Tierra Y Sangre yawar pacha, la guerra vampírica evanescente

Capítulo IX: Choque, el poder de los caballeros de Elrond.

 

IX

Choque, el poder de los caballeros de Elrond.

Ya eran las doce del quinto día. Caminaron varias horas hasta que se detuvieron por el cansancio; sin embargo, a los Grifos no les dificultaba volar de noche, así que después del receso podían retomar su curso a Scranican. Ya faltaba poco, y si no había problemas, podrían llegar al sexto día.

Cruzaban el camino por el bosque Leshat, rumbo a la Ciudad Vampiro (Scranican), cuando de pronto, Licaón, escuchó algo que le sobresaltó. Se quedó quieto y pudo reconocer el sonido: eran unos aleteos.

—¡Son ellos, escondámonos! —dijo preocupado y algo nervioso.

—¿Te refieres a los vampiros? —preguntó uno de los héroes de Esmirna, con una sonrisa sarcástica e incrédula.

—¡Hablo en serio, cúbranse con ramas! —sugirió Licaón, apresurado.

—Ya es tarde, júntense a los árboles. Y ustedes, Grifos, ya saben cómo ocultarse — dijo Gabriel, tranquilo como siempre.

—No funcionara nos verán —reclamó Licaón en voz baja, acercándose a Gabriel.

Los demás hicieron lo que Gabriel dijo. Luego de pensarlo unos segundos y al escuchar que los aleteos estaban más cerca, decidió unírseles y juntarse a un árbol, igual que los demás, quienes ya estaban cerca del camino. Los Grifos se pusieron a los extremos del camino y se convirtieron en piedras carentes de forma. Los guerreros de Esmirna se sorprendieron, pero Licaón no mostró asombro, ya que él había trabajado cuidando Grifos con los Elfos. Así que sabía de su comportamiento y de sus habilidades.

Gabriel oró en voz baja, utilizando un idioma extraño, mientras que Licaón abrazaba a un árbol, viendo lo que hacía Gabriel, quien también miraba a los demás para ver qué es lo que hacía el iluminado. Lo que vieron sus ojos a continuación fue algo que no pudo explicar, ya que ni con los Elfos había visto eso. Sus compañeros se hacían invisibles, pero no era todo, él sabía lo del camuflaje y lo que hacía Gabriel era de un nivel muy superior, ya que también les quitó el aroma convirtiéndose en un excelente camuflaje. Repentinamente, Licaón cambió su cara de asombro por una extrañeza. Había notado algo raro desde donde venían los aleteos del cielo. Los vampiros estaban siguiendo el camino. Por el sonido, Licaón pudo darse cuenta que los vampiros solo volaban por encima del camino. ¿Por qué lo harían?, pensaba Licaón, preocupado. Era obvio, si podían volar sería muy tonto seguir un camino por tierra, a menos que persiguiesen a alguien. ¿Pero quién se atrevería a retarlos? Además, lo hubieran atrapado al instante, pero las criaturas estaban siguiendo el camino hace un buen rato y al paso que iban, pretendían seguir adelante. Licaón se concentró más para poder oír algo que le diera una pista sobre ese comportamiento de los vampiros, así que acercó su oído al tronco del árbol, y aferrándose, le dijo: uyarinkichu. Cerró los ojos y escuchó algo más, era sonidos de otros acercándose por tierra. “Seguro, están guiando a alguien”, pensó. Pero, ¿a quién? Siguió concentrándose y eran sonidos de animales, ya que usaban las cuatro patas. Licaón abrió los ojos y no pestañeaba, “¿podrían ser...?”. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Licaón, todo indicaba que él sabía lo que se acercaba por tierra, pero ni en sus pensamientos se atrevía a nombrarlos. Miró a Gabriel, el cual sabía que se acercaban por aire y tierra. También, sabía que los vampiros guiaban a alguien, pero no sabía a quiénes, y por más que indagara en la mente de Licaón, no podía leerla. “¿Tan grave es lo que viene por tierra?”, pensaba Gabriel al ver en los ojos de Licaón, reflejando un miedo espantoso.

Inmediatamente, Gabriel se reincorporó y escuchó los pasos de otros que se acercaban del extremo opuesto en el camino: eran cinco humanos, todo indicaba que se encontrarían con los vampiros, y si había una pelea, ellos la presenciarían.

Los cinco hombres se detuvieron cerca a los de la misión, mirando hacia adelante del camino. De pronto, se aproximaron los vampiros y sus acompañantes cuadrúpedos. Los hombres se quedaron allí, esperando, y se pusieron en guardia por si los monstruos decidían embestirlos: ellos sabían lo que se acercaba y sin duda querían pelear.

Los cinco eran como de dos metros de estatura y musculosos, con armaduras doradas que por el grosor parecían muy pesadas. Todo indicaba que eran muy fuertes. En el pecho incrustado en su armadura, llevaban un medallón dorado con el símbolo de un león de tres colas que escupía fuego, y el color de su piel de todos era oscuro. “Armaduras iguales al símbolo que llevan en su pecho”, pensaba Gabriel, “deben de ser de algún grupo de élite”. Licaón no sabía quiénes eran aquellos guerreros de piel oscura, pero se les notaban muy fuertes.

Las criaturas que venían por tierra ya estaban más cerca de aquellos guerreros. Se empezó a notar una gran nube de polvo, la cual levantaban a las criaturas y avanzaban muy rápido. Se detuvieron drásticamente frente a los cinco guerreros, eran como perros grandes que al detenerse se paraban en dos patas. Su color era plomo sucio, el cuerpo, muy delgado. Estaban raquíticos, pues se podían ver sus huesos pegados a su pellejo. Sus ojos eran carentes de cristalino y de pupila: a aquellas criaturas tan desagradables se las llamaba di...

“Dingos”, pensó preocupado y asustado Licaón, pero el temor era provocado más que solo ver su horrible forma, parecía como si le recordase algún episodio terrorífico de su pasado.




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