¿Escuchas el sonido de la guitarra? ¿Recuerdas esa sensación? Las cuerdas junto con su voz, ¿qué provocan en tu cuerpo? ¿Por qué es inevitable mover tu cuerpo al compás? ¿Notas que no puedes borrar esa sonrisa? Más de cien memorias iguales están escondidos en tu cabeza, ¿cómo te pudiste ahogar en veinte amargas?
«Amo la sonrisa que tienes cada vez que suena la música y bailas».
Debido a la intensidad con la que se levantó, un leve mareo se cruzó junto con un molesto dolor de cabeza. Aunque afuera helaba, Mónica sudaba y el calor concentrado en su cabeza era insoportable. Se cambió el pijama y checó la fecha del calendario, chistó al instante cuando vio que nochebuena era en dos días.
—Perdí mediodía dormida —masculló con malhumor—, si a esa loca no le digo nada pronto, es capaz de mandar este mundo al demonio. No por nada ella y Jared son tal para cual, son igual de tercos.
Salió de la habitación, en ese instante, reconoció un sonido desde el primer piso. Desde que recuperó los recuerdos de su antigua vida, era la primera vez que una dulce nostalgia la invadía y llenaba su pecho de felicidad. Aceleró su paso y bajó las escaleras sin cuidado alguno, con la esperanza de llegar al origen de eso. Era música, una guitarra.
¿Escuchas el sonido de la guitarra? De todos los instrumentos que sé tocar, este es mi favorito. ¿Sabes por qué?
Con la respiración agitada paró en la sala de estar. Una pequeña radio se encontraba en la mesita de café, la cual estaba acomodada en una esquina, con la intención de dejar el centro despejado. En ese centro se encontraba Jocelyn, que se movía al son de la música con Jack y Emmanuel de espectadores, quienes no dejaban de aplaudir con emoción.
Frente a los ojos de Mónica, la imagen se distorsionaba; veía la sala de estar, luego cambiaba a una fogata, en un momento era la pequeña Jocelyn, después se transformaba en ella, la fuente de música era el radio, para cambiar a una persona que su mente no lograba ponerle cara, esa persona tocaba la guitarra.
Tú la convertiste en mi instrumento favorito. Nada se puede comparar a tu sonrisa cuando bailas al son de ella.
—¡Moni despertó! —gritó la pequeña pelirroja con euforia, al regresar a su hermana mayor a la realidad—. Ella me enseñará, ¿verdad que lo harás?
Los ojos de Mónica brillaron de confusión, al mismo tiempo, que trataba de sonreír a su hermana. Se le hacía tan raro verla tan pequeña y llena de energía.
—Cierto —comentó su madre mientras salía de la cocina—, no he visto a Mónica bailar desde el último recital.
—¿Y por qué no participaste en el de invierno? —preguntó Dylan, que también salía de la cocina.
—Era el recital o la fiesta de la escuela —respondió Emmanuel, al encogerse de hombros—. Ya la conoces, no sé qué te sorprende. Aunque la fiesta de la escuela nunca se hizo, así que suerte para la próxima.
Mónica frunció el ceño. Era la principal implicada en la conversación, sin embargo, era la única que no se enteraba de nada. Una punzada atravesó su cabeza. Esos malditos dolores se hacían cada vez más fuertes y constantes, cada vez que el veinticinco se hacía más cercano.
Aquella acción no pasó desapercibida para su madre, desde esa visita al hospital quería hablar con ella y descubrir quién era la persona que reemplazó a su hija.
—Gabriel vendrá mañana, ¿cierto? —preguntó Jack con buen humor. Jocelyn al escuchar que su papá vendría un día antes de nochebuena, no pudo contener la emoción y correr por todos lados, mientras lo declaraba en cada rincón—. Entonces haremos las compras hoy, ya que a diferencia de Jossie, nadie querrá salir mañana. Vamos, Moni —continuó con buen humor—. Ponte abrigo, bufanda y un gorro. —Mónica se señaló con confusión—. Te compraré un helado, no te preocupes.
—¿Quién comería helado con este clima? —respondió ella desconcertada.
—¿Eso cuándo te ha detenido? —contestó el muchacho con un atisbo de burla—. Si no te conociera, hasta podría jurar que te cambiaron. —Ese tono burlón era demasiado para Mónica, hasta podía jurar que rayaba en la ironía—. También iré a cambiarme, nos vamos en veinte minutos.
[...]
¿Por qué desde la mañana, la música tenía ese tinte nostálgico?
Jack escogía verdura mientras ella cuidaba el carrito de las compras, sin embargo, la música que sonaba hacía repetir la misma imagen en su cabeza, solo que en diferentes ámbitos. Su cuerpo se movía según el ritmo que el instrumento dictaba, una euforia la embarga y la felicidad la embriagaba. Ver que él compartía esa sonrisa, solo provocaba que ese agradable e incomprensible sentimiento corriera en sus venas.
Ese rostro, no podía recordarlo.
—Vamos por el helado —comentó su hermano, que llegaba con varias verduras.
Mónica hizo una mueca entre desagrado y sorpresa, al ver la enorme cantidad que él traía.
—No puedes ser tan exagerado —espetó ella mientras trataba de seguir el paso del muchacho.
Jack lanzó una ligera risa.
—Viene Lucy con su familia, André con su madre, la familia de Gabriel y la de tu madre —contó el muchacho con calma—. Verás que ella me dirá que debí de traer más. Son demasiadas personas para una casa tan pequeña.
—¿Pequeña? —reclamó Mónica con ironía—. Dos baños, una recamara para cada quien, más cocina con comedor y una sala de estar, se vive en la gloria. No como ese apartamento al que me mudé cuando comencé la universidad —masculló con ligero malhumor.
—¿Cuál universidad? —cuestionó su hermano con buen humor—. Con trabajo vas a pasar a segundo y ya hablas de otros estudios.
Los oscuros ojos de Jack brillaron con cierta malicia mientras ponía helados de varios sabores en el carrito.
—Vamos a comprar otras cosas además de esto, ¿cierto? —indicó Mónica con fastidio—. Es raro solo comprar verdura y helado, para hacer un gran banquete.—Jack con una sonrisa, sacó una paleta helada del refrigerador y abrió la envoltura, para comerla sin preocupaciones—. Hey, no hemos pagado eso —reclamó su hermana en un susurro.