J. H. ALARCÓN
TIERRA Y SANGRE
(Yawar Pacha)
PRELUDIO
LA LEYENDA DE GAMADAR
Año 1180 D.G.A. (después de la guerra de Acaethon)
Álduri se dirigía a su próximo destino para juntar información y así resolver su siguiente misión. Cada vez estaba más cerca de resolver el misterio de su caso y tal hecho le emocionaba; pero el abrazador calor de este primer día de verano lo agotaba más, deseaba llegar lo antes posible hacia el siguiente pueblo y encontrar posada, mientras apuraba el paso lo más que podía, recordó que un día tan caluroso como este hace dos años había sido aceptado en la hermandad del conocimiento, después de otros dos años de prueba y desde entonces tomaba las misiones que eran encomendadas por esa orden, misiones que le llenaban de orgullo y felicidad ya que nunca podría haberse imaginado que existiese un trabajo como aquel, en el cual se sintiese completamente complacido porque el conocimiento y los misterios del mundo eran las cosas que más le asombraban.
La hermandad del conocimiento era una organización que de fachada se jactaba de ser la biblioteca más grande de toda Resplandoria y tenían razón, los futuros reyes recibían su educación en aquel lugar. Pero muy pocos sabían que en realidad se encargaban de registrar toda la información de la historia del mundo desde sus más escondidos y tenebrosos orígenes, tratando de resolver todos los misterios que pudieran existir, la información se tenía que conseguir a cualquier precio, por lo tanto, sus integrantes poseían múltiples habilidades. tanto físicas y mentales a tal punto de ser casi unos perfectos asesinos si las circunstancias lo requerían, tal vez por mencionar un ejemplo: si había algún secreto histórico corroborado que definitivamente pondría en tela de juicio la historia ya contada para los comunes de los mortales, los agentes tendrían que asesinar a los testigos claves, en pocas palabras eran casi dueños de la verdad y la verdad era la que ellos contaban, lo cual hacia a esa organización muy escalofriante.
Caía el atardecer y Alduri vio la entrada al pequeño pueblo, dio un hondo respiro y diciendo una pequeña frase que le enseñaron sus maestros de la hermandad.
— Sin dejar testigos.
Se dispuso a entrar con paso firme, la frase era clara para él y tenía dos significados
”Sin dejar testigos" lo ideal era cumplir la misión sin que nadie supiera de la misión y si alguien se enteraba o sabia la historia verdadera recolectada, debía morir.
Caminó unos diez minutos hasta encontrar la gran posada del pueblo que no era menos famosa que otras. Alduri siempre estudiaba muy bien a los pueblos que se cruzaran en su camino antes de su misión, no podía llevar libros, por lo tanto, memorizaba lo más que podía sobre el lugar y sin duda alguna quería probar el famosa y deliciosa cerveza de maíz que se lograba preparar solo en ese pequeño pueblo llamado Chala o al menos eso decían los registros, llegaba el momento de corroborarlo.
— Señor ¿cuido de su caballo? — le dijo un joven que se encontraba parado a la entrada de la posada.
— No traigo caballo muchacho — respondió Álduri — ¿acaso estas ciego?
— Lo siento señor, si lo estoy — y levanto la mirada.
Efectivamente se pudo confirmar su ceguera y Álduri se sintió apenado por la falta de tacto y quiso reivindicarse con el muchacho.
— Pero te puedo dar una darua de cobre si me dices a quien tengo que llamar para conseguir una mesa y una jarra de fresca de cerveza de maíz para calmar mi sed.
Las daruas, era el nombre de las monedas del reino, siendo que veinte daruas de cobre equivalían a una de plata y cinco de plata a una de oro.
— Lo haré yo mismo señor, sígame.
— ¿Estás seguro que lo puedes hacer?
— Conozco esta posada como la palma de mi mano, no necesito ojos para desplazarme libremente por este lugar.
El muchacho caminaba muy confiado y Álduri se limitó a seguirlo, pero cuidando que el muchacho no se tropezara y si fuera así estaba atento para ayudarlo.
— ¡Remi tráeme una jarra más! — le dijo un enorme sujeto con barba trenzada que tenía sentada en sus piernas a una simpática muchacha pelirroja que no le quitaba la vista a Álduri.
— Enseguida señor Torem — respondió el muchacho ciego.
Llegaron a una mesa vacía al rincón del lugar y le invitó cortésmente a tomar asiento. Álduri comenzó a cuestionarse de la ceguera del muchacho.
— Soy ciego, pero no sordo, puedo saber de quien se trata escuchando su voz, conozco las voces de cada una de las personas de este pueblo y sé que usted vino aquí por primera vez.
Editado: 14.02.2022