ÉI habla. Habla tanto que por momentos es tan silencioso como una hoja cayendo en otoño. Otoño, su estación favorita; las hojas anaranjadas tendidas por las veredas, por las calles; ese aroma particular que invade el aire; ese cierre de una etapa; ese característico color que colma todo paisaje en su órbita. Su órbita, cómo le gustaría que fuera levemente diferente; que tenga menos gente y a su vez que se sature de ella, que los árboles caminen, que las cartas vuelen, que los cuadros reflejen el pensamiento y los espejos sean una pintura del alma y la Conciencia. La conciencia, si eso existe, la suya está completamente en paz; no porque no ha hecho nada malo, sino que él no cree que lo que hace es algo malo, y en realidad ¿Lo es? ¿Quién puede decir que es, y qué no es lo malo? ¿Quién en su sano juicio lo haría? El sano juicio, obrar correctamente, saber hacer el bien ¿Quién en su sano juicio hace lo que el juicio sano dice que hacer? Él no lo hace y está sumamente feliz de ello.
-¿Soy una basura? Sí ¿y qué? No siendo remordimiento, no, esa no es la palabra, soy una persona empática, eso lo sé pero... A veces, no sé cómo explicarlo, capaz soy ¿sádico? No, no me da placer ver a los demás sufrir, es solo que... Si bien me siento mal por el padecer ajeno, no me interesa hacer nada para que esa persona se sienta mejor, solo me pasa cuando el dolor es causado por mí y es un sufrir psicológico el de las "víctimas", por supuesto que no lo hago con intención. Ahora, dígame que tengo...-se toma un momento y la mira a los ojos ladeando la cabeza- señorita...
-Loana. Te dije mi nombre cuando
entraste en mi habitación Tim.
-lo lamento, en ese momento de seguro estaba disociando- ambos se quedaron en silencio, Tim la miraba a los ojos, Loana observaba la pared a su derecha con los azulejos desgastados- entonces, Loana, dígame ¿Qué tengo?
-bueno Tim, es muy pronto para tener un diagnóstico, debo saber más de ti, de quién crees que eres, de lo que piensas; esta es una ciencia que no debes tomar a la ligera.
Otro silencio, Tim seguía mirandola
fijamente y Loana esta vez bajo su
mirada. Tim tenía el don de intimidar sin tener la intención de hacerlo.
3 minutos. 5 minutos. 9 minutos.
Tim rompe el silencio.
-señorita, antes de que este valioso
tiempo con usted termine debo decirle que es muy respetuosa- Tim hizo una pausa. Loana subió su mirada que aún seguía en el suelo de madera y la dirigió a los grisáceos ojos de Tim- antes de que se ofenda permítame explicarme. Los adultos se disgustan al dirigirse a ellos como si fuéramos iguales, se creen con superioridad, hay que tratarlos de "usted", hay que cuidar muy bien las palabras hasta que ellos tengan una plena confianza para con nosotros, los jóvenes; así que preferiría que "usted" señorita Loana me tratase como si yo también gozara de esa superioridad.
-discúlpeme Tim, si en algún momento lo disguste, no sabía sobre sus preferencias pero ahora estoy intrigada ¿Por qué quiere "usted" ser tratado con esa formalidad?
-es simple- Tim mira su muñeca
Izquierda donde se encuentra su reloj-Cuatros, tres, dos, uno- Tim termina su conteo y se pone de pie, estira su brazo hacia el respaldo del verdoso sillón en el que se encontraba sentado anteriormente y agarra su confiable abrigo- tenga usted, señorita Loana, que quedarse con su intriga, pues nuestro tiempo terminó y estoy apurado, hoy estaré muy ocupado haciendo nada-Tim estrecha su mano. Loana seguía sentada en su sillón individual, inmovilizada, hasta que reacciona y le entrega su mano a Tim, pero este ya habia retirado la suya- si mal no recuerdo, mi madre dijo que las sesiones con usted serían los martes y los jueves ¿No?- Tim levantó una ceja dando a entender que queria estar seguro de que lo que él pensaba fuera acertado.
Loana sacudió su cabeza dos veces, de arriba hacia abajo, a modo de confirmación- bien, entonces, hasta dentro de dos días señorita.
Tim hizo un leve movimiento con su cabeza y cruzó la puerta.
Loana quedó totalmente anonadada, puesto que el joven de 21 años no la dejó ni siquiera despedirse de él.
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Un Tim, que no caminaba ni rápido ni despacio, se perdía de a ratos con tantos transeúntes en las calles.
Divagaba, su cabeza divagaba, sus
piernas divagaban, sus brazos
divagaban. Tim parecía ir sin rumbo aparente, pero él sabía muy bien que por más que no pensara en dirigirse a ese lugar, siempre terminaría llegando ahí, de una forma u otra.
Una casa, de tamaño aceptablemente cómodo, rústica, avejentada, daba la impresión que hace mucho no la habitaba nadie, eso sí, con un poco de pintura y una lavadita sería un lujo para cualquiera. Tim planeaba hacer exactamente eso, rejuvenecerla, hacerla suya.
Tim la había adquirido a un buen precio.
Pertenecía a un señor, ya mayor; Tim diría que tendrá aproximadamente 76 o 79 años, nunca le preguntó su edad, se dice que es de mala educación, pensamiento que de seguro ni Tim ni el señor comparten, pero ante la duda.. No quería ofender a uno de sus pocos amigos.
Dicho señor había perdido a su esposa hace unos cinco meses atrás, encantadora mujer según lo dicho por Tim una infinidad de veces.
Antonio, que había pasado toda su infancia y su vida de casado ahí, decidió, luego de su fatídica pérdida, dejarle su hogar a un precio considerablemente amable al joven.
Tim visitaba seguido a esa parejita de ancianos. Los tres eran muy parecidos, eran muy... peculiares, extravagantes. Lógicamente erráticos, y erráticos por lógica; sumamente desvergonzados ante los demás, y los demás perdían la vergüenza cuando estaban ante ellos.
La pérdida de la adorable y adorada anciana fue un golpe duro para todos y aunque fuera raro, a Tim también le afectó; Amanda era como una abuela cariñosa e interesada por él y por todo lo relacionado a su tulipán azul, cosa que Tim nunca tuvo antes de conocerla y nunca volverá a tener luego de perderla. Tim odiaba que lo llame así, tulipán azul, no le parecía un apodo sensato hasta que Amanda le explico a que se debía y lo que significaba para ella. Desde ese día Tim no la cuestionó más. Amanda decía que los tulipanes azules eran simplemente bellos y reconfortantes. Tim fue al entierro de Amanda al igual que todo el barrio, él le llevó dos docenas de tulipanes azules junto con una carta, la cual le costó varias lágrimas poder escribirla y otras tantas para poder soltarla en ese sombrío ataúd. Dejar esa carta era para él como dejarla ir a Amanda, era un abrupto golpe que le recordaba su nueva realidad, las palabras que le dedico fueron un desahogo devastador.