Time after Time

Recuerdo 20. Entre la vida y la muerte

16 de diciembre. 3:00 am.

Mantenía la conversación con palabras trémulas en el teléfono público. A pesar de querer sonar lo más sereno posible, sentía como su alma escapaba de él, las rodillas se negaban a sostenerlo y por ende, se afirmaba de la cabina con fuerza. La voz femenina del otro lado del teléfono, se esforzaba en darle un poco de tranquilidad, por supuesto, no funcionó. Por lo que solo se limitaba a escuchar su desahogo.

—Los doctores no encuentran una explicación —repitió Jeremy por enésima vez—. Tengo miedo, Lu. Mis padres no podrán soportar la noticia, y no quiero pensar que sucederá si no se salva.

—Entonces, no lo pienses —tranquilizó Lucille con un bostezo—. Las cosas estarán bien y esto quedará como un susto, ya lo verás. Jared saldrá de esta, y seguirá molestándote como siempre. —Una débil risa salió del muchacho—. Regresa adentro y trata de soportarlo un poco más. Hablaré con mis padres en este momento; si no puedo ir ahora, estaré allá lo más temprano posible.

—Trataré —respondió él con un suspiro desfallecido. Donde su amiga lanzó una ligera carcajada, en son de relajarlo—. Lucille —comentó Jeremy antes de colgar—, eres un ángel.

—En las buenas y en las malas —se despidió ella con una sonrisa, la cual, Jeremy no pudo apreciar.

Al colgar, Jeremy no pudo sostenerse más y terminó recargado en el tubo helado que sostenía el teléfono; sentado en el húmedo piso, observaba hacia arriba el cielo amurallado por las nubes, algo en su interior se fragmentó del cual solo podía tranquilizar con un llanto silencioso.

Una helada mano se posó en su cabeza.

La espalda de Jeremy se estremeció y conmocionado, alzó su mirada. Esos ojos mieles brillaban con la luz de los faroles, solo con el pijama puesto y sus pantuflas como calzado, esa persona se encontraba frente a él. Sin pensarlo, el muchacho se despojó de su abrigo y bufanda para protegerla de aquel frío. Con fuerza la tomó en sus brazos, aunque ella no mencionó palabra alguna, su presencia le tranquilizaba.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Jeremy, con los latidos de su corazón más relajados.

—Me quedé a dormir con Lucille, porque mis padres no querían que me quedara sola —explicó Rosalina con su suave voz, que titiritaba de frío—. Escuché la conversación en el teléfono y corrí hacia aquí. Dejé una nota en la puerta donde avisé.

El muchacho sonrió, se separó de su novia y plantó un dulce beso en la cabeza de ella.

—Estoy bien —contestó él con suavidad, mientras trataba de sonreír para avalar sus palabras—. Solo tengo un poco de miedo, es todo.

—Pero estabas llorando —musitó Rosalina con un atisbo de tristeza. Bajó la mirada y abrazó el abrigo con fuerza, todavía sentía el calor de él—. Déjame quedarme, Jeremy —suplicó—. No quiero regresar con este frío.

Jeremy suspiró y le regaló otra sonrisa, solo que más débil que la anterior. Tomó a Rosalina por los hombros y la protegió con su cuerpo, mientras ambos caminaban hacia el hospital a esperar que pasara una larga noche.

[...]

Los ojos se le habían secado de tanto llorar, la cabeza le punzaba, sus piernas eran débiles y el cuerpo le pesaba. En ese panorama rodeado de negro, Jared castañeteaba del frío mientras seguía acostado en medio de la nada. Los ojos le pesaban y sentía como su energía era absorbida por algo.

Quería regresar a casa, ver a Mónica y contarle la terrible pesadilla que tuvo. Le daría todas las disculpas que se merecía, la escucharía gritarle hasta que se cansara y después iría con su hermano, jugaría con su sobrino hasta que este se cansara y se quedara dormido.

Solo tenía que despertar de esta pesadilla.

—No lo harás, ¿sabes? —declaró una voz masculina.

Los ojos esmeraldas del muchacho castaño se alzaron, recorrió al hombre que tenía enfrente; pudo deducir que usaba un traje negro gracias a que pensó que flotaba, sus ojos heterocromáticos —dorado y rojo—, al punto que verlos ya no lo sorprendía, sin mencionar ese cabello colorido, azul, verde, blanco, amarillo y negro.

Suspiró con desánimo.

—En serio, como desearía que fuera una pesadilla —comentó Jared con voz apagada y agotada, donde la ironía se marcaba—. ¿De qué eres guardián?

El muchacho lanzó una ligera carcajada.

—Mi nombre es Gemi —habló él con tranquilidad—. Seré tu guía en este camino oscuro, lo conozco bastante bien.

Gemi le tendió la mano con esa cálida sonrisa en su rostro, a lo cual, Jared aceptó el gesto. Tal como sospechaba el muchacho, las piernas le fallaron y casi regresaba al piso, si no fuera por la acción rápida de Gemi, donde le sostuvo por la cintura.

El semblante de Jared se encontraba pálido, por cada minuto que pasaba, sentía como poco a poco la vida se le apagaba.

El guardián sonrió con tristeza. Pronto, esta pobre alma podría descansar.

—¡Oye! —A sus oídos llegó otra voz masculina. Jared trató de voltear con un mínimo de curiosidad, por su parte, Gemi paró de golpe, donde su respiración se agitó. El chico que apareció era similar a Gemi, solo difería el color del traje, donde era un color gris claro, y el color de sus ojos solo difería de lugar—. ¿Qué haces tomando almas que no te corresponden? —reclamó.

—Es mío —defendió Gemi. En un intento de tocar su pecho, soltó a Jared y provocó que este chocara en el piso—. Me llegó el llamado del alma, así que no intervengas, mi querido Minis.

—A mí me llegó el llamado del alma, todavía tiene una oportunidad más —objetó Minis, con molestia—. Así que no te metas, Gemi.

En medio de ese oscuro panorama, los gritos estallaron y las palabras se volvieron ilegibles. Jared no hallaba la explicación, se sentía tan acostumbrado a situaciones de este tipo, que le tomó sin cuidado alguno que se gritaran en medio de la nada. Trató de cerrar los ojos, su cuerpo le imploraba un descanso y el perderse de todo.

Poco a poco, esos dos gemelos se tornaron borrosos y sus voces poco a poco, se desvanecieron hasta desaparecer de sus oídos.




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