XI
La torre más alta que una montaña
Los seis guerreros ya habían llegado al territorio de Scranican, la tarde del día anterior al plazo. Licaón aterrizó y los demás lo siguieron.
—¿Por qué nos detuvimos? No nos queda mucho tiempo, mañana se acaba el plazo y ya casi anochece —dijo un caballero de Esmirna.
Licaón no se movía y tenía la mirada fija en el castillo, parecía como si esperase encontrar algo.
—¿Qué estás esperando, para que nos guíes Licaón? Tú tienes el mapa —le dijo Gabriel.
—El maestro dijo que la fuente debe irradiar una luz azulada y potente, debido a su procedencia. No se nota de día, así que espero que el sol se oculte para poder verla.
—¿Pero si la fuente está escondida en el subterráneo? —preguntó uno de los de Esmirna.
—Según mi maestro, el poder que emita La Fuente son como el sonido o como las ondas en el agua. Si pones agua en un recipiente y tiras una piedra, en el producirá ondas de agua que se delimitarán por el recipiente, pero si tiras la misma piedra en un lago, el alcance de las ondas será más grande. Otro punto que debemos tomar en cuenta, es que cuando las ondas producidas por arrojar la piedra en el agua se topan con algo, con otras piedras y/o plantas en la superficie, entonces para que las ondas sigan su flujo el espacio tendría que estar libre de estos inconvenientes —explicó Licaón.
—En el caso de La Fuente, su poder llegó hasta Camún o incluso podría llegar más lejos, eso no lo sabemos. Lo que sabemos es que para que ese poder llegase hasta allá, tendría que ser un terreno llano y falto de vegetación, para que su señal no se obstaculice con nada. Pero eso no es así, ya que pasamos bosques y montañas. ¿Cómo explicas eso, Licaón? —dijo Gabriel desconcertado.
—Tienes razón, la señal no podría pasar así, sus ondas quedarían en los bosques. Pero vimos cómo esos vampiros se transformaban y volaban a plena luz del día. ¿Crees que existe otro secreto? —dijo Licaón.
—El cielo no tiene obstáculos —dijo uno de Esmirna.
—¡Cierto! El cielo es libre —dijo sorprendido Licaón, y viendo el castillo, cambiando de feliz a confundido, dijo —imposible, la torre más alta del castillo es mucho más pequeña que las montañas que cruzamos—.
Todos miraban intrigados, a lo lejos, el castillo de Scranican que fue construido en las faldas de una gran montaña. El tiempo se agotaba y la noche caía, ninguno de los de la misión divisaba algún brillo azul filtrándose del castillo o del palacio interior: era muy grande, si trataban de buscar todo el recinto, el tiempo no les alcanzaría.
—¿Cómo lo hacen? ¿Dónde la esconden? —Decía una y otra vez licaón—. ¿Cómo lo hacen? ¿Dónde la esconden? Licaón comenzaba a desvariar, mientras repetía las interrogantes una y otra vez.
—No tenemos tiempo, tendremos que separarnos y buscar en todo el castillo —dijo uno de los de Esmirna.
—Creo que tienen razón Licaón, mejor empecemos de una vez a buscar en ese castillo.
—¿Sabes cuán grande es ese castillo? Acaso no lo ves desde aquí. Es tan grande como una ciudad —gritó desesperado Licaón. Ni siquiera puedes imaginarte cuántos pasadizos y habitaciones hay.
Licaón estaba sucumbiendo ante la desesperación y la locura, la cual parecía ser contagiosa, ya que los de Esmirna estaban sufriendo de la paranoia que padecía Licaón.
—¡Si hacemos lo que dices, seremos cómplices del asesinato de muchos más! —dijo, desesperado Licaón.
Gabriel tomó a Licaón por el pecho, sosteniendo sus ropas y lo sacudió. Pero no había cambios y Gabriel le acertó un puñetazo, con el cual, Licaón cayó al suelo.
—¡Por lo menos lo intentaremos! —le dijo firme Gabriel a Licaón. La gracia está con nosotros, confía Licaón.
Licaón seguía en el suelo de cubito ventral.
—Así no lo lograremos —dijo Licaón y golpeó el suelo con su puño—. Luego agregó, ¿Dónde la esconden malditos desgraciados? ¿Dónde la tienen?
Licaón mientras seguía en el suelo levantó la mirada y vio una piedra. La miraba fijamente por unos segundos. De pronto apareció un pequeño ratón. El animalito se puso encima de la piedra y se paró en sus patitas traseras, levantó su hociquito y comenzó a olfatear, luego se fue. Licaón se levantó en silencio, vio a Scranican y apuntó con su dedo hacia la montaña que albergaba en sus faldas al castillo y su ciudad. Todos vieron encima de la montaña y entre la neblina que la cubría, un brillo azulado que se filtraba.
—La forma de construir una torre más alta que las montañas, es construirla encima de una gran montaña —dijo Licaón, mientras seguía apuntando hacia el brillo encima de la montaña.
—¿Tendremos el suficiente tiempo para llegar hasta allí antes del amanecer y destruir La Fuente? —preguntó Gabriel.
—¿Y si vamos volando? —preguntó uno de Esmirna.
—Mira bien novato —dijo Licaón ya más calmado y agregó —ellos resguardan el cielo.
El guerrero de Esmirna que preguntó, miró a lo lejos y distinguió a varios vampiros volando y dijo: