso les dijo lacónicamente:

— Se tardaron demasiado, síganme...

— ¿Quién eres tú? —pregunto Sadquiel intrigado.

— El señor Legón lo ha estado esperando; yo los guiaré.

Sadquiel y Zipo lo siguieron sin protestar. Caminaron un par de horas, luego se desviaron del camino y llegaron hasta un árbol grande, alto, del grosor de una casa. El encapuchado golpeó el tronco produciendo una tonada curiosa; entonces, apareció una puerta. Se abrió milagrosamente. Ingresaron, pero estaba oscuro, sorpresivamente se encendieron unas lámparas en el techo e iluminó todo el ambiente. La vivienda era modesta, con muchos libros en estantes que colmaban las paredes, en la pared del frente había una acogedora chimenea que se encendió junto con las lámparas. Era un lugar cálido y acogedor. Al lado izquierdo de la chimenea había escalones; fue cuando divisaron a un anciano sujetándose de la baranda y bajando apoyado en su bastón. Sadquiel lo miró: era un Elfo.

—Tú debes ser Sadquiel —inquirió el anciano.

— Sí señor; soy Sadquiel y vine por...

— Sé a qué viniste —lo interrumpió.

Legón era un Elfo y aunque no pareciera viejo, su cabello era plateado y su cojera del pie derecho fue provocado por el mazo de un troll en una antigua batalla que tuvo cuando era muy joven; en su mirada mostraba la gran sabiduría que había conseguido con estudios de muchos años; tenía una mirada benévola y su manera de hablar era clara y pausada.

— Síganme— dijo Legón—, excepto tu Zipo. Por favor espéranos, recuéstate frente a la chimenea y descansa —le ordenó.

Sadquiel y Zipo se mostraban inquietos, hablaron en voz baja. Legón sabía sus nombres no entendían el porqué.

— No tengan miedo —les dijo apaciblemente—, les sorprendería lo que uno puede aprender en trescientos años de vida. No perdamos el tiempo y síganme.

Mientras se acercaban a las escaleras para descender al piso inferior. Zipo hizo caso a las palabras del anciano, se recostó y miró atentamente al friego que salía de la chimenea; su calor lo acogía, pero al mirar bien, observó que la leña seca no se quemaba. Si, había un fuego constante, pero no se veía carbón o cenizas. Zipo continuó mirando el friego y curiosamente, vio que este se movía, tomaba formas extrañas: criaturas en miniatura bailando al son de una música entonaba por un flautista; poco a poco la tonada adquirió un efecto somnífero y de pronto se sintió relajado. Luego, el fuego tomo una forma distinta, era una Mujer—Elfo, tomada de las manos; ella realizó un resoplido fantástico dirigido hacia Zipo. Chispitas incandescentes salieron de la chimenea rodeando el cuerpo del Grifo, pero luego desaparecieron. La imagen de la mujer seguía dibujada en el fuego y con una mano acaricio el pico de la criatura, el fuego no quemaba; Zipo finalmente se quedó profundamente dormido, seducido por las caricias de la figura.

Ya estaban en el piso inferior. Era más amplio que el de arriba; las paredes tenían una larga estantería, colmada de libros; en el centro había una mesa de estudio. Sadquiel se sentó. Legón se retiró dejando a Sadquiel y al encapuchado en la habitación.

— Tú no eres Elfo —dijo Sadquiel.

— No lo soy —respondió el encapuchado sin exaltarse.

— ¿Cómo puede un Elfo tener un protegido no Elfo?

Era raro, sí; los Elfos no confiaban en otras razas ya que ellos los traicionaron en su momento y solo confiaban en ellos.

— Me gané su confianza —respondió el encapuchado—, Legón es mi maestro y me enseña todo lo que puede ser bueno para mi raza.

— Tu espíritu es noble, no eres un humano en pensamiento ni en esencia, aunque luces como uno.

— Sólo quiero que mi pueblo sea feliz y viva siempre libre.

— Tu aura no es humana, ¿de qué raza eres?

— Te puedo aclarar que el hombre es mucho más antiguo que mi raza.

— ¿Acaso eres vampiro?

— Odio a esas criaturas, aunque por el hecho de vivir en el mismo mundo sean mis hermanos. Pero ni un hermano perdona lo que me hicieron a mí y a mi pueblo.




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