Time after Time

Recuerdo 25. Verdades reveladas

Las luces tintineaban por los locales, las brisas heladas se colaban por su bufanda y debajo de su falda, la oscuridad era lo menos importante con tanta vida en las calle; Mónica mantenía una animada conversación con André sobre las compras que harían para esa navidad.

El muchacho le enumeraba las ideas que tenía para Lucy, al mismo tiempo, ella le respondía las que tenía para su amiga. Como se esperaba, tendían desviarse del tema y hablar de cosas fuera de contexto solo para reírse. En medio de su conversación, chocó con una persona parada en el semáforo de transeúntes. Se disculpó con un susurro y aceleró su paso para alcanzar a André.

Sin embargo, paró su paso de golpe al recordar el rostro de la persona. Conocía esos ojos esmeraldas. Dio media vuelta con rapidez y alzó su mano con energía.

—¡Jared! —Una segunda voz femenina se mezcló con la suya.

Con lentitud, Mónica bajó su mano. Del otro lado se encontraba Lucille, quien mantenía ese estilo elegante y no paraba de sonreír. La muchacha castaña soltó una sonrisa mientras miraba al piso, en esta realidad no tenía oportunidad. Regresó sobre sus pasos para alcanzar a su amigo, cuando un disparo se escuchó.

O tal vez, sí la tenía...

Sintió como su cerebro rebotó dentro de su cráneo, seguido de un leve mareo, tomó asiento sobre su cama y cerró los ojos con fuerza, para recuperarse un poco. ¿Qué cosa tan rara había pasado? En esa fecha, ella nunca había chocado con él ni mucho menos haber escuchado a Lucille gritarle.

—La mente es muy rara cuando se lo propone —musitó, seguido de bostezo.

La puerta se abrió de golpe, donde la melena rizada y rojiza de su hermana se hizo presente. La pequeña esbozó una brillante sonrisa, al verla levantada.

—Mamá dice que te cambies, te laves los dientes y bajes a desayunar —informó la niña con tranquilidad. A lo cual, los ojos de Mónica se entornaron con confusión—. También dice que si quieres ir al hospital para ver a tu amigo, debe ser en la mañana. Porque hoy es el cumpleaños de Taylor y debemos estar listos antes de las cinco de la tarde.

—¿Me va a acompañar? —preguntó la muchacha mientras se bajaba de la cama.

—¡Sí! ¡Yo también iré! —contestó Jocelyn con entusiasmo.

Mónica sonrió y asintió, así su hermanita salió volada de la habitación.

—Solo son sueños —susurró Mónica mientras buscaba ropa en su cómoda—. No es como si hubiera un mensaje subliminal detrás de ello.

 

  [...]

Con paso indeciso, Mónica se encontraba frente al hospital. La mano de su madre sobre su hombro, trataba de tranquilizarla, de un momento a otro se sentía tan acobardada y con trabajo subía las escaleras del lugar. Por fin llegaron a la entrada, la muchacha inspiró con profundidad. Tenía que verlo o no podría estar tranquila. Una inyección de valentía atravesó su cuerpo. Se adentró al lugar, dispuesta a encontrar la habitación sin ningún obstáculo.

Sin embargo, en cuanto dio su primer paso chocó con alguien.

Sobó la parte afectada de su nariz, alzó su mirada dispuesta a disculparse con la persona. Cuando se cruzó con esos ojos oscuros, que la observaban con sorpresa. No tardó en reconocerlo, esbozó una sonrisa llena de alivio y lo tomó del brazo, al parecer, hoy la suerte estaba de su lado.

—Ethan —llamó relajada—. Gracias a Dios eres tú.

El muchacho pelirrojo trataba de digerir la situación, donde el segundo interés amoroso de su mejor amigo se encontraba ahí, dentro del hospital, feliz de verlo. Revolvió su cabello con una sonrisa nerviosa, la mente estaba en blanco; no tenía el corazón para rechazar tal sonrisa, sin embargo, Lucille también tenía sentimientos que debían ser protegidos.

—Así que tú eres el famoso héroe. —Una voz femenina irrumpió en sus pensamientos.

El muchacho alzó la mirada, donde aquella mujer lo observaba con la misma sonrisa brillante que esbozaba Mónica. Con sorpresa, alternó la mirada entre ambas, parecían el antes y después de una misma persona.

La pequeña Jocelyn saltó a los brazos de él. Ese fue el detonante que logró refrescar la memoria de Ethan; la verdadera damisela no fue Lucy, era esa pequeña princesa de rizos carmesí que lo abrazaba con tal confianza y comodidad. La niña tomó la manga de su abrigo, y acortó la distancia que había entre la mujer y él.

—Soy Marisol Prescott, la madre de esta revoltosa y de esa imprudente —se presentó mientras mantenía esa sonrisa y señalaba a sus hijas, respectivamente—. Y por favor, ignora que mi nombre no pegue nada con mi apellido de casada, me he cansado de explicarlo.

—Gusto en conocerla. —¿Por qué al momento de escucharla, sus preocupaciones se desvanecieron cual neblina con el viento?—. Soy Ethan Moore, compañero de Mónica... algo así.

Marisol rió.

—Gracias por lo que hiciste por Jossie —continuó con buen humor—. Mi esposo y yo no estábamos en la ciudad, para colmo de males, estábamos demasiado lejos y ocupados como para tomar un vuelo de último minuto. Cuando escuchamos tu acto, nos brindaste un alivio el cual nos dejó trabajar y poder llegar a casa para quedarnos más tiempo.

El rostro de él comenzó a teñirse de rojizo, tomó el cuello del suéter que tenía debajo del abrigo y trató de ocultar su vergüenza recién provocada.

—N-no hice gran cosa —musitó de forma apenas audible.

—Pararte enfrente de ese loco y evitar la muerte de Lucy, es gran cosa —rectificó la mujer con sinceridad—. La policía llegó a tiempo y ahora todos estamos reunidos. El solo pensar que si no fuera por ti, estaríamos de luto por la muerte de Lucy, sin mencionar, el enorme desespero que nos ahogaría por el secuestro de Jossie. —Levantó la mirada para observar al muchacho, donde la vergüenza y la confusión lo aplastaban—. Es el enorme poder de una pequeña y simple acción. Así que no menosprecies lo que hiciste, todos en el cumpleaños de Taylor estamos ansiosos por verte.




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