Tierra Y Sangre yawar pacha, la guerra vampírica evanescente

Capítulo VI: Una garra amiga

 

VI

Una garra amiga

Habían pasado tres desde la partida de Esmirna. El sol estaba en medio del cielo, era el tiempo de comer: el tropel detuvo el paso. Los guerreros se sombrearon en las faldas de los árboles que se encontraban al borde del camino. Sirvieron leche, pan y queso. Después del descanso, el Fénix continúo su camino. El corazón de cada integrante latía más y más rápido. Las nubes empezaron a formar unos espirales en el cielo, parecía que se abrían puertas a otros mundos. Ya empezaba a atardecer, el cielo se tornó rojizo y las nubes no cambiaron su forma.

Al cruzar un otero se divisó la ciudad de Camún, la distancia no era muy lejana. Míntor se detuvo levantando el brazo y todos obedecieron. Entonces, levantó su espada para dar orden de atacar. El Fénix estaba listo. Sin embargo, Gabriel, junto a él, detuvo el ataque.

— No te precipites —dijo Gabriel a Mintor—, recuerda que el sol se irá pronto—para ellos no es problema pelear en la oscuridad.

Resolvieron levantar un campamento cerca del lugar en donde estaban. Pero tenía que ser apartado del camino, los monstruos de esa manera no notarían su presencia; tendrían así, estratégicamente, la facilidad de estudiar el campo y planear el ataque.

Era noche. El campamento estaba ubicado en un lugar adecuado. Gabriel creyó conveniente reunir a los presentes de la orden. El iluminado ya había ideado el ataque, el cual quería dar a conocer a los demás. Ordenó llamarlos, y cuando todos estaban en la tienda habló Gabriel:

— El plan será simple. Necesito su atención...

Entonces se levantó y colocó un pergamino limpio en la mesa; y, con una pluma empezó a trazar un mapa. Y explicaba:

— Algunos de ustedes irán conmigo y entraremos a la ciudad. La ciudad no está tan vigilada, seguramente ellos se confían mucho, eso va en ventaja nuestra. Treparemos los muros sigilosamente, sin que ningún vigía nos detecte. Cuando estemos en la parte alta, asesinaremos a los vigías: no puede haber ningún error. Luego, haremos una señal, abriremos las puertas y solo quinientos hombres entraran; allí, acabaremos con todos los vampiros y recuperaremos la ciudad.

Todos estuvieron de acuerdo. A decir verdad, no estaba mal el plan. Pero la cantidad de hombres que entrarían, eran pocos; sin embargo, no discutieron. En ese momento Míntor preguntó que cuándo lo harían.

— Los quinientos hombres, tienen que entrar antes del alba, lo haremos en la madrugada —respondió Gabriel.

Como lo habían acordado, se reunieron a la hora adecuada, la noche era oscura, pronto amanecería. Gabriel escogió a Míntor, Miguel y Rafael, quedándose a cargo el rey Akarian y el resto de los iluminados.

Gabriel y los escogidos partieron a la ciudad. El cielo comenzó a despejarse, descubriendo en él la gran luna del cielo, aquello les iba a favorecer; los cuatro montaron en caballos negros para confundirlos con la noche. Cabalgaron y se dirigieron a la ciudad para abrir las puertas a sus guerreros y así, según lo planeado, se abrirán paso a través de los enormes muros que protegían la ciudad.

Al encontrarse cerca a los muros, decidieron ir a pie, escabullándose entre la noche. Los cuatro guerreros estaban frente al muro, fueron trepándolo aprovechando pequeños agujeros que se encontraban en la unión entre piedras. Así, sigilosamente y sin que ningún vigía se percatara su presencia hasta que, finalmente, llegaron a la cima. El muro tenía unos diez metros de alto y tres de ancho. Los guerreros se escabulleron, y sigilosamente, uno de ellos se puso detrás de un vigía; este se encontraba solo, no se dio cuenta, fue cuestión de segundos para que Gabriel, sacara su espada y con una gran velocidad, cortó la cabeza del monstruo con su espada. La cabeza rodó hasta los pies de Míntor que estaba a unos diez pasos de distancia; este, con una mansa patada lo quitó de su camino. Luego, fueron en busca de los demás vigías e hicieron lo mismo, cortándoles las cabezas: era la forma más fácil de acabarlos. Sin embargo, en una batalla cuerpo a cuerpo se haría muy difícil para cualquier guerrero, así que tenían que usar el elemento sorpresa.

Habiendo aniquilado a todos los vigías, que por cierto estaban muy descuidados, Gabriel cogió una antorcha de una hoguera —que se encontraba encima del muro—, y con la antorcha en sus manos, pidió a sus compañeros que abrieran las puertas con mucha discreción. La visibilidad había aumentado un poco ya se acercaba el crepúsculo y eso no les convenía pues cuando amaneciese, los vampiros duplicarían su poder gracias a La Fuente, siendo difíciles de aniquilar; tenían que terminar rápido con el plan, el tiempo corría y se empezaban a agotar las posibilidades.

Míntor y Rafael bajaron hasta donde se encontraba el mecanismo para abrir la puerta, Rafael estaba cuidando la espalda de Míntor, fijándose que nadie los tomara por sorpresa; el iluminado aun en guardia le advirtió que tuviera cuidado con el mecanismo, Míntor sin prestar atención, jaló con fuerza la palanca. De pronto, unas cadenas corrieron, casi le parte el brazo a Míntor, demostrando una vez más, su inmadurez; luego se escuchó un ruido, al parecer fue la Gran puerta de la cuidad que cayó hada la parte de afuera, formando un puente entre el rio que permitía el ingreso a Camún. Míntor estaba más cerca del arco del muro, allí había oscuridad; había escuchado sobre aquella “oscuridad”, que formaba el arco de la Gran puerta. Un grito infernal y otro sonido más se escucharon, antes de que Míntor se diera vuelta, unas veinte cabezas de vampiros cayeron cerca de sus pies, con sus ojos bien abiertos, igual que sus bocas, como si no hubieran podido hacer nada más que gritar. Aunque pareciera increíble, los rostros de aquellas cabezas de vampiro tenían una expresión de miedo, sus cuellos no tenían huellas de espadas sino más bien de garras, Míntor salió y Rafael volteó para ver entre la oscuridad y pudo escuchar una voz.




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