Time after Time

Recuerdo 29. El panorama de dos corazones rotos

22 de diciembre. 3 días para navidad.

Todo estaba bien. En su cabeza debía de estarlo, no podía alertar a Ethan ni a Jeremy, sobre todo a este último. El estado de Jared aún era amargo para los presentes, sin embargo, podían soportarlo, lo habían soportado hasta ahora.

Se levantó de la sala de espera y caminó hacia la entrada del hospital. El clima era helado, ella no contaba con un abrigo que la protegiera de esas temperaturas, sin embargo, daba igual. Tomó asiento en un pequeño banco que se encontraba en la entrada de este, exhaló y pudo apreciar su aliento como si de humo se tratara.

—Tres días para vivir —susurró con monotonía—. ¿Cómo aprovecharlos?

—No induciéndote una pulmonía —comentó una voz masculina, a su cercanía. Lucille alzó la mirada, donde una mirada azul la observaba con profundidad y su rostro mostraba simpatía—. No lo tomes a mal, pero pelear por un chico que no sabe lo que quiere, no le veo lo interesante. —Un peculiar lunar debajo del ojo derecho, cabello negro ligeramente rizado y el tono oscuro de sus ojos, era el chico que siempre estaba al lado de Mónica. Conocía a ese chico y quien siempre lo acompañaba—. No está —respondió él, al notar sus intenciones—. Vine a verte a ti.

—No sé tu nombre —expresó la muchacha con esa misma voz robótica.

Él esbozó una sonrisa, sin preguntar, tomó asiento a su lado y trató se acercarse para proporcionarle un poco de calor, gesto que la muchacha rechazaba de forma disimulada.

—Eso duele —contestó, mientras fingía que un puñal invisible atravesaba su pecho—. ¿En cuántos comités hemos trabajado juntos? ¿Cuántas veces compartimos una buena comida, después de un largo día de trabajo?

—Ya entendí, André —musitó Lucille, con voz temblorosa gracias al frío—. ¿Quieres convencerme de dejar que tu amiguita viva?

Un silencio se posó entre ambos y aquel extraño ambiente, se tensó. Lucille observaba la capa de nieve que cubría los alrededores, era divertido perder el tiempo ahí; tocarla, lanzarla, acostarse sobre ella era un extraño placer, tan suave, tan fina y tan helada. La última vez que jugó con ella así, fue en su segundo año de secundaria. Jamás debió hacer caso a esas palabras: «eres demasiado mayor».

Estornudó.

André, de inmediato, se quitó el gorro para ponérselo a Lucille. Lo mismo pasó con la bufanda y los guantes. Los ojos grises de ella se encontraban confundidos, él solo mantenía la sonrisa mientras resguardaba sus manos dentro de los bolsos del abrigo. El viento sopló y movió aquellos mechones sueltos del muchacho, lo que provocó un ligero sonrojo de parte de Lucille y una incómoda sensación.

—Quiero saber cómo te sientes —confesó André, al regresar su vista hacia el frente—. Mónica es una amiga importante, ya que la conozco desde secundaria. Distingo muchas facetas suyas y comprendo varias de sus emociones. En cambio, nosotros nos conocemos gracias a ciertos trabajos del comité, pasamos el tiempo debido a este y sí eres muy agradable. Pero no sé nada de ti, al menos, no lo necesario para apoyarte mientras vives este infierno.

Todo estaba bien. Debía de estarlo, después de todo, aunque se preocupara su problema no tenía solución.

—No hay nada porque alterarse —susurró, con la bufanda que tapaba sus labios—. En este momento, Mónica debe ser tu mayor prioridad.

El muchacho asintió en concordancia con esas palabras. Acomodó sus codos en el regazo, recargó su rostro sobre las manos, lanzó un enorme suspiro donde el aliento salía como humo helado. El contraste con Lucille bien sentada como toda una señorita y él completamente encorvado, era gracioso, sin mencionar, que llamaba bastante la atención. O al menos, para las enfermeras y conserjes que vivían de los chismes del hospital.

No hubo más palabras de por medio. Solo dos personas sentadas que trataban de encontrar la belleza a un panorama blanco, tan monótono y falto de vida. Una chica sola que no comprendía las vueltas de su vida, a la vez, que tenía que acatarse y enfrentarlas con tranquilidad. Un chico que no sabía el tipo de sentimientos que la abrumaban, sin embargo, trataba de ser de algún tipo de utilidad para la situación.

Dos personas que en su vida diaria, hablaban el uno con el otro. Sin embargo, no existía ese lazo de confianza que hacía que la carga se aligerara.

—¿Sabías que Lucy cortó conmigo? No fue al revés, como los rumores dicen —comentó André de repente. Lucille lo observó con un brillo de curiosidad, el cual, él no se percató—. Entre nosotros solo había curiosidad y demasiada tensión sexual, después de todo, éramos dos preadolescentes que confundían amor con pasión. Como se esperaba de la sentimental de Lucy, ella sintió que esa conexión no era real —lanzó una ligera carcajada—. Decía que era como besar a su hermano... y sí era cierto. Todo se sentía raro e incómodo.

—Y me cuentas esta cosa que no tiene nada que ver, porque...

El chico pelinegro se encogió de hombros.

—La verdad, no quiero ir a ver a Mónica. Debe de estar demasiado deprimida y confundida, solo le estorbaría ya que no sé qué decirle para consolarla. Mucho menos darle "esa razón" que tanto quieres. Me rompe el corazón verla mal, mientras estoy solo observando —explicó con la vista fija en su propio horizonte—. Lucy está resolviendo sus sentimientos por Ethan... más bien, por fin está admitiendo que ese chico le gusta y tuvo un flechazo a casi primera vista. No tengo cabeza para escucharla y darle mi ánimo, o por lo menos, burlarme de ella un rato. —Lucille aún lo observaba donde esa incomodidad la invadía, un extraño ritmo comenzaba a acompasarse en su corazón—. Si no converso de lo que sea contigo, te irás a llorar a quién sabe dónde mientras yo me muero de frío y soy el que atrapa una pulmonía.

Por fin, ella comprendió su incomodidad.

Conocía a un André diferente a este. Al despreocupado que se dormía en las reuniones de comité, aquel que le sacaba canas verdes a los encargados, siempre decía algún chiste que hacía reír, su sonrisa incomparable tan contagiosa y el brillo que sus ojos azules lanzaban, cada vez que hablaba con alguien. Su alegría y despreocupación era su atractivo, eso que hacía a los demás estar a su lado y convertía su compañía en algo agradable.




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