Tierra Y Sangre yawar pacha, la guerra vampírica evanescente

Capítulo VII: La sangre más pura.

 

VII

La sangre más pura

— ¡Esa es la señal! —gritó el rey Akarian.

Divisaba a lo lejos unas pequeñas llamas moviéndose. El rey y Los iluminados estaban frente a los guerreros. Ellos se arrodillaron y pusieron sus armas en el suelo y con sus palmas tocaron la tierra, miraban el cielo y empezaron a hablar en una lengua que no reconocieron los demás, parecía una suerte de oración. Los iluminados brillaban de un color celeste, luego el brillo se dispersó por todos los guerreros. Se llenaron de una energía extraña y su físico aumentó, tenían el rostro más vivo, conocían la magia, gracias a Los iluminados. El brillo se fue y se levantaron, el rey los miró y ellos movieron la cabeza en forma de aceptación; aceptación para atacar. Akarian levantó su espada e indicó la orden de dirigirse a Camún, Los guerreros entendieron. La recuperación de Camún había empezado, por lo fuerte que se sentían los guerreros, sabían que iban a ganar.

Faltaba poco para que el sol saliera, la visibilidad era mucho mejor. Cuando llegaron los quinientos y los iluminados acompañados por el rey, encontraron a los de la misión luchando incesantemente; los vampiros eran alrededor de cuatrocientos, en pie, y contando con los muertos fueron quinientos, ¿Cómo pudieron matar a tantos en tan poco tiempo? Míntor estaba atónito en la puerta a donde no llegaban los vampiros porque los iluminados de la misión y Álduri no los dejaban pasar con vida de esa barrera que habían hecho. El problema era otro, otros cuatrocientos llegaban desde el fondo de la ciudad, los que llegaron se unieron a la batalla, sin embargo, los otros estaban exhaustos. Mintor estaba cansado, cerró los ojos, su cuerpo le pedía quedarse dormido. De pronto sintió una mano sobre su hombro, una frescura invadió su cuerpo y todas sus fuerzas volvieron. Abrió los ojos y divisó a Jofiel. Entonces, Míntor sintió la calidez de su cariño, lo dulce de su mirada. Y le dijo:

— Levántate joven Míntor, esto aún no ha terminado.

Míntor se incorporó de un salto y se dirigió a la batalla. Cuando llegó, vio el suelo que estaba como alfombrado por cadáveres, era extraño. Allí sólo había cadáveres de vampiros. Ninguno del Fénix había caído. Miró a Jofiel acercándose; el iluminado le sonrió, asintió la cabeza haciéndole saber que todo saldría bien y ellos serían los responsables de aquel milagro.

Lo que Míntor observó en la batalla, explicaría mejor la supuesta invulnerabilidad que tenían los quinientos guerreros: notó primero que solo Gabriel y Miguel luchaban —de los seis iluminados—, los otros cuatro permanecían sentados con los ojos cerrados; al parecer meditando. Una energía de diferente color les cubría a cada uno: la de Jofiel era celeste, la de Uriel naranja, la de Chamuel amarillo y la de Rafael verde. Cuando los vampiros herían a uno del Fénix este se curaba. La batalla permanecía constante y en cualquier momento amanecería, Míntor concluyó que Los iluminados, los que estaban en la parte trasera, concebían una fuente de energía, mientras ellos estaban a salvo no caerían y ganarían, y así, con esa satisfacción, luchó con más ahínco.

Había amanecido. Sólo quedaban cien vampiros en pie; de pronto, los vampiros aumentaron en tamaño y masa muscular cuando los rayos del sol cayeron sobre la ciudad de Camún. Era más difícil acabar con ellos. Pero algo sorprendente ocurrió: las heridas de los del Fénix no se curaban. Míntor miró a los cuatro iluminados y vio que la energía que les rodeaba se extinguía y desaparecía. Poco a poco, hasta que se desmayaron y cayeron.

— ¡Gabriel! —Gritó Miguel—, ¿qué está pasando?

— Lo que me temía —contestó—, vamos a auxiliarlos, no se recuperaran en un buen rato.

Ambos corrieron para protegerlos, los escondieron en un cuarto; al dejarlos, los cuatro permanecieron sudorosos y con ojos bien abiertos.

— No puedo mover mi cuerpo —dijo Jofiel—. ¿Por qué me canse muy rápido? Aún tengo mucha energía espiritual, pero estoy exhausto mi cuerpo no responde, ¿Qué pasa Gabriel?

Lo miraron todos con intriga y preocupación.

— Lo descubrí cuando salí de este cuerpo para pedir consejo, no pensé que nos podría pasar justo en este momento, el motivo de que estén así es por los cuerpos que ocupamos, estos limitan nuestro poder ya que son de humanos y tienen límites, pero según se entrene estos se acostumbran y pueden sobrepasar los límites, cuando más fuertes se formen; nosotros no entrenamos mucho con estos cuerpos, pero con lo que les pasó a ustedes, concluyo que, con un esfuerzo físico podríamos resistir más, y más que cuando usamos la energía espiritual, porque los cuerpos que nos acogen asimilan mejor esfuerzos físicos.

— Sólo necesito un poco de tiempo, además, me estoy empezando a mover —dijo Uriel moviendo su brazo con mucho esfuerzo.

— Ahora bien; hay otro problema y discúlpenme por no decírselos — continuó hablando Gabriel—. Pero al usar tanto poder, que sus cuerpos no conocen, no sé cuánto tiempo necesitarán para que se recuperen y puedan moverse, la próxima vez que usen el poder espiritual, tengan cuidado porque su cuerpo tal vez no pueda resistirlo, podrían morir; saben bien que, si este cuerpo muere no podremos regresar en un buen tiempo, así que les suplico que sean cautelosos porque ellos nos necesitan mucho, no podemos arriesgarnos a perder a ninguno de nosotros por causas como estas tan irresponsables, ustedes cuatro descansen.




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