Si tengo dos mundos exactamente iguales y en ambos pongo una mariposa: ¿Qué diferencias habrá entre el mundo dónde sí aleteó la mariposa al mundo dónde la mariposa no lo hizo?
A petición y ruego de Mónica, el comité de fiestas junto con el concejo estudiantil canceló la fiesta que se daría el doce de diciembre. Y como era de esperarse para la chica castaña, los rumores que supuestamente estaban acallados, salieron a la luz.
No paraban de hablar de los sucesos con Rosalina y lo merecido que se lo tenía. La gente era tan asquerosa cuando se lo proponía. Lucille muchas veces salió a la defensa de su mejor amiga y con éxito logró acallar a todos esos. Gracias a que la directora era comprensiva con la situación de la muchacha, le permitió ausentarse antes de que las vacaciones comenzaran.
—Iré ver a Rosa —mencionó Lucille con delicadeza al encontrarse todavía en el aula de clases—. ¿Quieres venir, Jared?
Jared no contestó. Se encontraba absorto en las oscuras grietas de la blanca pared. Lucille acarició el cabello castaño y lacio del muchacho, con lo que pudo llamar su atención. Un brillo que apareció en sus ojos esmeraldas, desapareció al instante al encontrarse con el sonriente rostro de Lucille. Cosa que no pasó desapercibido para ella.
—¿Dijiste algo? —preguntó él mientras regresaba a la realidad.
—Iré a ver a Rosa —repitió tranquila—. ¿Quieres venir?
Jared negó con la cabeza y regresó la atención a la pared para descubrir el origen de las grietas.
Un sentimiento amargo se posó en la garganta de Lucille. La escena del hospital se repetía una y otra vez en su mente; cuando fue a buscar a Jared en la sala de espera y ver a esa desconocida en los brazos de su novio mientras él lloraba... Jared mostró un tipo de debilidad que no había mostrado antes. Al menos, no con Lucille.
—Amor —llamó por última vez—, quiero que sepas que te amo y por eso eres mi mayor prioridad. Así que por favor, tenme un poco de más confianza.
Lucille se levantó del asiento y le regaló un beso en la sien a su novio. Para así retirarse.
«Entiéndelo Jared, yo te amo y por tanto eres mi mayor prioridad. ¿Por qué no puedes amarme?»
Lo que Lucille no sabía es que esas palabras, Jared las había escuchado de otra boca. De esa chica que se desvivió por él e hizo llorar más de una vez.
El muchacho pasó las manos por su cara y suspiró con pesadez. Algo andaba mal. Sin embargo, no sabía si cometió el error al momento de conocer a Mónica, al no seguirla después de que rompió con él en la cafetería, al pedir su deseo o al encontrarse con ella en esta realidad.
[...]
Lucy se sorprendió al escuchar a Mónica rogarle a Nathaniel la cancelación de la fiesta. De todos, ella era la más emocionada por todo eso. Pero de algún modo comprendía los sentimientos de su amiga, Mónica reaccionaba de forma bastante sensible gracias a la muerte de su padre. Una que le tomó mucho tiempo superar.
Suspiró con desgano y decidió continuar su camino. Su madre prometió salir temprano del trabajo y sus hermanos terminaban la universidad antes del anochecer, era posible que por primera vez en bastante tiempo, pudieran cenar todos juntos. Pensó en pasar a la tienda de conveniencia y comprar algunas cosas; como chuches y refrescos.
Entró al local, tomó una canastita y comenzó a pasear por las estanterías.
Tenía suficiente dinero, por lo que le importó poco escatimar en los gastos. Cada vez que tomaba una chuchería que a sus hermanos o madre le gustaba, le entraba un sentimiento de emoción con solo pensar que cara pondrían cuando la comieran.
—¡Lo sabía! ¡Es Lucy!
La muchacha rubia con confusión corrió su mirada al origen de la voz. Debajo de ella, se encontraba una rizada y larga melena pelirroja, con un rostro blanco adornado con unas pequitas que atravesaban su nariz y la mitad de sus mejillas, en sus ojos se apreciaba un color oscuro que emitía varios brillos azules como el zafiro.
Conocía a esa personita. Era una princesa, pero no cualquier princesa, una adorable y a la vez bastante ocurrente.
—Jocelyn —respondió Lucy con una sonrisa—, ¿viniste a hacer compras con Moni? —preguntó al buscar con la mirada a Mónica.
—Mamá le dejó un encargo a mi hermana —contestó la pequeña al cruzar sus bracitos con ligera molestia—. Vine con Emanuel. Solo que hicimos unas carreras y yo gané. Lo iba a esperar cerca del mostrador pero te vi y quería saludarte, porque ya tiene mucho tiempo que no los veo a ti y a André en la casa.
Lucy sonrió y revolvió los rizos de la pequeña.
—¿Sabes? André y yo ya no somos novios —explicó Lucy con tranquilidad—. Yo no odio a André y él no me odia a mí, pero rompimos porque nuestros sentimientos ya no nos permitían estar juntos. Como somos mejores amigos desde usábamos pañales, decidimos tomarnos un respiro el uno del otro y no vernos.
—¿Ya no se volverán a ver jamás? —preguntó Jocelyn con un destello de lágrimas.
—No, no por el momento —contestó ella con una sonrisa—. Verás que cuando menos te des cuenta, nos volverás a ver a André y a mí en tu casa.
Jocelyn no comprendió para nada la explicación de la muchacha. Pero aquello importaba poco, porque Lucy necesitaba decirlo en voz alta para sentirse liberada. Ahora su concentración estaba en la cena de esta noche y en cómo resolver el asunto de la fiesta de navidad, ya que al no llevarse a cabo se presentaría un déficit para ellos.
Decidió seguir con sus compras mientras Jocelyn le acompañaba. Conocía a Emanuel, odiaba correr y por tal era muy posible que apenas estuviera mitad de camino. A pesar de que toda la familia de Mónica era conocida en la tienda de conveniencia, el dejar sola a la niña de seis años le daba un poco de pendiente.
—Es ella. —Y más cuando escuchó esa voz a sus espaldas. Lucy volteó con brusquedad, al encontrarse con dos hombres vestidos de negro, ambos con sombrero y gafas que cubrían sus rostros. Echó una mirada furtiva al cajero, quien era detenido por un tercero armado—. Es la hija de Gabriel Prescott. Jocelyn Prescott.