16 de diciembre. 9:00am.
Dos largas horas de silencio. Ethan tenía el estómago hecho un completo nudo, el cuerpo le temblaba y la desesperación la tenía atorada en la garganta. No podía alzar la mirada hacia la puerta, donde adentro se encontraba su mejor amigo.
La mano de Lucille sobre su espalda, lo sobresaltó. Se veía tan inconsolable como él, sin embargo, eso no evitó que le regalara una dulce sonrisa. En ese instante, Ethan sintió como todo su interior se descompuso y aquella desesperación, luchaba por salir de su garganta. Debido a eso, su amiga le ofreció tomar un descanso. El cual tomó casi a la fuerza.
En cuanto se levantó, notó que Jeremy y Rosalina llegaron. Cosa que lo dejó más tranquilo, Lucille no estaría sola en la ausencia de él.
En un principio, caminó sin rumbo alguno, con la esperanza, que sus pies lo dirigieran a un buen lugar. Sin embargo, recordó que afuera nevaba y sin contar el frío infernal, se vería ridículo parado bajo una nevada. Por lo que el único lugar de esparcimiento que había dentro, era la cafetería.
Inspiró con desánimo y sacó la cartera, para ver si le alcanzaba para algo. Esbozó una débil sonrisa, al ver que le alcanzaba para una triste gelatina. Se acercó al mostrador, donde la dependiente se encontraba de espalda. Trató de llamarla, sin embargo, ella volteó al momento y dejó un vaso de unicel frente a él.
—Una larga espera se soporta con algo dulce —comentó ella con una sonrisa—. No te preocupes, va por cuenta de la casa. Disfrútalo.
Ethan alzó su oscura mirada con aprensión. La dependiente le observaba con una sonrisa de oreja a oreja, a lo cual, el muchacho se sorprendió cuando la observó con detalle.
—¿Nos conocemos de algún lado? —cuestionó, al notar ese extraño aire familiar que emanaba de ella.
—Quien sabe —contestó ella con su mano sobre la barbilla—. Solo toma tu chocolate caliente y relájate —continuó.
La dependiente puso el vaso sobre las manos de Ethan y lo despidió de inmediato, debido a la fila que se formó detrás del pelirrojo. Ethan aceptó el vaso, sin embargo, no puso evitar echar otro vistazo. Como su cabeza se negó a trabajar, decidió tomar asiento y con tranquilidad dio un sorbo a su bebida.
Apoyó su cabeza sobre la mesa y suspiró con fuerza, con la esperanza de que todo lo que lo oprimía se desvaneciera. Por supuesto, no funcionó.
Cuando llegó la llamada de su amiga en la madrugada, sintió que entró en un estado de trance y cada suceso que pasaba era tan irreal. Solo esperaba el momento de abrir los ojos y que él le mostrara una sonrisa tranquila, mientras se burlaba de las ridiculeces que soñaba.
Sin embargo, los sonidos que se escuchaban por los altavoces del hospital, le regresaban a la realidad una y otra vez.
—Pensé que solo te alcanzaba para un café. ¿Y todos esos postres?
Ethan se levantó de golpe. Podrían llamarlo loco, sin embargo, sin importar el lugar y la situación reconocería esa voz detrás de él. Apretó los puños, las palmas le sudaban y el corazón comenzó a golpetear con insistencia su pecho. Cerró los ojos con fuerza; aquel nerviosismo, éxtasis mezclados con la tristeza de ese momento, sentía como lo mataban poco a poco.
—La dependiente me lo regaló —contestó el muchacho que la acompañaba—. Es bastante raro, creo que la he visto en algún lado.
—Tal vez trabajó en otro lado antes de ser dependiente aquí —contestó ella con tranquilidad—. La ciudad es grande, pero está tan bien conectada, que sin darte cuenta has visto a cada habitante por lo menos una vez en tu vida. —El muchacho de cabello rojo, sintió un suave toque en sus hombros que lo desmoronó por dentro—. Disculpe. —Una prolongada pausa pasó en medio de ellos, donde él sentía que su alma no daba para más—. ¿Ethan?
El aludido tragó saliva con fuerza y con lentitud, volteó para encarar a esos oscuros ojos marrones. Donde todo a su alrededor paró, su vista se encontraba enfocada en ella.
—Hola —musitó él con voz ronca.
La muchacha rubia mordió su labio inferior, sus mejillas de pronto se tornaron de un tenue rosado y su pecho se comprimió, una extraña felicidad entorpecía sus pensamientos.
—Lucy —llamó André del otro lado—, lo que ibas a preguntar.
—Ah sí —reaccionó ella con nerviosismo—, la hora —susurró. Los oscuros ojos del muchacho brillaron y se clavaron más en Lucy, la cual, apenas podía soportar el tenerlo a lado—. ¿Te-tendrás la...hora?
Ethan abrió los ojos y con torpeza comenzó a buscar en sus bolsillos, con la esperanza de encontrar su reloj de pulsera. El problema evocaba que no recordaba si lo guardó o no. Debido a la urgencia que Lucille tocó su puerta, las cosas pasaron tan rápido que no se encontraba seguro de mucha de sus acciones. Y ahora le sumaba el hecho de que Lucy se encontraba ahí, frente a él.
—Tu muñeca —solucionó André con ironía—, en la otra —continuó, al ver como el pelirrojo revisaba con ligero desespero.
—Pasan de las diez y media —contestó Ethan con esa voz débil.
Lucy entornó su mirada al escucharlo. Alzó la cabeza y le puso más atención; tenía los ojos rojos, su cabello se encontraba despeinado y un poco húmedo, su chaqueta se encontraba en la misma situación. Por inercia tocó la mejilla del muchacho, aunque esa acción provocó que se coloreara de rojizo, no logró que esta recibiera un poco de calor.
—Estás helado —musitó Lucy. La mano de la muchacha era tan cálida, sus dedos acariciaban su mejilla con tal suavidad y gentileza, al punto de sentir como en el interior de Ethan algo se fragmentaba—. ¿De verdad te encuentras bien?
Esos susurros, aquel tacto, su oscura mirada, mezclado con esa sonrisa llena de ternura. Su panorama se nubló por un microsegundo, acto seguido, sentía humedad en sus mejillas lo cual provocó otra expresión en el rostro de Lucy. Un sollozo trató de salir de la garganta de Ethan, al mismo tiempo, que apartaba su lamentable ser de la presencia de la muchacha. Ella no podía verlo así.