12 de diciembre. Inicio de las vacaciones de navidad y año nuevo.
La cuchara de plata. Un lugar que abrió el mes pasado y por su estilo sesentero, todavía sobrevivía a la aplastante crítica del público para seguir en función. Extraño, sencillo y en sus adentros olía delicioso. El olor fue lo que convenció a Lucille de la credibilidad del local.
En uno de los sillones recargada a la ventana, leía el menú con tranquilidad. La mesera se acercó con un vaso con refresco de cola, lo colocó al lado de la muchacha pelinegra y sacó un pequeño cuaderno con un bolígrafo.
—Otro momento, por favor —dijo Lucille. Dio un sorbo a su refresco—. Estoy esperando a alguien.
La chica pecosa y con su oscuro cabello recogido en dos coletas, asintió y se retiró.
Lucille continuó con su vistazo al menú mientras sorbía su refresco; los precios eran tan económicos que podría invitar a Rosalina y a Jeremy una comida, cuando su amiga se recuperara de la cuarentena.
La puerta de la cafetería fue abierta y una campana sonó para indicar la entrada del visitante. Los ojos grises de Lucille se alzaron y lanzaron un tenue brillo al ver a la persona entrar. Levantó su brazo en son de saludo e indicación de su posición, el chico al verla sonrió con alivio mientras caminaba hacia ella y se sentaba al frente de Lucille.
—Vaya —expresó la muchacha al acomodar su cabello negro—, Ethan Moore invitándome una comida. El asunto debe ser muy importante. —Las mejillas del muchacho se tiñeron de carmesí, el color casi se confundía con su cabello, lo cual provocó la risa de Lucille—. ¿Ya te quitaron los puntos? —preguntó con curiosidad.
—Unos cuantos días más y seré libre —contestó el muchacho mientras le quitaba el menú a su amiga. Mientras él fingía leer la carta, Lucille alzó su mano y llamó a la mesera para hacer su pedido. Hecho aquello, la mesera se retiró de la mesa—. Evans —musitó Ethan. La muchacha le observó con un atisbo de confusión sin dejar de lado su refresco, donde su amigo no desistió de ver la carta—. Lucy Evans —comentó escondido detrás del menú—, ¿has oído ese nombre por el instituto?
Lucille era una apuesta segura para el muchacho pelirrojo. La chica participó en varios clubes a la vez y fue voluntaria para los comités que necesitaban ayuda, todo hecho los dos años escolares pasados. Por lo menos, conocía a la mitad del instituto.
La muchacha entrecerró sus ojos grises, en un intento de recodar ese nombre o la cara de la persona en cuestión. Al verla, la rodilla de Ethan comenzó a temblar con ansias y temor. La mesera llegó y sirvió el plato de comida a la muchacha; Lucille tomó el tenedor y lo enterró en el plato de ensalada de frutas con requesón y miel. Comió y prosiguió con su silencio.
Eso alimentaba los nervios del chico.
—¡Ah! —reaccionó ella antes de llevar otro bocado a la boca—. Lucy Evans, la chica de André.
Un sabor amargo se posó en la garganta de Ethan. Por supuesto que alguien como ella tendría un novio, el imaginarla soltera era algo que solo cabía en sus sueños. Sin embargo, eso no saciaba su curiosidad.
—¿Es todo? —cuestionó el muchacho con cierto fastidio.
Lucille negó con la cabeza.
—Es cinturón negro en karate —contestó un poco confundida—. Tercer Dan o algo así, eso último nunca me lo explicó bien.
La puerta de la cafetería se abrió y la campana se escuchó.
Mientras Ethan se carcomía la cabeza con sus propios problemas, los ojos de Lucille se encontraban absortos en el par que entró. Cabello en hongo, tan corto que apenas caía en sus mejillas, tez clara y cuando volteó hacia su dirección pudo identificar esa mirada brillante color chocolate. El corazón de la muchacha se detuvo por un segundo.
Ella era la desconocida del hospital.
Y hablando del rey de Roma, su compañera era la susodicha Lucy.
Al parecer, ninguna de ellas se percató de su presencia porque pasaron a su lado. Tenían una amena conversación sobre quién-sabe-qué-cosa, se sentaron en la mesa que se encontraba detrás de Lucille. Algo oprimió el pecho de la chica de cabello negro, el tener cerca a esa desconocida le recordaba la escena que Jared montó con ella y de la cual no sabían que Lucille había presenciado.
Lanzó una mirada furtiva a sus espaldas, millones de preguntas se idearon por su mente. La más importante y la que no dejaba de acribillar su mente: ¿Qué clase de relación tenía con Jared? Y por alguna razón, la respuesta le daba miedo.
Ethan llamó a la mesera para por fin pedir. Su voz alcanzó a resonar por lo gruesa que era, lo que provocó que Lucy —sentada a espaldas de los chicos—, volteara con un atisbo de curiosidad. Sus ojos marrones emitieron un brillo y en su rostro se dibujó una sonrisa al verlo, mientras él intentaba acallar los golpeteos retumbantes de su corazón.
—¡Ethan! —exclamó Lucy con felicidad—. ¿También te gusta la comida de aquí?
Con un movimiento exagerado el asintió, con sus brazos sin querer, tiró el salero a su lado y causó un efecto dominó donde se vieron afectados la kétchup, el azucarero y el pimentero. Lo que provocó una ligera carcajada por parte de la muchacha rubia y un sentido de curiosidad por parte de su acompañante.
—¿Cómo estás Lucy? —preguntó Lucille. Quien salió al rescate de su amigo e ignoraba la sensación de incomodidad que le provocaba la otra chica.
—Casi bien —contestó ella con buen humor—. Unos días más y estaré libre de los puntos.
Los ojos grises de la oyente se abrieron de par en par.
—¿Te hicieron alguna operación o te lastimaste? —cuestionó con curiosidad.
—Me dispararon —respondió Lucy con gracia—. La semana pasada asaltaron la tienda de conveniencia donde compraba y me quise hacer la héroe —explicó una sonrisa—, al parecer el karate no es inmune a las balas.
Un gesto de horror se dibujó en el rostro de Lucille y con recelo regresó su atención a Ethan. Enarcó la ceja y torció los labios hacia abajo; el muchacho pelirrojo sintió como el sudor caía con lentitud por su rostro y otras zonas escondidas en su cuerpo.