Time after Time

Recuerdo 27. Tú tienes las cartas

21 de diciembre. 4 días para navidad.

Había mucha información para entender y mucha más para aceptar.

La medianoche era marcada con exactitud, a su alrededor los demás dormitaban gracias al agotamiento, donde la oscuridad y las bajas temperaturas los ahogaba. Lucille abrazó más el abrigo que Ethan le había prestado, mientras titiritaba del frío y temblaba por otra razón.

El repentino cambio de actitud de esa muchachita, palabras que poco a poco derrumbaban algo que, en apariencia, era sólido. Situaciones que apenas comprendía y dolores innecesarios.

Todo parecía sacado de un mal libro de fantasía, nada tenía sentido.

Sintió un nudo en la garganta, trató de tragarlo mientras negaba que sus lágrimas salieran. Se refugió en el abrigo, su mente le enseñaba las situaciones que sucedieron después de ser salvada... al menos, ahora entendía que Jared no la dejó por un enamoramiento a primera vista.

—Demonios —musitó con la voz quebrada—, ahora me siento peor.

El nudo volvió a aparecer en su garganta, solo que esta vez, sus lágrimas fueron más rápidas. Sollozos silenciosos la acompañaron esa noche.

[...]

 A pesar que el estrés los dominaba a todos, Rosalina era la más tranquila de los presentes, cabía mencionar que el solo estar al lado de Jeremy, le daba una enorme serenidad a él. Debido a eso, los padres de la muchacha permitían que acompañara a su novio al hospital. Por supuesto, iban y venían al hospital de forma periódica para chequear el estado de su hija.

Por lo que Lucille no pudo evitar sonreír con una pizca de envidia, al ver a ambos adultos mantener una conversación con su hija, a demostración de su preocupación.

Aquella pequeña herida que se formó el día anterior, se profundizó un poco más. Rosalina tenía a Jeremy y a sus padres, Jeremy —a pesar de tener a sus padres lejos— contaba con Rosalina, Jared contaba con Ethan, a su vez, Ethan debía de contar con alguien porque no se le veía tan desamparado como ella.

Refugiada en el mismo abrigo, se levantó y decidió caminar sin rumbo por el edificio.

Lo que antes era un cálido refugio en esa fábrica de sufrimiento, de la noche a la mañana, se convirtió en un centro de inseguridad. Todavía no sabía cómo afrontar a aquella mujer castaña, claro, tampoco tenía el suficiente valor para verla. Una sonrisa llena de ironía se formó en sus labios, como deseaba revertir todo y salir de esta inverosímil situación.

«Entonces pídeme un deseo y es muy posible que lo cumpla. Quizá soy un hada.»

Sus ojos se abrieron con exageración en el momento que su mente reprodujo esas palabras.

—Tengo un deseo —musitó.

Esa conversación que en su momento parecía solo levantarle el ánimo, llevaba una enorme carga de por medio.

Con un poco de más aliento, aceleró su paso, decidida a entrar a la cafetería y encontrarse con ella. Tal vez, sí había una solución para todo y estaba enfrente de su nariz, todo este tiempo. Hizo fila en el mostrador y al llegar al mostrador, dio su mejor sonrisa cuando notó que atendía la persona indicada.

—¿Qué deseas pedir? —preguntó la dependiente con una dulce sonrisa.

—Mi deseo —respondió al instante con decisión.

La expresión de la mujer castaña se ensombreció, movió su cabeza y notó que nadie más esperaba detrás de Lucille. Con un amago de su dedo índice, la dependiente, pidió paciencia por parte de la muchacha. A lo cual, Lucille asintió. La dependienta dio media vuelta, movió a algunas vasijas con líquido caliente, buscó un vaso de unicel y vertió un brebaje en él.

La muchacha de cabello negro tomó el vaso. Con expectativa, lo sostuvo con firmeza y esperó las instrucciones que venían de su inusual salvadora.

—Lo siento —habló la dependiente en voz baja y cargada de compasión—. Tu deseo ha caducado.

El ruido del vaso de unicel chocar contra el piso, junto con todo el líquido derramado en la losa, se escuchó con claridad en el deprimente ambiente.

Lucille se encontraba inmóvil, sostenía ahora un vaso imaginario y su cabeza repasaba con lentitud cada palabra. Las lágrimas comenzaron a escurrir en sus mejillas y una sonrisa junto con una ahogada carcajada, se esforzaban por salir. Por fin pudo hacer un movimiento; posó su mano derecha sobre su rostro, cubrió la mitad este para evitar que ese sonido saliera. Ya que no eran carcajadas, eran sollozos.

—T-tú... me lo prometiste —musitó la muchacha con voz trémula—. Eres una mentirosa. Mentirosa.

—No lo soy —aclaró la castaña con voz firme, sin embargo, con esa esencia dulce—. Te advertí que tenía caducidad y era posible que cuando quisieras pedirlo, ya no tendría validez. ¿Lo recuerdas?

La segunda parte de la conversación, cargó en su cerebro. En efecto, esas palabras estaban presentes y ella aceptó las consecuencias.

Que estúpida.

—¿Por qué...? —Apenas podía comprender su situación, cuando más y más cosas nuevas, sin explicación y llenas de contradicción, se esmeraban en aplastarla hasta que no quedara rastro de su cordura—. ¿Por qué caducó? ¿Qué hice?

La mujer inspiró para mantener la serenidad.

—Tú no tienes las cartas, lo lamento. —Aunque quería ser breve y concisa, la pérdida de esperanza y de algún pensamiento positivo, eran cada vez claro en esos ojitos grises. Sabía que no era su culpa, pero ver esa carita inocente sufrir por algo más allá de su capacidad, era demasiado para su corazón—. La elección de este nuevo futuro no es tuya. Pertenece a alguien más. Perdón.

—¿Quién...? —Cierto, Lucille no entendía muchas cosas y apenas podía digerir lo que le concernía. Sin embargo, su desesperación no se contentaba con la información a medias.

La dependiente apretó los labios, en un intento de sellar y guardar el nombre de esa persona. Pero también comprendía en la desventaja que se encontraba la muchachita.

Alzó sus oscuros ojos y confrontó a esa persona desamparada.




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