Tierra Y Sangre yawar pacha, la guerra vampírica evanescente

Capítulo XIII: Estalla la guerra, los vampiros arrasan, la esperanza se desvanece con la vida.

                        XIII

Estalla la guerra, los vampiros arrasan, la esperanza
se desvanece con la vida.

El ejército demoniaco estaba arrasando contra sus adversarios, y de los del Fénix ya quedaban pocos; pero, aun así, seguían luchando con todo lo que tenían.

“Jamás nos rendiremos”, repetían una y otra vez en sus mentes, mientras luchaban.

Ya empezaba a aclararse más el campo de batalla, todo indicaba que faltaba poco para que amanezca. Las bestias eran fuertes y cuando amaneciese, lo serían mucho más. Solo dependía de aquellos héroes, cuya misión era que los vampiros no llegasen al amanecer. El número del Fénix disminuía rápido, y las bestias, a pesar que se les mataban, parecían no decaer en número.

Un guerrero agobiado por lo que pasaba, miraba a lo lejos para poder ver por última vez lo hermoso del mundo que quería salvar. Vio una montaña y en ella había gente que luego empezaban a bajar, y a medida que se acercaban corriendo, tomaban una forma extraña como la de animales; parecían perros o tal vez lobos, que descendían poco a poco de la montaña. Tomaban la misma forma animal, definitivamente no eran humanos.

“¿Quiénes podrían ser?”, pensaba el guerrero.

—¡Los sin rumbo! —gritó fuertemente un vampiro, al percatarse de esas personas.

Todos se fijaron de reojo mientras luchaban. Se veía cómo de la montaña descendían lobos de un tamaño no propio a los normales: el grupo era de unos trescientos más o menos, a los cuales los vampiros los llamaban “los sin rumbo”. No eran muchos, pero definitivamente se veían muy peligrosos. Los vampiros sin dar importancia al Fénix, voltearon hacia la dirección de dónde venían los sin rumbo. Por la reacción de los vampiros, el Fénix creyó que ellos no venían a ayudar. Al recordar historias sobre estos seres. Hace muchísimos años, estas criaturas se alojaron en aldeas e incluso en ciudades, pero nadie sabía que estos humildes, al parecer humanos, tenían un secreto muy siniestro. Su comportamiento durante años era extraño, ya que en noches de luna llena estas criaturas desaparecían, no estaban en las casas que vivían. Al día siguiente aparecían muy fatigados. Una noche, por alguna razón, todos aparecieron en noche de luna totalmente descontrolados, fue un desastre en cadena, ya que aparecieron en todos los poblados donde se escondían y destruyeron y mataron todo a su paso. Al amanecer los persiguieron al darse cuenta que eran pobladores, los cazaron y mataron. Y no se supo de ellos hasta este momento. Al recordar esta historia, los del Fénix se pusieron también, al igual que los vampiros, a la defensiva. Cuando aquellas criaturas lobo llegaron al campo de batalla, comenzaron a atacar a los vampiros. La situación empezaba a cambiar; una de aquellas criaturas lobo se acercó donde estaban los del Fénix, los cuales estaban en duda si esos sujetos estaban o no de su lado. Al acercarse aquel que parecía estar a cargo del ejército, se transformó en humano y les dijo:

—Estamos del mismo lado, vinimos a ayudar.

Se transformó de nuevo y se unió a sus compañeros en batalla.

Los del Fénix se sorprendieron, pero ya no les quedaba duda alguna. Lo que pasó antes con ellos ya no importaba, ahora eran otras personas: a todos se les quitó la desconfianza hacia ellos y se les unieron en la batalla.

A aquellas criaturas se les conocían como licántropos, ese era el nombre original de su raza; esas asombrosas y temibles criaturas que luchaban contra el mal, con fuerza asombrosa. Su ayuda mejoró la situación en la que se encontraba el Fénix. Esos sujetos eran los perfectos oponentes para los vampiros, los licántropos hicieron la diferencia. Pero, aun así, los vampiros eran demasiados y parecían que venían más de otros lugares para unirse al ejército del mal. La ayuda mágica de los Iluminados combinada con el poder de los licántropos, todo indicaba, que no iba a ser suficiente.

Ya estaba amaneciendo y la luz del sol estaba llegando a las planicies de Camún. Un alivio para los guerreros del Fénix y los otros que defendían la paz. Todos se dieron cuenta, una sonrisa de alegría se dibujaba en el rostro de cada uno de los que integraban el Fénix.

—Terminó —dijo suavemente un guerrero del Fénix.

—¡Terminó! —gritó otro a viva voz.

La segunda oleada de quinientos vampiros había sido derrotada y parecía que el resto que esperaba a lo lejos se preparaba para atacar a los del Fénix y compañía.

Los vampiros se tomaron la molestia de correr hada el Fénix. Iban hada ellos como bestias feroces y hambrientas de sangre. Los del Fénix estaban despreocupados, esa batalla ya había terminado, solo era cuestión de un par de minutos, el tiempo que les tomaría a los vampiros llegar para enfrentarlos. Los vampiros ya no eran de quinientos, sino de todos los restantes, como unos tres mil.

Los seis Iluminados estaban delante del Fénix. Pero igual de agotados, y delante de ellos estaban los licántropos, los cuales eran unos doscientos cincuenta.

—Estas criaturas son increíbles —dijo Jofiel con admiración y calma, a Alduri, del sello dorado.

—Tiene usted toda la razón señor Jofiel —le respondió el guerrero, con una leve sonrisa como si lo que le dijese le causara grada.

—Supongo que al fin terminó, la verdad no soportaría otro ataque —dijo Rafael y agregó mirando a los demás —estoy muy agotado como para continuar.




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