Fiebre por estrés.
Para comenzar, ¿eso existía?
Al parecer su desmayo en el gimnasio se debió a eso, lo que preocupó en gran manera a Lucille. Cuando la doctora del instituto lo mencionó, su novia no se separó de él salvo cuando iba a dormir a su propia casa. Gracias a eso, ya no contactó con Mónica y no probó sus famosos brownies. Una pequeña lástima.
El verdadero problema aquí, era la supuesta Lily.
Cuando su salud se recuperó y le permitieron regresar a los estudios, su primera misión fue encontrar a ese ente de cabello multicolor y terrible labial rojo. Lo extraño era que cada vez que la mencionaba; nadie sabía a quién se refería y a pesar de su extravagante apariencia, todos ignoraban que existiera un ser así. Incluso Lucy se negaba a ella.
Eso le agobiaba.
—¿Quieres comer algo en específico? —preguntó Lucille con voz dulce. Al mismo tiempo que movía los sartenes y abría la alacena.
Con una sonrisa, Jared negó con la cabeza.
Amaba la comida de Lucille, tenían un toque gourmet—hogareño que solo ella sabía combinar. Nadie podía igualar ese sabor tan deleitable...ni siquiera Mónica. Otra punzada atravesó su cabeza al mismo tiempo que la tristeza lo invadía, no recordaba el sabor de la comida de Mónica o si le gustaba la comida que ella le hacía.
Lo único que venía a su memoria, eran esas interminables críticas que siempre hacían llorar a Mónica. Jared siempre le recordaba lo alejado que estaba su comida de la de Lucille y que jamás podría superarla, apenas le podría llegar a los talones. Debido a eso, Mónica siempre le gritaba entre sollozos al mismo tiempo que tiraba la cazuela de comida por el piso o paredes.
«Deja de menospreciarme, maldita sea. Si tanto amas la comida de Lucille, dile a un médium que la resucite y te haga la comida que tanto amas. ¡Dame un respiro de ese condenado nombre!»
—¿Qué sucede, Jared? —La voz preocupada de Lucille lo devolvió a la realidad. La encontró frente a él al mismo tiempo que acariciaba su cabello.
El muchacho posó una de sus manos en las mejillas, se encontraban húmedas. Por supuesto, recordaba esa discusión y como logró resolverse. Mónica regresó a los pocos días y se disculpó por su comportamiento, sin embargo, él no aceptó esas disculpas hasta que le demostrara lo arrepentida que se sentía por insultar a Lucille.
Mónica no necesitaba más sal en su herida, y aun así, él se la arrojó.
—Yo —musitó Jared dubitativo—, creo que he herido mucha gente en el pasado.
Lucille sonrió para después abrazarlo.
—Entonces discúlpate como se debe y resuelve el problema —sugirió ella con tono tranquilizador.
No podía. No con esta Mónica.
Lucille notó la tensión de su novio, por lo que todavía entre los brazos de este, alzó su cabeza y con ternura besó sus labios. No era la gran cosa, sin embargo, era una forma de demostrarle el apoyo que ella le daría y que jamás lo abandonaría. Quería que Jared se apoyara en ella.
En ese momento, el télefono de Jared sonó. Confundido tomó la llamada, cuando una voz conocida lo nombró, era extraño que su hermano llamara en horas de trabajo.
[...]
Joseph.
Recordaba muy bien aquel nombre, era el nombre de la personita más especial, inteligente y hermosa del mundo.
En septiembre de sus dieciocho años, su hermano junto su novia Rosalina, le dieron la noticia a toda la familia de que un nuevo miembro se les uniría. Como era de esperarse, los padres de Rosalina no lo tomaron muy bien porque ella todavía era una estudiante de instituto. Sin embargo, gracias a varios esfuerzos ambos consiguieron el apoyo de ambas familias y de la escuela.
Cuando ese pequeño nació, Jared pudo notar lo que era el que las dos personas que más amaba en ese mundo, estuvieran mezcladas en un solo ser. Su sobrino era lo más bello que le sucedió en aquel mundo lleno de oscuridad. Uno de sus deseos más fuertes, era ser junto con Lucille los tíos que lo malcriaban y cumplían cada capricho suyo, al mismo tiempo que jugaban con él y se divertían.
Pero...
—Fue un aborto espontáneo —explicó Jeremy a toda la familia en la sala de espera—. El doctor nos explicó que estos casos suelen ser muy comunes en el primer embarazo. Sobre todo, en las chicas de la edad de Rosalina. Según el doctor, el cuerpo no siempre logra adaptarse de inmediato a los cambios del embarazo.
—¿Cómo se lo tomó? —preguntó Lucille dolida.
—Perdón —soltó Jeremy con voz quebrada—. A pesar de que dije que los cuidaría a ambos, no pude proteger al bebé ni los sentimientos de mi novia. Soy un fracaso como hombre.
El padre de Rosalina se levantó y le ofreció un abrazo a su yerno. En ese momento, los sollozos del chico comenzaron a escucharse al mismo tiempo que se ocultaba en el hombro de su suegro.
El mundo de Jared se vino abajo, se suponía que nacería en marzo. Ese pequeño ser que se convertiría en un niño de siete años, un niño de siete años que reiría con sus amigos y se emocionaría cada vez que los visitaba. Un niño que siempre se comportaba y era obediente, pero, cada vez que Mónica lo veía se malcriaba bastante.
—Si la dejas sola en este momento —explicó el hombre aún con Jeremy entre sus brazos—, serás un fracaso como hombre.
El hermano de Jared asintió y dirigió a todos a la habitación donde Rosalina se encontraba. Jared negó a moverse de su asiento. ¡Esta historia no podía ser real!
Las búsquedas a muerte por el disfraz perfecto para Halloween, no existirían. Las guerras en las jugueterías para los regalos de navidad, jamás serían luchadas. Las salidas relámpagos del trabajo para escuchar su recital, ni siquiera serían mencionadas. Su rostro manchado de pastel, esos cumpleaños nunca pasarían.
Un calor se concentró en sus mejillas, la vista le comenzaba a ser borrosa y de su nariz comenzó a escurrir un líquido transparente. Sus ojos comenzaron a gotear y al mismo tiempo, un sonido ahogado trataba de escapar de su garganta. Ocultó su deplorable rostro entre las manos, mientras en su asiento, se doblaba al punto de tocar sus rodillas.